15. El Salvador

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McGonagall se acercó a la joven.
—Campbell, quería hablar con usted porque ha llegado hasta mí la cantidad de problemas que ha tenido en su primer día.
Charlotte miró nerviosa a la profesora.
—Lo siento, no era mi intención, ya sabe, todo esto es nuevo para mí—interrumpió la chica a su jefa de casa.
McGonagall alzó levemente las comisuras de sus labios.
—Lo sé, lo sé, por eso quería aconsejarte que encontraras un tutor, es decir, un compañero que te ayude a conocer el mundo mágico, esta idea me la ha ofrecido un compañero tuyo que se ha ofrecido para ayudarte.
—¿Y quién es ese compañero si se puede saber?—preguntó con el ceño fruncido.
—Lee Jordan, me ha contado que sois muy buenos amigos y que está muy preocupado por ti. Creo que sería una muy buena opción.
Charlotte apretó sus puños. Claro que había sido Lee.
—Creo que Lee no sería un buen candidato, profesora. No sé qué le habrá contado, pero somos de todo menos buenos amigos—repuso enfurecida.
McGonagall miró a la chica con una sonrisa dibujada en los ojos.
—Ya veo, pues si ese es el caso,  creo que estaría muy interesada en conocer a alguien que está muy cualificado para el puesto.De familia mágica, muy simpático, inteligente, trabajador y muy paciente.
—Podría darle una oportunidad—contestó Charlotte encogiéndose de hombros.
Al ver que la profesora asentía y hacia un ademán de marcharse, la chica prosiguió—. Profesora, ¿podría quedar esto en secreto? No me gustaría que pensaran que soy tonta o inútil...
—Por supuesto—respondió McGonagall girándose levemente.
****
Era sábado, es decir, la primera noche de cuentos y todo el mundo parecía muy emocionado a la hora de la cena. El alegre murmullo de los estudiantes se entremezclaba con el sonido de los cubiertos, el cielo nos vigilaba desde arriba con un color añil.
Charlotte parecía ausente mientras observaba a un chico unos asientos alejado de nosotras. Lee Jordan.
Charlotte se la tenía jurada desde su primer encuentro, sin embargo desde la reunión que tuvo con McGonagall su odio hacia el chico parecía haber crecido.
Desde entonces había intentado gastarle una broma, cada día Regiah había llegado con un paquete distinto de Gambol & Japes para ella: polvos para eructar, varitas de broma, gustamos silvantes, jabón de huevos de rana...
Lo que Charlotte no sabía es que era casi imposible gastarle una broma a un bromista, además de que la chica se había negado a recibir cualquier tipo de ayuda para inflar su herido orgullo.
—¿Qué se supone que le vas a hacer ahora?—pregunté sirviéndome un poco de puré de patatas.
—Taza que muerde la nariz—respondió rápidamente sin dejar de mirar a su presa.
Lee charlaba animadamente con los gemelos.
—Bebe, bebe, bebe...—mascullaba Charlotte.
Entonces el chico movió la mano hacia su copa y justo cuando se la iba a llevar a la boca la miró de reojo y comenzó a reírse.
Tras buscar a Charlotte con la mirada gritó: —Con que una taza que muerde la nariz, buena elección pero espero que la siguiente sea un poco más original.
Los gemelos rieron al unísono.
Charlotte dio un golpe en la mesa.
—Se va a enterar ese...—susurró por lo bajo.
****
Cuando llegamos a la biblioteca encontramos a alrededor de una docena de estudiantes de cada casa con su respectivo jefe de casa acompañado de los prefectos.
McGonagall esperaba sobre una especie de atrio improvisado, al verme entrar me hizo una seña para que me acercara a ella, justo en el momento en el que Charlie se ponía junto a ella.
La profesora Sprout y el profesor Flitwick pasaron junto a mí y se despidieron con una sonrisa acompañada de un gracias.
—Alma, gracias a ti los jefes de cada casa van a concederle 50 puntos a Gryffindor—sonrió y continuó en voz baja como si fuera un secreto—.Por casa.
Abrí los ojos sorprendida y Charlie sonrío entusiasmado a nuestro lado.
—Eso es increíble—contesté.
—A este paso vas a ganar tu sola la copa de las casas—bromeó Charlie—. ¿El profesor Snape también va a conceder cincuenta puntos a Gryffindor?—añadió mientras pasaba cerca de nosotros.
—Por supuesto, ya me encargaré yo de ello—respondió McGonagall.
—No sé, profesora, yo no lo tengo tan claro...
Como si hubiera escuchado la conversación, Snape se acercó a nosotros.
—McGonagall, yo me despido por hoy, que pasen una...bonita velada—dijo como si fuera un insulto.
—Lo haremos—contestó de forma resulta la profesora.
La jefa de la casa Gryffindor miró al profesor como si estuviera esperando a que dijera algo, éste al ver que no le decía nada más se dio la vuelta dispuesto a marcharse, entonces McGonagall carraspeó.
—Severus, ¿no se le olvida algo?
Snape miró a su alrededor con expresión desagradable como si se le hubiera caído algo.
—Al parecer no.
—¿No cree que debería de darle unos cuantos puntos a la señorita Alma por ayudar a sus compañeros voluntariamente?
Snape alzó sus cejas mostrando una expresión aburrida.
—¿Leyendo cuentos?—murmuró arrastrando la voz.
—Sí, se ha ofrecido sin pedir nada a cambio creo que merece un pequeño reconocimiento.
—Lo siento, Minerva, pero yo no lo veo de la misma manera. Si cada vez que estos niños hacen algo de forma "desinteresada" se lo recompensamos no van a aprender nada, porque luego en la vida siempre van a esperar algo a cambio... cosa que no sucede.
McGonagall apretó la mandíbula y al ver que no contestaba, Snape prosiguió:—Ya veo que no tiene nada que objetar, así que me retiro.
La profesora de transformaciones asintió y en cuanto el profesor se alejó un poco murmuró:
—Charlie, si alguno habla o no se comporta mándalo de vuelta a su sala común.
—De acuerdo.
—Y si son de Slytherin quítales 10 puntos también—añadió con voz calmada.
Cuando McGonagall se marchó todos los alumnos estaban en su lugar y el cuento iba a comenzar.
Miré a Charlotte y a Emma que me miraban emocionadas desde sus sitios entre el público.
Poco a poco fui desenvolviéndome hasta que conseguí una gran soltura, el público y yo nos convertimos en uno.
La historia y yo éramos uno.
Bastian y yo éramos uno.
Ojalá hubiera estado allí.
Cuando terminé el relato el público se deshizo en aplausos pero cuando levanté la mirada mis ojos chocaron con los de alguien.
Con unos ojos grises como la tormenta.
Eran los de aquel chico de Hufflepuff que calmó los ánimos durante la selección, Cedric, recordé.
El muchacho me miraba con una gran sonrisa, no pude evitar que me la contagiara.
Permanecí el resto de la noche con esos ojos clavados en mi mente.
Pero por alguna razón en mis sueños aparecieron las orejas de George Weasley, esas orejas que se iban tornando del color de su cabello, como aquel día que nos conocimos en la tienda de bromas.
****
El curso había avanzado muy rápido para las chicas, sin ningún suceso que destacar, Charlotte seguía sin conseguir gastarle una broma a Lee, Claire se reunía todas las tardes con Charlie en la biblioteca para hablar de dragones y otras criaturas, Emma sobresalía en todas las asignaturas menos en vuelo, y, bueno, Charlotte había mejorado mucho gracias a su misterioso tutor, pero había algo que la distraía constantemente, las amenazas de Alexandra, aquella chica de tercero de Slytherin.
Aquel día Charlotte se reunió con su tutor en la biblioteca como hacían siempre, pero por el camino se dio cuenta de que había dejado su mochila en las gradas del campo de Quidditch.
—Mierda—murmuró.
La chica corrió hacia el campo lo más rápido que pudo y cuando llegó a la verde hierba algo la hizo tropezar y caer.
—Lo que me faltaba masculló desde el suelo mientras miraba la herida de su rodilla.
De repente algo cambió en el ambiente. Parecía que la luz del sol había sido tapada por una gran nube.Un grupo de chicas de Slytherin apareció, dirigidas por Alexandra.
—Bueno, bueno, bueno ¿a quien tenemos por aquí? A la protegida de la dama dorada, veo que sin ella sirves para poco.
Charlotte se sacudió las rodillas rápidamente y se levantó.
—Veo que si no fuera por ti no me hubiera caído—Alexandra le cortó el paso —. Anda, déjame pasar, me están esperando—dijo mientras la otra chica la empujaba.
—No—entonces la chica gritó—.¡Flipendo!
Y Charlotte salió disparada hacia atrás, cayendo duramente al suelo.
La cabeza le daba vueltas, cuando abrió los ojos varias chicas de Slytherin hacían un corro alrededor de ella.
—¿Qué pasa, sangre sucia? Sin tu amiguita ya no tienes la lengua tan larga.
La chica rubia se levantó haciendo lo que podía.
—Eres odiosa—Charlotte intentó pasar dándole un empujón pero Alexandra la cogió de las muñecas.
—Tú no tienes que estar aquí, muggle—amenazó apretándole las muñecas fuertemente.
Charlotte apretó los dientes.
—Yo tengo el mismo derecho o más que tú a estar aquí—susurró con odio.
La Gryffindor después escupió a la Slytherin en la cara, haciendo que la soltara inmediatamente.
—Eso me lo han enseñado los muggles—rió mientras sacaba su varita.
Charlotte intentaba formular un hechizo cuando un rayo de luz estalló contra su pecho.
—Petrificus totalus—gritó Alexandra—.¿De verdad creías que podías llegar a lanzarme un maleficio? ¿A derrotarme? ¿A mí?, tú, una odiosa muggle que no sabe ni lo que es una rana de chocolate...
El resto de chicas se deshizo en carcajadas.
Charlotte intentaba moverse pero era incapaz, se sentía inútil.
Pequeña.
La chica movió la varita violentamente dispuesta a lanzar a Charlotte. Una voz se escuchó detrás de la barrera de gente.
—¡Rictusempra!
Alexandra comenzó a reírse a carcajadas incapaz de contenerse y su salvador habló junto a su cabello.
—¿Qué pasa, Alexandra? Veo que estás de un humor excelente, te sienta bien ¿sabes? Empezaba a pensar que se te había quedado la cara pillada en esa expresión de estar oliendo algo raro. Ya sabes, esta cara.
Alguna que otra chica no fue capaz de contener una risita, por lo visto el chico debía de haber imitado la cara de asco de Alexandra a la perfección.
Charlotte no tenía ni idea de quién era pero su voz le resultaba familiar.
Parecía que su cerebro no quería terminar de pronunciar ese nombre.
—PARA—chilló la chica entre carcajadas.
—No sé, no sé, deshaz el hechizo y veamos que dice ella.
—TE VAS A ENTERAR.
—¿Qué dices? Con tanta risa no consigo entenderte bien...
La chica continuó revolviéndose en el suelo, cada vez reía más.
—DE ACUERDO, PERO PARA—rió—¡PARA!
—Está bien...—accedió con desgana.
Alexandra se quedó sin aliento y entre jadeos deshizo el hechizo que inmovilizaba a Charlotte, quien cayó al suelo.
—Venga, largo de aquí, y espero que la próxima vez os metáis con alguien de vuestro tamaño. O si no, no seré tan compasivo y os haré revolcaros de la risa hasta que no os acordéis de vuestro nombre—dijo el chico con un tono amenazador.
Las chicas corrieron y dos de ellas ayudaron a Alexandra a levantarse del suelo.Charlotte continuaba tendida sobre la hierba.
Unos pasos se acercaron hacia ella.
—¿Estás bien, Campbell?
Cuando pronunció su apellido supo exactamente de quién se trataba.
Era ese chico de rizos azabaches.
Ese chico de sonrisa pícara.
Ese chico que le tendió una trampa.
Charlotte se giró y todos sus temores se hicieron realidad.
Su salvador era el mismísimo Lee Jordan.

La Dama DoradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora