49. Montblanc

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A la hora del desayuno descubrí que los Niebla habían salido temprano a hacer unas compras en la place du trône.
El mantel con elaborados relieves de flores y colibríes azules que revoloteaban como locos alrededor de los platos era mi única compañía. En el momento que fui a servirme un vaso de zumo de naranja un ruido atravesó el pasillo, la puerta de madera oscura se abrió de golpe.
—¡Cómo se atreve a cuestionarnos delante de toda Francia!—exclamó mi madre en francés entrando hecha una furia con su bata de raso rosa palo.
Tras ella, Eugene, daba zancadas con los brazos cruzados en la espalda. Sin dirigirme una mirada me cogió la jarra de zumo y me sirvió. Puse los ojos en blanco, mientras susurraba un "gracias". El guardaespaldas trajeado se giró sin contestarme y continuó siguiendo a mi madre con sus ojos pardos.
—No le des más vueltas. Ha sido uno de sus berrinches de niño fanfarrón. Ya conoces a Montblanc.
¿Montblanc?
Mi madre se dejó caer en una de las grandes sillas y fulminó a Eugene con la mirada.
—Esto no es igual que Beauxbatons, Eugene. Aquí no puedes lanzarle un maleficio como si nada...
—No me importaría la verdad—bromeó Eugene.
Los ojos de mi madre se convirtieron por un segundo en los ojos crueles de mi abuela. Rió con frialdad.
—Eugene, no sé si no te habrás dado cuenta, pero ya no eres el capitán del equipo y él no es un delegado que te pone de los nervios. Ahora él es uno de los hombres más poderosos del mundo y tú—su sonrisa se hizo más cruel bajo sus labios color vino—un simple guardaespaldas.
Miré de un lado a otro de la mesa como si fuera un partido de Quidditch. Mi madre alzaba la cabeza orgullosa, y Eugene apartó la mirada mientras tensaba la mandíbula.
—Le dejó desayunar con su hija.
La chaqueta negra del hombre desapareció tras la puerta.
Mi madre masajeó sus sienes con cansancio.
—¿Que ha pasado?
La ministra francesa alzó la vista e hizo aparecer un periódico frente a mí. En primera plana aparecía una foto mía con Daniel. La de la estación, reconocí. Yo sonreía y el me apartaba un mechón de la cara.
"Alma y Niebla: una enemistad muerta". Rezaba el título en francés.
Pero un poco más abajo aparecía la foto de un hombre de la edad de mi madre más o menos, atractivo, con los rasgos marcados y el pelo rubio casi blanco perfectamente peinado. Una sonrisa orgullosa hacía crueles sus afiladas facciones.
" Todo el mundo parecía muy emocionado con la noticia, sin embargo, Achille Montblanc, una vez más, va en contra de la corriente. El hombre más poderoso de toda Francia, cuya familia a encabezado durante generaciones la lucha por el ministerio francés con los Castille, se ha hecho eco en todos los medios criticando la decisión de esta unión. ' Si los Alma y los Castille querían una unión, deberían haber contado con mi hijo, William Montblanc de Enjeu, y no con los Niebla. Janelle y Carlos han optado por el candidato más débil, siendo una prueba de su evidente decadencia'. Estas fueron las palabras del señor Montblanc, las cuales abren una gran cuestión, ¿será un simple berrinche porque quería a la conocida Dama Dorada para su hijo? o ¿será verdad su afirmación sobre la paulatina decadencia de los Castille?".
—¿Quién es este hombre?—pregunté frunciendo el ceño.
—Este hombre es la sombra de toda Francia, y él único capaz de quitarnos de en medio—respondió mi madre con el rostro más pálido de lo normal.
***
Escribía una carta para Fred y George, cuando un murmullo extraño empezó a distraerme.
"¿Qué es eso?" pensé mirando a Yara que estaba tumbada debajo de la mesa. La loba puso los ojos en blanco como si dijera "¿Y yo qué sé?" antes de volver la cabeza y seguir durmiendo.
Fruncí el ceño mirándola con enfado pero ella siguió con su sueño. Decidí investigar sola.
Bajé las escaleras descalza mientras el frío suelo me cosquilleaba en los pies, conforme bajaba el ruido crecía.
Viene del despacho.
Llegué a la esquina y me apoyé en la pared sin hacer un ruido.
—No quiero saber nada de esto...—susurró mi abuela.
No fui capaz de diferenciar una respuesta pero si pude identificar una voz grave y suave, como un ronroneo. Un hombre.
—Mientes, eso es imposible—respondió mi abuela con el miedo clavado en la voz.
Unos pasos se escucharon, se acercaban a la puerta. Rocé la pulsera y me volví invisible, acercándome a la puerta entreabierta, mientras el pomo se giraba hacia abajo.
—Las gárgolas no mienten, Dionis y tú más que nadie deberías de saberlo—un hombre trajeado de pelo blanco salió del despacho—. Espero que elijas con sabiduría tu próximo movimiento—susurró con tono amenazante.
Vi el rostro de mi abuela, parecía alterada pero apenas hacía muestras de ello con su rostro alzado con orgullo, sin embargo su mano temblaba apoyada sobre la mesa. Eso fue lo que más miedo me dio, que mi abuela lo temiera. Estaba aterrada.
Entonces vi el rostro de aquel monstruo. Tenía los mismos rasgos afilados que los que había visto aquella mañana y su boca era una línea delgada como el filo de un cuchillo, su rostro tan blanco que apenas se distinguía del color de su pelo, pero sus ojos fueron los que me clavaron al suelo.  Lo único que no fue capaz de captar ninguna cámara.
Eran azules, tan azules que casi parecían blancos, del color del hielo, y cuando me atravesaron pude ver que allí ardían las llamas del mismísimo infierno. Era el hombre del periódico.
Era Achille Montblanc.

Tuve la repentina sensación de que me había visto,  por lo que antes de que pudiera dirigirme una palabra, corrí hacia la antigua habitación de Bastian, donde todo estaba igual que el día que la había dejado. Aunque no quedaba nada de su ropa que se había llevado la noche que desapareció, excepto por un deshilachado jersey que ya había perdido su olor.  Me senté junto a la maltrecha cómoda de madera y apoyé ahí la cabeza, quedándome entre un rincón de la habitación y el mueble. Rocé una de las manijas redondas que tenía, para mí sorpresa se giró levemente por lo viejo que estaba el cajón. Seguí dándole vueltas distraída mientras continuaba pensando en la conversación que acaba de escuchar.
" Espero que elijas con sabiduría tu próximo movimiento".
¿Estaría amenazando a mi abuela para que rompiera mi compromiso con Daniel y lo estableciera con su hijo?
Todo parecía encajar si se trataba de eso. Giré con mayor fuerza la manija.
Pero, si lo conseguía perdía la cláusula, perdía a Daniel, y perdía a George...
Le di otra vuelta a con enfado.
Lo peor no era eso, si el padre era así, su hijo debería de ser otro niñato engreído, otra bestia despiada con los ojos de hielo.
No.
Entonces escuché un chasquido. La manija cayó sobre mi mano, como una pelota de madera y el hueco donde había estado dejaba sobresalir algo. Un papel.
Lo miré intrigada, y lo saqué con dedos torpes. Estiré el papel amarillento y ahí encontré unas palabras garabateadas.
"95, hasta entonces"—T.
Fruncí el ceño, no conocía esa letra, no era la de Bastian. Le di la vuelta en mis manos pero nada.
¿Qué era 95? ¿Quién era T?
Arranqué una a una el resto de manijas,  enloquecida, buscando respuestas. Pero no había nada, solo eran manijas clavadas en un tornillo oxidado. Lágrimas furiosas resbalaban por mi rostro mientras apretaba mis manos llenas de arañazos y roces. Me dejé caer al suelo, resbalándome por la pared.
Me quedé mirando el papel ocre y agrietado de la pared por lo que parecieron horas, mientras giraba el papel entre mis dedos.
Por cada momento en el que Bastian no estaba, más preguntas aparecían, y ese vacío que casi parecía haber desaparecido de repente se convertía en un abismo.
¿En qué estabas metido, Bastian?

La Dama DoradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora