Cuando salimos al jardín nuestras familias esperaban sentadas en una gran mesa blanca, adornada con flores de este mismo color y grandes tallos verdes, parecían estar sirviéndose el aperitivo.
Mi madre levantó la cabeza de su plato.
—Ya han vuelto—exclamó mostrando sus dientes blancos que resaltaban con sus labios pintados de rojo oscuro.
Me alejé de Daniel y levanté la cabeza en un gesto de superioridad.
Esto estaba a punto de comenzar.
Me senté en una artificiosa silla blanca que había junto a mi padre, quien estaba sentado a la cabecera de la mesa, frente a mí había un sitio libre para Daniel.
Los adultos nos miraban expectantes, como si fuéramos una rara especie animal.
Miré los platos que cubrían la mesa con aburrimiento mientras estiraba mi brazo para servirme uno de los pequeños canapés que parecían deliciosos. Daniel se sirvió otro, su mirada resbaló sobre mí, estaba esperando la señal.
Mi madre miró a mi padre apremiándolo para que acabara con ese silencio.
El ministro de magia, dejó sus cubiertos y juntó las manos sobre la mesa.
—Bueno, ¿os ha dado tiempo a conoceros un poco mientras estabais solos?
Perfecto.
Me llevé la mano hacia mi cabello para apartarlo hacia atrás. Pude ver cómo Daniel bajaba la mirada hacía su plato ocultando una sonrisa.
Comenzaba el juego.
Puse los ojos en blanco y resoplé en un gesto de desdén, vi como los Niebla se sentaban más erguidos y levantaban la cabeza mostrando su orgullo, Nélida Niebla levantó levemente una de sus finas cejas.
No les había gustado mi respuesta. Esto iba de maravilla.
Mi madre me miró por el rabillo del ojo y me dio un leve golpe por debajo de la mesa.
"Arregla esto ya" decían sus ojos azules.
Cogí el tenedor de plata con desgana y dije al aire:—Vas a Beauxbatons, ¿verdad?
La mirada de mi padre caía sobre mí como un jarro de agua fría.
"¿Qué estás haciendo?" casi podía oír la preocupada voz de mi padre.
Estaba siendo una completa idiota y se me daba genial para mi sorpresa.
Volví a mi canapé de salmón.
—Sí, estoy en segundo—respondió el chico con voz fría, escuché el tintineo de sus cubiertos. Él tampoco me miraba, no éramos nada interesante para ninguno de los dos.
Alguien se aclaró la garganta.
Todas las miradas fueron hacia ese punto de la mesa, la otra cabecera, donde se encontraba Aeneas Niebla, quien mantenía su gesto serio y no parecía haber probado bocado.
El hombre tenía un rostro completamente inexpresivo, que junto con su pálida piel le hacía parecer una estatua de mármol, una estatua de un dios disfrazado de hombre de negocios. Su pelo rubio engominado y peinado perfectamente hacia atrás, su traje negro, sus manos cruzadas sobre la mesa, y sus ojos.
Unos ojos grises que parecían poder ver los pensamientos más oscuros de tu mente.
Un escalofrío atravesó mi espalda.
—He oído que eres excelente en todas las asignaturas, Claire, una chica inteligente, apasionada, ambiciosa y de gran carácter—el hombre dijo todo aquello mirando su copa de vino a través de sus gafas, alzó su mirada chocando con la mía—. Pero hay algo que me tiene un tanto... inquieto. Se dice que te relacionas con sangre sucias, mestizos y traidores—continuó con un atisbo de repugnancia mientras su rostro seguía impasible—.¿Es eso cierto?
Apreté la servilleta bajo la mesa.
Estiré mi cuello.
—Sí—contesté con orgullo mientras aparecía en mi cabeza el rostro de cada uno de mis amigos.
El hombre dejó escapar un pequeño bufido parecido a una risa.
La hermana de Daniel abrió los ojos y miró a su padre expectante, una pequeña sonrisa de superioridad apareció en el rostro de la señora Niebla. Sin embargo, mi madre apartó su mirada de la mía, estaba furiosa, habían descubierto su mayor vergüenza, habían descubierto a su hija.
Mi padre apoyó una mano sobre la mesa.
—Aeneas—dijo con tono de advertencia.
El señor Niebla miró a mi padre.
—No consentiré que tú niñita vaya mirando a mi familia por encima del hombro cuando ella misma se deja en ridículo juntándose con escoria—respondió apretando la mandíbula—.Nadie se ríe de los Niebla.
Mi padre estaba furioso, parecía que le iba a lanzar un maleficio en cualquier momento.
Nadie se metía con mis amigos.
Nadie se metía con mi familia.
Y todavía menos me decían que tenía que hacer.
Exploté.
—Algún día, señor Niebla, seré la ministra de Magia de Francia y de España y no sólo gobernaré a "sangres puras" como dice usted, gobernaré sobre todos los magos, sin importar su sangre, y su condición, por ello se llama ministerio de magia, no de sangres puras. Por eso me rodeo de todo tipo de magos, porque un líder no es aquel que lleva una corona, es aquel que conoce a su pueblo—su mirada me atravesaba como un arpón, continué igualmente—.Si no está de acuerdo con mis compañías, señor Niebla, lo lamento, pero ni usted ni nadie me va a decir con quien pasar mi tiempo.
Todas la miradas estaban sobre mí.
Las mujeres Nieblas me miraban sin contener su sorpresa. Daniel me miraba con los ojos muy abiertos, parecía que iba a reír en cualquier momento. Mi padre parecía sorprendido, pero había orgullo en su mirada, admiración, pero no se podía decir lo mismo de mi madre, quien me miraba incrédula, como si ante sus ojos estuviera viendo crecer a una bestia.
Aeneas Niebla era el único que no parecía sorprendido, todo lo contrario, me miraba como si justo hubiera esperado esa respuesta, como si eso ya lo hubiera planeado él en su cabeza.
—Ya había oído que eras la persona más valiente que mucha gente había conocido o la más necia, la línea entre ambas es tan fina que apenas se puede discernir—me miró de arriba a abajo analizándome—.Justo lo que creía—el hombre miró a mis padres—.Acepto esta unión, vuestra hija es digna de casarse con mi sucesor—su mirada volvió a mí—. Eso sí, repite algo como esto y pasarás a formar parte del grupo de los necios, no te interesa tenerme en tu contra.
Mi mirada y la de Daniel chocaron.
Estábamos estupefactos.
Todo había sido una prueba.
Una prueba que solo conocía Aeneas Niebla.
Una prueba que había superado a la perfección.
—La comida puede seguir—dijo el hombre como si fuéramos nosotros sus invitados.
Esas palabras sonaron en mi cabeza como un "Jaque mate".
Y, ahí estaba, Aeneas Niebla, el mayor estratega y el hombre más inteligente con el que me iba a encontrar, devolviéndome la mirada.
Dándose cuenta de que dentro de algunos años me convertiría en algo imparable.
De lo único que no se dio cuenta era de que el próximo Jaque mate no lo haría él.
Ese fue su mayor error.
***
Una vez terminamos de comer y el ambiente se calmó, volvimos al salón de la mansión para resguardarnos del abrasador sol de España. A lo largo de la comida habíamos hablado sobre nuestras familias y había aprendido mucho sobre Daniel, más que de Daniel, de Daniel Niebla.
Al parecer Daniel pertenecía a la casa Papillonlisse, que podría decirse que era una especie de mezcla entre la casa Gryffindor y la Hufflepuff, para estudiantes muy sociables y temperamentales, además de con grandes dotes artísticas.
—Está en la casa de las mariposas, para soñadores y risueños—como dijo Aeneas Niebla con frialdad bajo la atenta mirada de su mujer y el ceño fruncido de su hijo—.Toda mi familia han sido Ombrelune, la casa de los lunas, de los que acaban en lo más alto, ambiciosos, grandes pensadores.
—Aeneas...—susurró Nélida Niebla con una mirada que podría haber roto una copa en pedazos.
Daniel no levantaba la vista de su té.
—Nuestro hijo es un gran papillon, el mejor de todos, inteligente como ninguno, sabe más de Historia de la magia que cualquier persona que conozca—dijo su madre con orgullo—. Cuidadoso con los detalles como nadie, y con una gran capacidad para relacionarse, todo lo que necesita un gran líder—continuó dejando caer una fría mirada en su marido que parecía impasible, la mujer miró el gran reloj que se alzaba desde el suelo—.Bueno, basta de hablar nosotros, creo que Daniel y Claire deberían de quedarse solos en alguna habitación para conocerse mejor,—la mujer rubia miró a su hijo como si hubieran mantenido esa conversación antes—,¿verdad, Daniel?
Daniel levantó la mirada de su taza y asintió.
—Sí, sí, por supuesto—el chico se levantó y se acercó al blanco sofá donde me encontraba sentada—. Señorita—murmuró Daniel agachando la cabeza y ofreciéndome la mano.
Miré a mis padres quienes asintieron.
Tomé el brazo de el chico.
Nos dirigimos hacia el cuarto de la chimenea, donde solía leer o donde mi padre recibía a las visitas más informales.
Abrí las grandes puertas de madera, dejando ver la amplia estancia la cual estaba cubierta de estanterías de un color marrón chocolate llenas de libros, los amplios ventanales dejaban ver las vistas hacia el bosque e iluminaban la habitación de un color crema.
Daniel tomó aire mientras cerraba los ojos.
—Me encanta este olor.
La habitación olía a madera y a tinta, ya que mi padre pasaba las tardes retocando documentos, también olía a papel, a veces si cerraba los ojos podía llegar a imaginar que volvía a estar en la biblioteca de Hogwarts con Charlie.
Daniel avanzó despacio quedándose con todos los detalles, deslizando delicadamente la punta de sus dedos con el lomo de los libros.
Me crucé de brazos observándolo, por alguna razón quería que le encantará aquel lugar, era de mis lugares favoritos de la mansión. Sentía que aquella salita reflejaba parte de mi alma.
Fruncí el ceño, ¿qué me estaba pasando?
El chico llegó hasta una pequeña mesa donde descansaba un bonito ajedrez de marfil, lo señaló con una sonrisa mientras alzaba una ceja.
—No sabía que jugabas—sonrió tomando un caballo negro que sacudía la cabeza y dándole vueltas en su manos, lo volvió a dejar en su sitio.
Me fijé en sus manos, un gran anillo plateado descansaba en uno de sus dedos.
—No habías preguntado—me encogí de hombros, observando como el sol perfilaba su figura con un color dorado.
El chico se dio la vuelta de repente, mis pensamientos se esfumaron.
—Casi lo olvidaba—murmuró Daniel alzando un dedo, el muchacho buscó algo dentro de su chaleco plateado—Toma, esto...—murmuró con una tímida sonrisa sin mirarme—Esto es mi prueba de amor.
El chico me tendió una pulsera conteniendo un risa nerviosa. Miré a Daniel con asombro y sin poder evitarlo me reí a carcajadas.
—¿Tu prueba de amor?—conseguí decir entre risas.
Daniel comenzó a reírse.
—Bueno, es lo que me ha dicho que diga mi madre—río mientras se encogía de hombros.
Conseguí tranquilizarme e intenté recobrar la compostura.
—Se supone que me acabas de conocer, es más, nuestros padres piensan que nos acabamos de conocer y ¿tienes que darme una prueba de amor?¿qué amor si ni nos conocemos?—suspiré casi con tristeza—.Es absurdo—susurré mirando la pulsera que seguía en manos del muchacho.
La cadena plateada se entrelazaba con los blancos dedos de Daniel.
—Opino lo mismo, es una tontería, además de ser lo más vergonzoso que he tenido que decir en toda mi vida—continuó encogiéndose de hombros con una sonrisa—. Pero cógela, porque si no mi madre me va a matar como piense que no te he mostrado mi amor eterno e incondicional.
Miré los ojos del chico y cogí la pulsera sonriendo.
Era preciosa, estaba hecha de una cadena de plata de la que colgaba una especie de canica que parecía estar hecha de niebla, la cual se arremolinaba dentro de ella.
—Gracias, me encanta—susurré mientras admiraba los remolinos que formaba la niebla—Es increíble.
—Y útil—prosiguió Daniel levantando sus cejas. El muchacho se apartó el rubio flequillo de sus ojos—.Esta es una verdadera joya de Niebla. Toma la forma que desees, pulsera, anillo, collar, broche, lo que quieras, y, bueno, hace invisible a quien la lleva puesta tan solo con desearlo.Mira—dijo enseñándome su mano en la que descansaba aquel anillo que había visto antes. El anillo era grande, de un color plata y mostraba una gran N en el centro la cual estaba enmarcada por una especie de gema rectangular de aquel extraño material que contenía niebla dentro.
Daniel se acercó a mí sonriendo y justo cuando parecía que su frente y la mía iban a chocar desapareció, dejándome a mí sola, reflejándome en el gran espejo que estaba en la pared de enfrente.
Algo me apartó el pelo de la oreja.
Miré a ambos lados con una sonrisa.
Y en ese momento miré al espejo de nuevo, y ahí estaba la figura de Daniel, detrás de mí.
—Adelante, inténtalo—sonrió tomándome la mano y poniendo la pulsera en mi muñeca.
Daniel y yo pasamos la tarde en esa sala encerrados, hablando y riendo.
Adoraba a aquel chico.
Había una especie de luz en el que me encantaba.
No podía dejar de mirarlo.
Moví la cabeza cerrando los ojo, "¿qué te pasa?", pensaba.
Entonces alguien tocó a la puerta.
Nana apareció con su acostumbrada vestimenta gris.
—Señorita Alma, señorito Niebla—saludó agachando la cabeza—.Es la hora se despedirse, les esperan en la recepción—nos informó con una tierna sonrisa.
Miré a Daniel, quien se encontraba apoltronado en un sillón, su pelo dorado brillaba bajo la suave luz del atardecer. No quería que se fuera, me encantaba pasar tiempo con él.
Daniel me miró como diciendo, "se acabó".
Suspiré mientras me levantaba de mi asiento.
—De acuerdo, Nana.
Daniel me siguió como una sombra hasta el recibidor donde se encontraba el resto de su familia despidiéndose de mis padres.
Mi madre no paraba de sonreír, mientras que mi padre se mostraba serio.
Algo sucedía.
Daniel se acercó para darle la mano a mi padre y hablar alegremente con mi madre.
Me acerqué a su madre y a su hermana para despedirme y mientras lo hacía noté como una mirada me atravesaba.
Y allí estaba Aeneas Niebla buscando mi atención.
Me acerqué a darle dos besos.
—Ha sido un placer, Claire—susurró el hombre—. Espero que la próxima vez vengas a visitarnos a nuestro hogar y dejéis de veros en el bosque como animales.
Mi espina dorsal se tensó.
Lo sabía.
Claro, que lo sabía.
El hombre se apartó levemente.
La suficiencia cruzó su cara.
—Recuerda que yo lo sé todo, Claire Alma.
Y con eso esas ultimas palabras se fue.

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La Dama Dorada
FanfictionClaire es la legítima heredera del ministerio español y el francés, perteneciendo a dos de las familias más poderosas del mundo mágico. Así, se encontrará en un mundo que ella no ha elegido, rodeada de lujos, de humillaciones, de abusos y corrupción...