33. Tántalo

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Los Weasley no habían dado señales de vida en toda la tarde, así que, volvimos a la habitación para dejar los libros antes de ir al comedor. Charlotte estaba hablando sobre unos extraños anillos, que le había comprado a una chica de Hufflepuff de sexto, los cuales cambiaban de color si la respuesta que estabas poniendo en el examen era incorrecta. Había comprado uno para cada una, para Emma uno plateado con una piedra azulada, el mío era dorado con una piedra granate. Emma giraba el anillo entre sus dedos, tanteando la idea de utilizar la joya, pero minutos más tarde lo desactivó, quería sacar buenas notas por si misma. Sin ayudas.
Entramos en el comedor dentro de la marea de alumnos.
—¿Vas a desactivar el tuyo también?—me miró Charlotte.
—Sí, pero lo haré luego—respondí con cansancio.
No quería hablar de anillos, lo único que quería hacer en aquel momento era ver como los Weasley y Jordan admitían delante de todo el mundo que no eran La Corona de tres puntas.
Una mano cayó en mi hombro, dándome ánimos.
—Ey, ya verás como esos idiotas no se van a llevar el mérito, seguramente ahora estén temblando de miedo en su habitación. No se puede bromear con La Corona de tres puntas—sonrió Emma, guiñándome un ojo.
—Yo ya los hubiera mandado con un cohete a Marte—continuó Charlotte mirando su anillo mientras nos sentábamos en la mesa de Gryffindor.
La mesa fue llenándose poco a poco de gente, Percy Weasley apareció junto a nosotras en pleno ataque de ansiedad.
—DOS MESES, DOS MESES DE CURSO Y YA TENGO QUE HACER LOS CUATRO PERGAMINOS DE HISTORIA DE LA MAGIA, ESCRIBIR LAS PROPIEDADES DEL VENENO DE MANTÍCORA, HACER EL TRABAJO DE TRANSFORMACIONES Y UN MILLÓN DE COSAS MÁS—gritó desquiciado mientras pasaba las manos por sus rizos anaranjados.
Una chica de Ravenclaw tocaba su hombro mientras lo animaba.
—Venga, Percy, no seas así, tampoco es tanto. Además, todo es para la semana que viene y tienes el fin de...
—CALLA, CALLA, NO ME ORGANICES, LO HARÉ SOLO, QUE ES COMO SALEN BIEN LAS COSAS EN ESTA VIDA—continúo mientras se alejaba con grandes zancadas de la chica.
Emma miró la escena alzando una ceja.
—Pensaba que la dramática de la familia era Fred, no Percy—murmuró la chica siguiendo al muchacho con sus ojos azules.
—Al final todo se pega—respondió Charlotte quien también había observado la escena incrédula.
Un rayo iluminó la estancia.
Una risa fingida se escuchó junto a nosotras. Los pasos de las zapatillas mojadas contra el mármol parecieron resonar por todo el comedor.
Ahí estaban.
Los Bludgers.
Con las túnicas empapadas y las zapatillas llenas de barro.
Habían llegado desde el mismísimo infierno.
Un trueno retumbó sobre todas las baldosas del castillo.
Fred miró a mis amigas con indiferencia, después sus ojos marrones se deslizaron sobre la mesa del comedor, y llegaron hasta mí. Pude sentir como su odio me quemaba como el fuego. Cómo quemaba como el hielo.
—La próxima vez que se te ocurra amenazar a mi hermano, a Jordan o a mí, estás acabada, ¿entendido?—susurró en mi oreja mientras clavaba las uñas en la madera junto a mi plato—. Las Bludgers no cedemos ante amenazas, y menos si son de princesitas arrogantes.
La furia ardió en mis venas.
—Cierto, se me olvidaba que las Bludgers no se detenían con palabras, se detienen con un buen golpe—respondí mirándolo a los ojos, mientras hacía incapie en la última palabra—. No me puedo creer que tengáis la cara de suplantarme y aún decirme que la tramposa soy yo—lo miré con asco—. Me dais pena.
La mandíbula del chico se cerró con fuerza. El muchacho me miró de arriba abajo conteniendo su ira, y de repente algo cambió, sus cejas se arquearon en una mueca burlona.
—Ya lo veremos después de esta noche. Nos veremos pronto, mientras tanto, bon appétit, mademoiselle—susurró con una sonrisa maliciosa justo antes de desaparecer con sus secuaces.
Salaud arrogant—respondí enfurecida.
Charlotte miró los rizos empapados de Jordan.
—¿Qué estarían haciendo fuera?
—Nada bueno, seguro—respondí.
—Van al bosque—dijo Emma—.Los he visto varias veces yendo hacia él, van con cestas vacías y vuelven con ellas llenas de hierbajos, frutos, bayas, piedras...De todo un poco.
Charlotte y yo fruncimos el ceño.
—¿Para qué?—pregunté.
—Pociones para hacer bromas seguramente —miramos a los chicos que movían su pelo al otro lado de la mesa mientras salpicaban gotas de lluvia—. Para un buen alquimista el bosque puede ser como un armario lleno de todo lo necesario, eso sí, hay que saber donde mirar, y lo que me parece sorprendente es que ellos lo sepan.
Otro rayo iluminó la estancia.
Y como si fuera una señal, la cena apareció en las bandejas.Estaba hambrienta.
Me lancé sobre una bandeja de pollo asado como un animal, pero algo sucedió, el pollo se movió al otro lado de la mesa. Miré extrañada mi tenedor. Volví al ataque, esta vez el trozo de pollo a por el que iba desapareció y así con el siguiente, y con el siguiente. Iba de plato en plato. Las bandejas se movían o desaparecía la comida sin más justo antes de llegar a mi boca. Cogí mi taza para beber zumo de calabaza, por lo menos podría beber, pude sentir el frío de la bebida sobre mis labios y justo, nada. La taza estaba vacía.
"¿Qué está pasando?"
Miré a las chicas que estaban viendo lo que sucedía con incredulidad.
—Deja el tenedor, tiene que estar hechizado—murmuró Emma.
La chica cogió una chuleta y cortó un trozo, extendió el tenedor hacia mí, dándome la comida como si fuera un bebé.
El trozo de carne desapareció.
Unas risas resonaban al otro lado de la mesa.
Fred se desternillaba sobre su plato.
"Bon appetit, mademoiselle".
Habían sido ellos, estaba claro.
Pero no tenía ni idea de cómo lo estaban haciendo.
—Claire, ¿has probado las costillas?—gritó Lee con la boca llena—están deliciosas.
—¿Y el zumo de calabaza? Está recién hecho—rió Fred.
George no decía nada, pero miraba fijamente lo que sucedía. Con interés. Estaba mirando como desaparecía la comida.
Nuestras miradas chocaron.
El odio estalló dentro de mí, él apartó su mirada.
La cena siguió, los postres aparecieron y yo no había probado bocado. Un tarta de frutas del bosque apareció ante mí. Casi quería llorar. George continuaba mirándome, el muchacho había dejado de comer hace ya. Movió los labios mientras se levantaba, arrastró los pies hasta donde nos sentábamos y se inclinó a cortar un trozo de tarta.
—Es un anillo de Tántalo, hace desaparecer la comida y la bebida, quítatelo.
El trozo cayó en su plato.
Miré a George mientras se iba, era mi única esperanza. Lancé el anillo al otro lado de la sala. Corté un trozo de tarta y cogí un poco con el tenedor. La nata rozó mi lengua, el sabor dulce me atravesó.
Casi me derrito del placer.
Devoré mi trozo sin piedad, mientras mis amigas me miraban con los ojos abiertos viendo lo que acababa de pasar.
—¿Qué?—pregunté relamiendo el tenedor.
—¿Cómo que qué?—dijo sorprendida Charlotte—. George acaba de ayudarte.
—Igual que en el partido —continuó Emma con un tono de voz que parecía estar dándose cuenta de algo.
Alcé una ceja.
Y miré hacia donde estaba el chico pelirrojo, sus ojos marrones me devolvieron la mirada justo antes de girarse hacia su hermano con una sonrisa tonta.
No iba a volver a caer en la trampa.
No iba a volver caer en esa trampa, en esa sonrisa.
No iba a volver a creer en su mano tendidas para ayudarme.
Porque así eran ellos, unos tramposos, unos mentirosos. Bromistas. Eso era lo que éramos.
Negué con la cabeza.
—Es una trampa seguro, George quiere hacerse amigo mío por algo, no estoy segura para qué, ¿sabotearme, quizás? ¿Robarme ideas? No tengo ni idea, pero quieren algo.
—¿Cómo estas tan segura? Parece simpático—murmuró Emma.
—Sí, además, ¿lo has visto en la cena?, no probaba bocado parecía sentirse...
—Culpable—dijeron mis dos amigas a la vez.
La sonrisa arrogante de George apareció en mi mente, mientras se enredaba con sus palabras.
"Nosotros no somos los farsantes, aquí la única que finge ser algo que no es, eres tú. No eres una bromista, solo tienes dinero."
Aquello no te lo decía un amigo.
No.
—No es de fiar—miré hacia el frente clavando mi tenedor en la tarta.
—¿Entonces que vas a hacer?
Una sonrisa se abrió paso entre mis labios.
—Prepararme para la guerra.

La Dama DoradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora