50. La Ópera de Eurydice

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Habían pasado varios días desde que encontré aquella extraña nota con la que todavía no sabía que hacer.
"¿Que sería el 95?"
Continué perdida en mis pensamientos mirando los ornamentos de oro que decoraban la cúpula de la ópera. La música resonaba por cada uno de los rincones.
" Para. No le des más vueltas y sigue el plan. Guardarla hasta que veas al abuelo."
Intenté concentrarme de nuevo en la ópera. El gran escenario estaba inundado y grandes olas se arremolinaban en su interior, simulando una tormenta marina mientras dos grandes barcos batallaban y sus tripulantes cantaban. El protagonista corría de un lado a otro, acabando con los adversarios buscando a su amada, una mujer de amplias curvas que llevaba un gran vestido que parecía estar hecho de olas que ondulaban sobre ella.
"Esta gente no debe saber que es el Quidditch si piensa que esto es diversión".
Una mano se posó sobre mi vestido de color melocotón.
—¿Te estás aburriendo tanto como yo o es cosa mía?—susurró Daniel junto a mi oído.
—Es cosa tuya... yo me estoy aburriendo el doble—respondí acercándome a su corbata del color de mi vestido.
Daniel río levemente.
—Ojalá poder desaparecer e ir a la heladería que hay en el centro de la place.
Asentí. Me estaba muriendo de hambre.
Los ojos plateados de Daniel seguían clavados en los míos con una sonrisa expectante. Miré a mi madre que estaba girada mientras Eugene le susurraba algo rápidamente al oído, antes de volver a su posición. Mi madre me devolvió la mirada, y lo peor, mi abuela también se asomó para mirarme. Volví a acercarme a la corbata de Daniel.
—Misión imposible.
Daniel suspiró.
—Me lo temía.

Cuando el espectáculo acabó, empezó lo peor, los saludos y las preguntas. Los flashes llovían por todos lados mientras saludábamos al dueño de la gigantesca ópera. Un mago regordete con una calva incipiente y un gran mostacho castaño que no paraba de hablar de su gran invención, "el potenciador luminoso más grande del mundo" y cuyo secreto solo conocía él. Para nuestra suerte, a Daniel y a mí nos hicieron las preguntas muy rápido y pudimos apartarnos mientras los adultos seguían hablando. Miré a mi madre que saludaba con una sonrisa pintada de rojo sangre, y tomaba del brazo a Nélida como si fueran amigas de toda la vida.
—No sabía que tú estarías por aquí—dijo una voz en francés detrás nuestra.
Un chico que sería de la edad de Daniel lo miraba, tenía el pelo castaño y peinado en forma de casco. Todo en el parecía normal, excepto sus ojos, de un color violáceo a juego con su corbata, sobre la que se posaba un broche con un pájaro dorado. Un Uccello reconocí.
El rostro de Daniel pasó de la sorpresa a mostrar una sonrisa cordial en milésimas de segundo.
—Dante, ¿que haces aquí?
—A tu familia no es a la  única a la que invitan a todos lados—mostró una sonrisa torcida—. ¿No me piensas presentar a tu prometida?
El chico dejó arrastrar las sílabas de una forma que no me gustó nada. ¿Quien se creía ese tal Dante?
—Claire, este es Dante—me presentó—. Dante Uccello, heredero del ministerio italiano y compañero mío en Beauxbatons.
"Regiah no quiso establecer una conexión con el joven Dante Uccello que tiene más o menos tú edad, por lo que su abuelo, Arnaldo, un gran amigo mío, me contactó y me ofreció a Regiah como un regalo para ti."
Recordé las palabras de mi abuelo, ese era el dueño original de Regiah.
—Compañero—se burló—. Que formal, ¿tanto te cuesta reconocer que somos amigos?
Dante no dejaba de utilizar un tono de voz extraño, como si se estuviera riendo de nosotros en nuestra cara. Como si supiera algo que nosotros no.
Los ojos de Daniel se oscurecieron.
—Tú y yo nunca vamos a ser amigos.
La sonrisa insolente de Dante desapareció y sus cejas se alzaron con orgullo.
—Vaya, las mariposas también muerden—se burló de la casa de Daniel.
Me crucé de brazos. Nadie se metía con los míos, y ese italiano ricachón no era una excepción.
—Bueno, al menos a Regiah no le encanta picotearlo como si fuera un ratoncillo, lo que es muy triste sabiendo que el Uccello, eres tú—sonreí mostrando todos mis dientes.
El chico me traspasó con la mirada.
—Eres directa—me miró de arriba a abajo—. Me gusta, pero te voy a dar un consejo, cuidado con quien lo eres porque en un futuro puede que necesites su ayuda—respondió con voz amenazante, su sonrisa ladeada volvió a escena—. Encantado de conocerte, Claire Alma—susurró tomando mi mano y posando un beso en ella antes de desaparecer.

El sol empezaba a salir en Paris, pasando con sus manos doradas entre mis cortinas. Di la vuelta sobre mi colchón para poder verlo mejor, causando un quejido de Yara que dormía a mis pies.
Aquella noche a penas había dormido, entre la nota que había encontrado y el episodio de Dante Uccello.
Su forma de hablar, de mirar a Daniel y después a mí, sus sonrisas de superioridad me daban la sensación de que no escondía nada bueno. Lo peor es que lo que más me preocupaba no era Dante, si no el comportamiento de Daniel. Había estado muy raro el resto de la noche.
"Tú y yo nunca vamos a ser amigos."
La frialdad de las palabras de Daniel casi cortaron el aire. Nunca lo había visto así. Siendo un Niebla.
Alguien tocó a la puerta blanca de mi habitación que se abrió con un chirrido.
Una cabeza rubia asomó en el umbral.
—¿Estas despierta?—susurró con una sonrisa.
—Ahora sí—murmuré soñolienta estirándome entre las sábanas—. Pasa y cierra la puerta, anda.
La sonrisa de Daniel se ensanchó, mientras entraba sin hacer a penas un ruido con su pijama de rayas finas grises.
Llevaba un periódico enrollado entre sus manos.
—Mira esto.
Daniel desplegó el periódico, mostrando el titular " La ópera de Eurydice, todo un éxito". Tras la columna un extenso artículo que explicaba todo sobre los focos mágicos desarrollados por el dueño y  que muchos querían investigar para desarrollar más aplicaciones. Al parecer podían tener efectos tan impresionantes como imitar la luz de la luna llena y convertir a los hombre lobo en lobo sin apenas esfuerzo, o, incluso, reducir vampiros a cenizas. Es increíble el poder de algo tan sencillo como la luz.
Sin embargo, lo que llamó mi atención era la foto que había al lado. Justo en el momento en el que Daniel y yo hablábamos sobre escaparnos nos habían tomado una foto. Me apartaba el pelo tras la oreja mientras nos acercábamos para hablar con una sonrisa, tanto que parecía desde esa perspectiva que nuestras narices se rozaban. Tras nosotros aparecía mi abuela con cara de pocos amigos y el señor Besta apoyaba una mano en el hombro de mi madre, susurrando algo a su oído.
—Me encanta la foto—sonrió Daniel emocionado—. La pienso recortar.
Sonreí.
Pero seguí mirando la cara de mi abuela que pasaba la mirada de un lado a otro, buscando algo. Al momento de girarse a mirar a mi madre y susurrarles algo a ella y a Eugene con cara de enfado, tras lo cual el guardaespaldas rápidamente se apartó y desapareció con el ceño fruncido.
"Están tramando algo".
Un presentimiento me atravesó de arriba abajo. La nota, Montblanc, la ópera, esa foto...
"Las gárgolas no mienten" escuché la voz cruel del señor Montblanc.
Algo estaba a punto de suceder, y no sería nada bueno.

La Dama DoradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora