4. La Última Carta

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Mi abuela gritaba. Seguía gritando. Oí a mi madre correr hacia su despacho. Escuché cómo mi madre intentaba retener un grito de horror.
Algo dentro de mí comenzó a funcionar. Sin que me diera cuenta ya había bajado las escaleras corriendo y estaba en la puerta del despacho de mi abuela. La gran puerta de madera oscura estaba entreabierta, y lo que vi habitará siempre en mis peores pesadillas.
Bastian.
Mi Bastian colgaba de una cuerda en medio del despacho de mi abuela. Se balanceaba tristemente como un péndulo. Su pelo oscuro y ondulado caía sobre su cara. Sus manos inmóviles a ambos lados de su cuerpo se balanceaban a la par con sus pies.
No.
No.
Bastian.
El corazón se me deshizo en el pecho.
Comencé a gritar de dolor.
Corrí hacia su cuerpo y abracé sus piernas, como si con el contacto pudiera despertarlo, mientras las lágrimas me surcaban las mejillas.
—¡Bajadlo!—miré a mi abuela sin verla.—¡BAJADLO!¡He dicho que lo bajéis!—rogué desesperada.
—BASTIAN.
Nana apareció, me cogió de los hombros y me arrastró hacia fuera.
Intenté luchar contra las manos que trataban de alejarnos.
—¡No, no, no! Dejarme quedarme con él.

 Intenté zafarme de Nana, mientras estiraba un brazo para tocar la mano de Bastian.
Agarré sus dedos fríos como el hielo.
Me agarré a la esperanza de que todavía lo podía salvar .Eso fue lo que terminó haciéndome pedazos. Nana consiguió separarnos, y cuando lo hizo, la mano de Bastian cayó inmóvil. En ese momento fue cuando me di cuenta de que él de verdad ya no estaba. Fue cuando vi su mano alejarse como una mariposa, como si fuera la mano de un muñeco roto.
Porque eso era lo que era, un muñeco roto.
Ya no era Bastian.
Ya no quedaba nada de Bastian en ese cuerpo.
Porque si hubiera quedado algo, esa mano nunca se hubiera alejado. Él hubiera luchado para que no nos separaran. Sin embargo, él se alejó como una gaviota hacia el amanecer.
Y eso, eso fue lo que acabó conmigo.
Porque fue una desgracia.
Una desgracia que un hombre como Bastian tuviera que ahorcarse para cortar las cuerdas que me ataban. Para que me diera cuenta de todas las cuerdas que me ahogaban.
Mi corazón estaba despedazado.
Roto.
No era más que un artilugio inútil.
No era más que un vacío.
Sentí náuseas.
Nana aprovechó esa debilidad repentina para sacarme de la habitación.
—¡NOOOO!—grité como una bestia.—¡TÚ!—aullé en español mirando a mi abuela mientras las lágrimas seguían su curso.—¡TÚ!¡MONSTRUO!—la señale, e hice uso de la fuerza y la rabia que me quedaba para escapar de Nana.

Todas las bombillas de la sala explotaron.
Agarré a mi abuela del vestido, mientras mi madre miraba con la boca abierta sin poder moverse.
Mi abuela me miró con esos ojos azules, sin pestañear.
—¡TÚ LO HAS MATADO!¡TÚ!—me temblaban las piernas, caí al suelo rota.—¿Por qué...—susurré con un hilo de voz—. Bastian...Bastian...—lloré acurrucada en el suelo.
Vi como mi abuela arrugaba algo en su mano, mientras Nana, con ayuda de Jacques, me arrastraban hacia mi habitación.
No era la única que lloraba, Nana también lloraba mientras me susurraba:—Claire, todo saldrá bien...
Pero no.
Nada podía salir bien cuando Bastian se acababa de ahorcar en el despacho de mi abuela.

Cuando abrí los ojos no me acordaba de haberme quedado dormida en mi cama. Tampoco recordaba cómo había llegado hasta ella. Noté que algo duro se me clavaba en el pecho.
Levanté la cabeza confundida, y me di cuenta de que estaba abrazando el libro de Bastian.
Bastian.
La imagen de su cuerpo me asaltó. Intenté no llorar pero quizá fue la textura de la tela la que hizo que una lágrima cayera.
Quizá fue el título del libro, lo que hizo que un sollozo me atravesara.
Quizá fueron aquellos dragones, que me observaban desde el suelo, los que me acabaron metiendo en ese vacío.
Quizá fue el sonido de aquella pala que se oía a lo lejos en el jardín. Hundiéndose cada vez más en la tierra y en mi alma.
Quizá fue el olor del libro lo que hizo que me acordara de aquella nota que se reía de mí desde debajo de la almohada.
Cogí la nota furiosa, apretando los dientes mientras lloraba.
"Nunca quise hacerte daño.
Te quiero."
Leí las palabras furiosa, ahogándome con mis sollozos.
Pensaba que quería volver a verme.
Pensaba que seríamos felices.
Pensaba que podría volver a darle la mano.
Pensaba que volvería a escucharlo llamarme mon cheri.
Pensaba muchas cosas.
Pero todos mis pensamientos cayeron como fichas de domino. Uno sobre otro.
Aplastándome.
Ahogándome.
No quería hacerme daño.
Pero, Bastian,¿si no querías hacerme daño por qué siento cada vez que oigo tu nombre cómo me atraviesa una daga el corazón?
Si no querías hacerme daño, ¿por qué terminaste el nudo que te ataste al cuello?
Si no querías hacerme daño...
No querías hacerme daño. Pero te fuiste.
Me abandonaste aunque me prometiste que te quedarías. Como los demás. Y tú, Bastian no eras como los demás....
Me prometiste que siempre estarías conmigo...
Pero hiciste un nudo y te fuiste.
Sabiendo que ese nudo me iba a hacer más daño a mí que a ti. Sabiendo que al final ese nudo se iba a clavar en mi piel y no en la tuya.
Sabías que la que se iba a ahogar iba a ser yo.
¿Cómo lo hiciste, si no querías hacerme daño?
Rompí la nota por la mitad, justo cuando mi corazón se abrió como un saco viejo que se deshilacha, dejando caer todo lo que tenía dentro.
Entonces, el libro se cayó al suelo, abriéndose por la mitad, y dejando ver una carta.
Una carta.
"Lo siento, mon cheri."
Ponía con letras grandes en el sobre.
No podía más, así que grité.

La Dama DoradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora