Cuando entramos al aula de Historia de la Magia todo el mundo empezó a reír.
—Ahora si que eres la dama dorada, eh, Alma—rió Fred Weasley que ponía los pies sobre la mesa.
Lee se estaba desternillando de la risa, mientras que George Weasley solo mostraba una tímida sonrisa ladeada.
—Te veo distinta, Campbell, ¿te has hecho algo en el pelo?—preguntó Lee haciéndose el confundido.
Charlotte respondió con su dedo índice.
Emma pasó junto a ellos con una mirada fulminante y dejó caer los libros sobre la mesa con un estruendo.
Los chicos se echaron hacia atrás con un gesto divertido pero asustado.
—Tranquilita, Robinson, no dispares—bromeó Lee haciendo una referencia a la profesión del padre de Emma y buscando con la mirada la aprobación de sus amigos.
Pero esta nunca llegó.
Lee se había pasado. Nadie hablaba jamás del padre de Emma o hacia una referencia a su negocio.
La furia inundó los ojos de Emma.
—Lee—contestó con una sonrisa amable— ¿sabes por qué mi padre salió de prisión?
El muchacho no contestó pero su sonrisa se deshizo.
—Porque supo cortarles la lengua a esos que hablaban demasiado—susurró con voz amenazante.
El chico tragó saliva lentamente.
—Mis disculpas, señorita Robinson—balbuceó escondiendo sus manos que temblaban bajo la mesa.
La chica asintió y volvió a su sitio justo cuando aparecía el profesor a través de la pizarra.
La clase continuó con su aburrida monotonía, mientras miraba por la ventana aburrida. El cielo estaba de color gris, no había nubes, era una masa uniforme de luz blanca. Noté un pinchazo. Charlotte me clavaba su larga pluma fucsia en la mano.
—¿No va a hacer efecto nunca o qué?—susurró.
Miré el reloj. La fiesta estaba a punto de comenzar. Asentí justo en el momento en el que un hipo se escuchó a mi espalda. Y un segundo. Y un tercero.
Las tres sonreímos a la vez.
El profesor Binns continuaba su explicación impasible, pero los hipos cada vez eran más ruidosos. Venían del fondo de la clase.
Los Bludgers pegaban pequeños botes sobre sus asientos intentando contener su creciente hipo.
Cada vez el ruido de los hipidos era mayor, cada vez los chicos botaban un poco más con cada ruidito.
La clase fue girándose poco a poco admirando el espectáculo.
—¿Se puede saber que es ese escándalo de ahí detrás?—preguntó el profesor girándose.
—Lo...hip...siento, no sé qué...hiiiiiiip...pasa—respondió Lee asustado mientras hipaba y se levantaba varios palmos del suelo.
El profesor los miró sorprendido.
—¡Dejaros de tonterías y parad de brincar!
—Nosotros no...hiiiip... tenemos nada que ver.... hiiiiip... se lo prometo—continuó George preocupado.
Entonces los chicos comenzaron a hipar sin cesar, como si fueran una ametralladora, y votaron hasta prácticamente tocar el techo.
Los Bludgers estaban aterrorizados.
El maestro Bins empezó a saltar intentado alcanzar el bajo del pantalón de Lee para que dejara de votar, con la mala fortuna de que los pantalones del chico se cayeron, dejando unos calzoncillos con estampados de caritas sonrientes a la vista.
La clase se deshizo en risas. Charlotte casi no podía respirar.
—¡Profesor, llame a alguien por favor!
El fantasma asintió apurado y desapareció en búsqueda de ayuda.
Miré el desastre que había causado con una sonrisa maliciosa. Alguien me devolvió la mirada. Fred Weasley.
Mi sonrisa creció.
—Resulta que al final sois más parecidos a las Bludgers de lo que pensaba—le dije mientras enseñaba el frasco de hipobrincos.
Fred abrió los ojos con furia justo antes de hipar y atravesar el techo con la cabeza.
***
Los Bludgers habían acabado en la enfermería. Según los rumores, Fred era el que peor estaba.
La noche caía sobre Hogwarts, la cálida luz de las velas alumbraba los rostros de los alumnos que escuchaban mi relato. Bueno, el de Bastian.
Cerré el libro con cuidado mientras los niños aplaudían. Una sombra se apoyó en la estantería frente a mí. George me miraba con sus ojos marrones acompañados de una expresión indescifrable. Me fijé en sus brazos cruzados, tenía una muñeca vendada.
Los niños iban desapareciendo mientras recogía mis cosas.
—No lo haces mal, Alma—dijo ayudándome a apartar un taburete.
—¿Qué quieres?—respondí alzando mi mirada con el ceño fruncido.
Seguía enfadada. Seguía dolida, no podía mirarlo sin recordar mi estupidez.
—Vengo en son de paz. De parte de los Bludgers—dejó las sillas y me miró dejando atrás su tapadera de "soy tu amigo voy a ayudarte a recoger". Se pensaba que era idiota.
Volví a mi puesto de recogedora de sillas. No quería mirarlo. No merecía mi atención.
—Seguro que sí.
George se puso a mi lado en una zancada y me quitó la silla de las manos dejándola en su sitio. Era la última. Ya no podía mirar otra cosa. Así que, le devolví la mirada. Estaba serio, cómo si estuviéramos hablando de un asunto de vida o muerte. Cómo si fuéramos adultos.
—A medianoche en la enfermería—se dio la vuelta y cuando su camisa rozaba la siguiente estantería, volvió levemente la cabeza—. Se me olvidaba, tráete a tus amiguitas.
Apreté el libro contra mi pecho, siguiendo a George con la mirada. Miré mis brazos todavía dorados. No me fiaba ni un pelo.
***
Charlotte miraba embelesada las puntas de su cabello todavía fucsias, mientras caminábamos con paso apresurado por los pasillos del castillo ya dormido. La enfermería estaba cerca según decía el mapa.
Cuando abrimos la puerta, George aguardaba cruzado de brazos tras ella, sin a penas dirigirnos una mirada, nos condujo a las camillas de Fred y de Lee. El pelirrojo tenía la cabeza recubierta de vendas y la luz de la luna dejaba entrever un ojo morado. Lee tenía un arañazo bastante feo en la nariz y el brazo lo llevaba sujeto por una venda, había oído que se había dislocado un hombro.
Eso lo había hecho yo.
Casi mordí mi labio con culpabilidad, casi. Pero los cien puntos que había conseguido por eso me pesaban más. Además el recuerdo de todo lo que nos habían hecho a mis amigas y a mí, hacía que el sentimiento de culpa desapareciera.
—¿Qué queréis?—pregunté alzando la cabeza.
—Directamente al grano, Claire. No me esperaba menos de ti—respondió Fred con una sonrisa torcida y voz ronca, mientras se apoyaba contra la almohada—. Adelante, sentaros. Poneros cómodas.
Nos miramos las unas a las otras con sospecha.
Fred bufó levemente como si intentara reírse, Lee puso los ojos en blanco.
—No hay nada—dijo George sentándose en cada uno de los taburetes.
Mis amigas me miraron, asentí sentándome junto a George, quien miró sus zapatos con repentino interés.
—Nosotros no queremos hacerle daño a nadie como otras que yo me sé...—murmuró Lee mirando como Charlotte se sentaba en su silla.
La chica contestó con una risa.
—El único daño que has recibido ha sido en tu orgullo,¿en serio? ¿Calzoncillos de caritas sonrientes? ¿Qué tienes? ¿Cinco años?
El rojo de las orejas de Lee pudo diferenciarse en la oscuridad.
—Escúchame, Campbell...
—Basta ya—ordenó Fred—. No os hemos llamado para discutir. Queremos proponeros algo. Una alianza.
Alcé una ceja.
—Lo siento, pero vamos solas—me levanté.
—Claire, escúchalo, por favor—la mano de George agarró mi brazo—. Esto también te interesa a ti.
—¿Y por qué?
Un bufido irónico de Fred sonó como respuesta.
—Porque ahora tenemos un enemigo común.
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La Dama Dorada
FanfictionClaire es la legítima heredera del ministerio español y el francés, perteneciendo a dos de las familias más poderosas del mundo mágico. Así, se encontrará en un mundo que ella no ha elegido, rodeada de lujos, de humillaciones, de abusos y corrupción...