59. La Batalla

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—No piensas contarnos nada, ¿verdad? —dije enfadada tras Charlotte que entraba rápidamente en la biblioteca sin abrir la boca.
Tomé su muñeca—. ¿Ni me vas a contestar?
La chica sacudió el brazo apartándose de mi agarre para perderse entre los estantes.
Un sonido de frustración salió de mi garganta.
—No te pongas así, se le pasará y lo terminará contando. Quédate fuera hasta que te tranquilices un poco, mientras voy a buscarla. Os esperamos dentro.
Fred apretó mi hombro al pasar a mi lado.
Miré las vidrieras del castillo. Me concentré en una de color azul. Unos dedos rozaron mis manos. El olor a jabón de naranja y miel que compraba la señora Weasley acarició mi nariz.
—Fred tiene razón. Ya sabes cómo es Charlotte, cuánto más la presiones va a ser peor.
Suspiré y alcé la mirada hacia los ojos de George.
—Lo sé. Pero estoy preocupada. Ayer después del entrenamiento desapareció, ni vino a cenar y luego, cuando bajó a la Sala Común, volvió a subir sin decir nada.
—No querría cruzarse con Wood. Además, Lee estaba haciendo mucho ruido con esas chicas de segundo. Seguramente prefería estar tranquila en la habitación.
—Puede ser.
El gemelo apretó mis dos manos y se inclinó para mirarme a los ojos sin que pudiera apartar la vista de la suya.
—Ey. Ya verás que la semana que viene Wood y Charlotte lo arreglan y vuelven a ser tan insoportables como siempre.
Sonreí.
—¿De verdad?
—De verdad.
Asentí. El chico sonrió levemente.
Unos pasos se escucharon al otro lado del pasillo.
El sol de la tarde iluminaba el cabello de Cedric Diggory, que nos miraba con poco disimulo justo antes de desaparecer tras cerrar ruidosamente la puerta del servicio.


Lee, quien había llegado tarde como siempre a la biblioteca, empezaba a entretener a los gemelos con los aviones de papel que hacía piruetear por encima de nuestras cabezas. Jackson Myers pasó por delante de nuestra mesa para coger un libro de la estantería, pero antes miró a Lee con cara de pocos amigos. Como un hombre que mira a un crío que hace demasiado ruido en un restaurante.
Jordan alzó una de sus cejas con prepotencia. El metamorfomago rió por lo bajo apartando la vista y volviendo a buscar su libro mientras negaba con la cabeza.
—¿Se está riendo en mi cara?—susurró Lee atónito—.Se está riendo en mi cara—repitió.
Fred asintió admirando el gran cohete que había dibujado sobre sus apuntes de Historia de la Magia.
—Es justo lo que está haciendo.
—Pero, ¿quién se ha creído?
—Jackson Myers, el tío más bueno de todo este castillo.
Miramos a Charlotte que había hablado por primera vez en toda la tarde.
El comentarista de Quidditch frunció los labios y alzó sus cejas.
—¿Myers? Tú, alucinas.
La chica se encogió de hombros.
—Mira las mesas de tu alrededor, Jordan—hizo un gesto con la palma de su mano extendida hacia arriba abarcando toda la sala.
Un grupo de chicas de segundo ocupaban una mesa a nuestro lado y miraban hacia el golpeador de Hufflepuff mientras cuchicheaban y emitían risitas nerviosas. Unas cuantas de tercero también miraban. Incluso a una chica de Ravenclaw se le habían empañado sus grandes gafas redondas. Varias chicas de cuarto y de quinto también observaban a aquel chico de pelo azul oscuro recorrer los estantes.
—No soy la única que alucina al parecer...
—La que si está alucinando es Christine—Fred se giró hacia la mesa de la chica—¡Edwards, las gafas!
La señora Pince siseó como una serpiente. Fred y George dejaron escapar unas risotadas escondiéndose bajo la mesa, mientras Christine Edwards limpiaba sus gafas rápidamente con la cara roja como un tomate. Lee puso los ojos en blanco.
—Este solo necesita una dosis de humildad.
El chico dejó al descubierto sus antebrazos de piel oscura cuando se remangó la túnica.
—¡Jordan! —susurró furiosamente Charlotte.
Demasiado tarde.
Una legión de grullas y de aviones de papel volaban hacia la cabeza de Jackson. El chico intentó esquivar los ataques cubriéndose con el libro que acababa de coger, pero era en vano. Los papeles hacían finos cortes en sus manos y rostro. Myers corrió hacia la salida consiguiendo escapar de sus atacantes de papel, mientras que la señora Pince intentaba ayudarlo.
Alguna que otra risa brotó entre los alumnos que había en la zona.
—Cómo te pasas, Lee—dijo una chica de Gryffindor de segundo con una sonrisa tonta.
Sus amigas rieron y murmuraron entre ellas.
—¿Me vas a enseñar a hacer eso a mí? —preguntó otra chica de Hufflepuff de nuestro curso.
—Yo también quiero.
—¡Y yo!
Lee se levantó con una sonrisa arrogante y se dirigió con paso lento a la mesa de chicas.
—No se preocupen señoritas, aquí está Lee Jordan dispuesto a servirles a cada una de vosotras—tomó una silla y se sentó en su mesa mientras las Hufflepuffs reían de forma coqueta y las chicas de segundo las miraban con envidia.
—Esto parece un gallinero.
Charlotte ya había recogido sus cosas y dejó la biblioteca con un portazo.

—El examen con Flitwick cada día lo veo más perdido. No soy capaz ni de hacer un encantamiento regocijante—se quejó George.
—Bah, el examen es el miércoles... Yo no termino la redacción para Binns de mañana ni aunque me den un giratiempo—masculló Fred saliendo de la biblioteca—. Al menos el cohete me ha quedado chulo—dijo admirando con una sonrisa el cohete de tinta que se movía de un lado a otro entre los tachones de la redacción.
—Me tienes que enseñar a hacer eso...—respondió George en el momento en el que una masa blanca pasaba volando y lo traspasaba.
El chico se retorció en un escalofrío y el fantasma se llevó la redacción con el dibujo de Fred por delante.
—¡Nick, que estás muerto pero no ciego! —gritó Fred tomando su pergamino del suelo con cara de pocos amigos—.Maldito fantasma.
—¿Estás bien? —me giré para mirar a George que estaba tan pálido que incluso sus pecas parecían haber desaparecido.
—Eh, sí, sí, solo ha sido raro y muy frío—se encogió en otro escalofrío recordándolo.
—¿A dónde iría con tanta prisa?
El eco de un grupo de pies corriendo resonaron contra las piedras de las paredes del castillo.
Tres Gryffindor de primero pasaron junto a nosotros. Una melena naranja llamaba la atención entre ellos. Ron, Harry y Hermione.
—¡Ey, renacuajo! ¿se puede saber a dónde vais con tanta prisa?—la voz de Fred se hizo paso a lo largo del pasillo.
—¡Al comedor! ¡Dicen que hay una batalla!
Nos miramos los unos a los otros, justo antes de salir corriendo tras los chicos.
—¿Cómo que una batalla? —pregunté mientras bajábamos las escaleras a toda prisa.
—Sí, un uno a uno. Solo sabemos que son un Gryffindor y un Hufflepuff—contestó Harry llegando al final.
—Yo he oído que son de tercero—jadeó Hermione.
Los aviones de papel y los cortes de Jackson se estrellaron en mis pensamientos.
—Lee y Myers—susurró Fred.
—Será idiota...
Al parecer no era la única que lo había pensado.
Intercambiamos otra mirada justo antes de adelantar al trío.
Las grandes puertas del comedor esperaban abiertas de par en par. Una multitud de alumnos y unos cuantos fantasmas se arremolinaban alrededor de una mesa observando expectantes.
Nos abrimos paso entre la gente a codazos en busca de nuestro amigo.
Una cabeza de rizos se giró para dejarnos pasar.
Era Lee.
—Oh, ¡qué bien! —dijo con una sonrisa emocionada—. Pensaba que os perderíais el espectáculo.
—¿Qué? —lo miramos los tres extrañados.
—Pensábamos que te estabas peleando con Myers.
Lee frunció el ceño y dejó escapar una risa tonta.
—¿Quién os ha dicho esa tontería?
—Nos han dicho que había una batalla...
—Y era un Gryffindor contra un Hufflepuff.
La sonrisa de Lee se curvó aún más.
—Y no os han engañado—Lee se apartó lentamente para dejarnos ver lo que sucedía—. Ahora mismo está teniendo lugar la mayor batalla de la historia de Hogwarts...
El comentarista terminó de apartarse descubriendo lo que estaba mirando todo el mundo.
Dos ojos azules se clavaban como cristales en el centro de aquella mesa.
Los movimientos de manos eran rápidos y letales.
Las bocas de ambos se retorcían con cada uno de sus avances.
Y el cronómetro seguía contando como un marcador.
Emma y James Chamberlain apretaban sus mandíbulas.
Los dos se encontraban inclinados sobre un tablero de ajedrez.
Un suspiro atravesó los labios de los tres.
—¿Nos hemos perdido la batalla? —jadeó una vocecilla a nuestro lado.
—¡Batalla, batalla! Yo sí que te voy a dar una batalla—susurró Fred dándole una colleja a Ron.
La risa de Lee y los quejidos de Ron acompañaron el resto de la partida.

La Dama DoradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora