3.La Última Promesa

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Cuando Bastian terminó el cuento, quedé fascinada. Era de lejos mi favorito. Además, por primera vez en varios meses, un cuento de Bastian tenía un final feliz.
—Me ha encantado, Bastian. Tienes mucho talento, deberías dedicarte a esto ya que no vas a estar conmigo.
Merci,mon cheri—contestó Bastian agradecido—. Ah, casi lo olvido, tengo una sogpgesa de despedida —exclamó levantando un dedo y alejándose de la cama.
El sirviente tocó su pelo ondulado como pensando. Levantó la cabeza y se acercó a mi cómoda, la movió y sacó un libro que estaba claramente encuadernado por él mismo.
Las tapas eran duras, de color beige y tenían la textura de una tela, en medio de la portada había bordado el título con hilo plateado.
"Cuentos de un squib."
Sonreí al ver aquel detalle, y pasé los dedos sobre el título.
—Tiene cada uno de mis cuentos, incluso el que he contado esta noche.
Pasé las páginas. Ahí estaban cada una de sus historias escritas con tinta negra y acompañadas de  pequeñas ilustraciones que había hecho.
—Es el mejor regalo del mundo—susurré mientras mis ojos se llenaban de lágrimas—. No quiero que te vayas, pero sé que es lo mejor. Así la abuela no te volverá a pegar y podrás contar tus cuentos. Seguro que cumples tu sueño.
Bastian parecía triste pero aún así sonrió.
—Cuanto podge queguegte, mon cheri—dijo con la voz entrecortada mientras se acercaba para abrazarme—.Quiego que sepas que aunque yo no esté, siempgue, siempgue estagué a tu lado, cuidándote. Te lo pgometo. Claire, tú has sido la única luz en mi vida.
—Yo también te quiero, Bastian, siempre serás mi hermano mayor—dije apenada mientras apretaba más a Bastian.
—Tu siempgue segas mi cheri.
El sirviente se apartó de mí y se sorbió la nariz, parecía que iba a marcharse.
—Quédate conmigo hasta que me duerma, por favor, como despedida—pedí dando un toquecito a mi lado en la cama para que se tumbara.
—De acuegdo.
Bastian se tumbó y la cama se quejó bajo su peso. Me abracé a Bastian y él me rodeó con sus brazos.
El sueño me empezaba a arrastrar.
—Bastian—bostecé.
—¿Si?
—Prométeme que no te irás hasta que me duerma.
—Te lo pgometo.
El sueño me llamaba como el canto de una sirena, poco a poco vino a mí como un amigo ,y me llevó con las sombras.
No estaba segura de si fue un sueño, o fue real, pero oía a Bastian llorar y yo le pregunté en la oscuridad:
—Bastian, hazme una última promesa, prométeme que nos volveremos a ver.
Bastian sollozó.
Mon cheri, me temo que eso es lo único que no te puedo pgometeg—murmuró.
Y con el roce de su mano en mi pelo, todo se volvió negro.

Cuando desperté Bastian ya se había ido, me di la vuelta en mi cama y miré la mesita de noche.
Fruncí el ceño, había algo encima de ella, era una nota.
Me senté rápidamente en el borde de la cama y cogí la nota, que tenía aspecto de ser de papel viejo.
"Nunca quise hacerte daño.
Te quiero."
La caligrafía era claramente de Bastian.
Volví a leer las palabras escritas en tinta negra.¿Qué significaba esa nota? Bastian nunca me había hecho daño, ¿por qué se iba a disculpar?
Decidí bajar corriendo para ver si aún no se había marchado. Bajé las escaleras de mármol de dos en dos, rozando el frío suelo con mis pies.
Cuando llegué abajo vi la puerta de madera oscura del despacho de mi abuela abierta.
Grand-mère, ¿se ha marchado ya Bastian?—dije entrando rápidamente en el despacho y pisando la gran alfombra granate con detalles dorados que ocupaba casi toda la habitación.
Mi abuela estaba de pie con las manos en la espalda mirando distraídamente el tapiz de la familia Castille. A veces la abuela se quedaba mirando horas y horas la quemadura donde antes había una  imagen de su hermano mayor.
Marc-Antoine Castille Couronne.
Uno de los magos más brillantes de este siglo. El que podría haber sido el ministro de Magia francés, si no se hubiera fugado con su amante. Una squib que había trabajado desde niña para la familia Castille que se llamaba Annabelle.
Pero, a veces, las historias de amor como la de Annabelle y Marc-Antoine suelen acabar en tragedia, y eso fue justamente lo que ocurrió.
A los pocos días de desaparecer, encontraron el coche muggle con el que habían escapado destrozado. Mi tío abuelo estaba muerto al volante y a Annabelle la encontraron en el asiento trasero tumbada y cubierta de sangre.
Un accidente, habían tenido un accidente. Los muggles que los encontraron llamaron a la policía y mis bisabuelos al oír de un accidente se aparecieron en el lugar con algunos aurores que se encargaron de borrar memorias.
Fue una verdadera desgracia, pero como no, para mis bisabuelos supuso algo vergonzoso y mi abuela nunca volvió a mencionar a su hermano.
Nadie lo vio venir, él era un mago muy inteligente, valiente, ambicioso, un gran líder. Se decía que era el hombre más hermoso de toda Francia. Yo nunca había visto ninguna foto suya, pues habían borrado de la familia todo lo que tenía que ver con él, pero decían que tenía unos ojos azules de color cielo, el pelo de un color castaño claro ondulado que siempre llevaba perfecto. Era un muchacho alto y atlético y decían que su sonrisa torcida hacía temblar las piernas de cualquiera.
Mi abuela lo admiraba con toda su alma, sin embargo, él la dejó atrás, demasiado joven, con un marido al que no amaba y a una niña a la que no sabía cómo criar.
Le había abandonado la única persona a la que había amado, y eso la destrozó, haciendo que su corazón desapareciera dejando un rastro de cenizas. Mi abuela hacía como que lo odiaba pero, detrás de toda esa bola de decepción y rabia, lo seguía queriendo con toda su alma.
Mi abuela dejó de mirar el tapiz.
—Bastian marchó hace horas.
—Vaya.
—Hazme el favor de cerrar la puerta.
—Por supuesto—asentí volviéndome.
—Casi lo olvido, Nana llegará esta tarde, y se encargará a partir de ahora de ti a tiempo completo.
Bajé la mirada y cerré la puerta como si no hubiera oído esas palabras.
Una lágrima descendió por mi mejilla.
Definitivamente Bastian se había ido. No era que Nana no me cayera bien, no. Nana era muy amable, me hacía galletas y me trataba como a una nieta. Además ella hablaba español, cosa que agradecía.
Pero no era Bastian.
Bastian, el que aprendió español para hablar conmigo, porque sabía que aunque yo supiera francés perfectamente,  prefería hablar el idioma de mi padre. Me hacía sentir en casa. Quien me había comprado con su salario esos dragones de juguete que tanto me gustaban y me había ayudado a esconder las muñecas. Quien me había mostrado nuevos mundos con sus cuentos y me había enseñado a dibujar.
Quien me abrazaba cuando tenía pesadillas.
Quien me hacía cosquillas cuando estaba triste.
Quien siempre estaba a mi lado.
No era Bastian.
Y nunca habría nadie como Bastian.

Hacían dos semana que Bastian se había marchado, ya estábamos a mediados de julio.
Todas las noches leía un cuento, y cuando terminaba sacaba la nota de Bastian, intentando descifrar el mensaje que me había dejado. No podía haber desaparecido para siempre. Él quería que lo encontrara, estaba segura, y la pista estaba en aquella nota.
Cogí el diario donde todas las ideas que había tenido acababan en un callejón sin salida: dar con lápiz detrás de la nota para encontrar algún tipo de mensaje; poner la nota a la luz; intentar crear una dirección a partir de las letras; ir cogiendo las letras que tenían manchas de tinta para crear alguna palabra... Había intentado todo. Había probado todas las combinaciones en español y en francés, pero nada.

Me tumbé frustrada y mirando la nota murmuré:—Te encontraré, Bastian. Ya verás.
Apagué la luz y cerré los ojos.
Esa noche soñé que Bastian me abrazaba y me susurraba al oído mientras lloraba.
—Estagas bien, mon cheri, lo sé, tú egues fuegte y algún día me pegdonagas—me dio un beso en la cabeza mientras deslizaba las manos por mi pelo—.Te quiego.
Era un sueño tan real, notaba sus manos acariciándome el pelo, notaba su abrazo.
Todo volvió a ponerse oscuro.
Y vi cómo un príncipe y una sirvienta huían en un viejo escarabajo azul hacia la muerte.
Entonces un grito desgarró el aire.
Un grito de mi abuela.
Abrí los ojos y mi abuela seguía gritando.

La Dama DoradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora