El trayecto en tren había sido más entretenido que de costumbre, con Lee tirado en el suelo del vagón mientras jugábamos a adivinar los sabores de las grageas.
—Venga, no seas gallina, Campbell—dijo Fred mirando a Charlotte con una sonrisa, mientras apoyaba el brazo sobre el respaldo.
—Me niego—bufó la chica mirando asqueada la gragea.
—Vamos, Charlotte. Emma se ha comido una con sabor a babosa, lo tuyo no puede ser peor—alzó las cejas Lee mirándola desde el suelo.
—Pero, ¿tú has visto esta gragea? Es gris oscura y tiene unas manchas verdes muy sopechosas... ¡Seguro que sabe a ciénaga!—gritó horrorizada apartándola de ella.
—Seguro que no es para tanto teniendo en cuenta que has besado a Villin...—murmuró Emma.
Charlotte giró la cabeza para mirar a Emma. Fred y George empezaron a reír.
—Y ROBINSON HA HECHO UN TRIPLE—exclamó Lee poniendo sus manos alrededor de la boca como un altavoz—. EL PALCO ESTÁ TEMBLANDOOOOOOO.
Todo ese ruido, despertó a Regiah, que comenzó a graznar como si coreara los gritos de Lee. La chica le hizo un gesto vulgar con la mano, justo en el momento en el que anunciaban que quedaban cinco minutos para llegar a la estación.
Charlotte salió despedida por la puerta a coger su equipaje.
—Esta vez te has librado pero a la siguiente no hay quien te salve, ¿me escuchas londinense estirada?— gritó Lee mirando hacia la puerta por donde había salido la chica rubia.Al terminar de despedirme de todos sentí una presencia tras de mí.
—Ey.
George.
Me giré rápidamente encontrando las pecas del chico a unos centímetros de mi cara. El gemelo se rascaba la cabeza como si quisiera decir algo pero no supiera cómo.
—Ey—respondí—. Pensaba que no me ibas a volver a dirigir la palabra.
George abrió los ojos sorprendido y negó efusivamente con la cabeza.
—No, no, que va. Simplemente estaba raro con todos, no sé. Fred me mataría si me oyera, pero no me gusta dejar el colegio.
Alcé las cejas y sonreí.
—¿Clases de Binns incluidas?
George rió.
—Esas son las mejores.
Una carcajada salió entre mis labios, entonces George y yo nos quedamos ahí sonriendo mirándonos el uno al otro.
—¡Claire!—gritó alguien con alegría detrás de mí.
Era la voz de un chico. Los ojos se me abrieron de sorpresa. Era la voz de Daniel.
Me giré y ahí estaba, con su pelo rubio repeinado, su piel blanca que contrastaba con su traje de un gris oscuro a juego con sus ojos.
—¿Daniel? ¿Eres tú?—dije en español sin terminar de creérmelo.
—¿Quien iba a ser si no?—rió.
Corrí a abrazarlo con una sonrisa. El chico me envolvió entre sus brazos, y para mi sorpresa me di cuenta de que había crecido y mucho. Lo miré de arriba abajo.
—¿Qué pasa?
—A veces se me olvida que eres mayor que yo.
El chico sonrió aun más mostrando sus dientes blancos.
—Solo nos llevamos un año.
—Pero se nota.
Daniel miró por encima de mi cabeza.
—Tú debes de ser uno de esos gemelos, ¿Weasley, verdad?—dijo en inglés mientras se acercaba a George.
El pelirrojo lo miró con gesto arrogante.
—El mismo—contestó en un tono cortante.
—Me alegro de conocerte. Claire me ha hablado mucho de ti.
—Que raro, porque de ti no ha dicho nada—respondió.
Daniel frunció el ceño, sin entender porqué George le hablaba así.
—Soy Daniel, Daniel Niebla el...—empezó el rubio con cara de pocos amigos, y viendo las intenciones de Daniel decidí cortarlo.
—Mi amigo—terminé mirando a Daniel con cara de ni se te ocurra decirlo.
La cara del chico se destensó al mirarme.
—Claire, nos esperan.
—Vale, cojo mi equipaje y me despido.
—El equipaje ya lo han cogido, Regiah ya esta en el carruaje, pero te espero aquí.
Miré a George mientras Daniel se alejaba unos metros.
—Espero que contestes mis cartas todas las semanas.
George sonrió alejando su mirada de Daniel.
—Por supuesto.
Abracé al chico. Olía a explosiones y a polvos pica pica.
—Te echaré de menos, Weasley.
—Y yo a ti, Alma.
Me separé con una sonrisa triste y me dirigí hacia Daniel. Los dedos de Daniel se entrelazaron con los míos de forma inconsciente.
—Buen verano—me despedí.
Pero el chico ya no me prestaba atención, solo miraba nuestras manos entrelazadas.Miré a Daniel mientras pasabamos entre el gentío que se giraba a mirarnos y a cuchichear.
—¿Qué haces aquí?
—¿Es qué uno no puede venir a ver a su prometida?—bromeó.
Mi mente me recordó la cara que había puesto George al verlo. No le devolví la sonrisa, por lo que la suya se deshizo en su cara.
—He venido con tu madre. Al parecer vamos a pasar unos días en Paris con los Castille por la inauguración de una ópera en la Place du trône.
Frené en seco.
Mi madre. Y mi abuela. Esas mujeres nunca traian nada bueno. Un temblor sacudió mis manos. No quería volver a Paris, ni queria ver a mi abuela. Llevaba sin saber nada de ella desde la muerte de Bastian.
Bastian.
El pecho todavia se me deshacia en pedazos.
Daniel me miró con preocupación y dejó de andar. Se acercó a mí mientras apretaba mis manos.
—Eh, ya sé que no soportas a los Castille, pero estamos los dos juntos en esto, no te olvides—los ojos color ceniza de Daniel se clavaban en los míos, mientras apartaba un mechón de pelo de mi cara—. Pase lo que pase, yo estaré ahí contigo, Claire.
Asentí apretándole las manos con cuidado.
—Gracias.
Entonces un foco de luz blanca cruzó el aire. La gente a nuestro alrededor se multiplicaba y los murmullos se extendían. Más luces blancas. Más ruido. Más voces. Más gente. Los periodistas habían llegado.
—Tierna escena entre Claire Alma y Daniel Niebla en primicia, apuntalo todo...
—¡Claire veo que estás bien acompañada!
—Nueva pareja de moda... Sí, Ingrid, lo quiero en primera plana, sí esa foto, la que salen mirándose y despues ella sonríe... ¡No va a quedar ni un ejemplar de la revista Amortentia sin vender!
—Claire, ¿es cierto que vas unos días a Paris con los Niebla?
—¿Qué opina el señor Alma de todo esto? Los Niebla y los Alma siempre han sido enemigos, ¡sois la versión mágica de Romeo y Julieta!
Daniel se interpuso entre los periodista y yo.
—Lo lamento, Claire está muy cansada del viaje, pero prometo que nos volveremos a ver en la inauguración de la ópera Eurydice en París—dijo el chico con su mejor sonrisa.
Los focos relucían ante él, su pelo brillaba, y mostraba seguridad con su postura, además de cercanía. Un claro hombre de negocios, como su padre. Las cámaras lo adoraban y el público también.
Miré a Daniel, se lo agradecía, pero no necesitaba que nadie me salvara de unos flashes, así que agarre su brazo y saqué mi mejor sonrisa.
—Sí, pasaré unos días con mi familia en Francia y mi padre está totalmente de acuerdo con esto. De hecho, él concertó todo y fue quien recibió a los Niebla en su residencia. La enemistad entre los Niebla y los Alma es una cosa del pasado—levanté un poco la cabeza para mirar a Daniel con dulzura—. Como ha dicho Daniel, no solo yo, pero los dos, estamos muy cansados y nos gustaría llegar lo antes posible a Francia. Aún así, no tardaremos mucho en volver a vernos—los periodistas asentían y sonreían, incluso los cámaras se asomaban tras sus artilugios, parecían hipnotizados.
—Eso es, el próximo viernes en la Place du trône.
Daniel y yo nos despedimos con la mano, y salimos de la estación, donde había más periodistas todavía. Pude ver entre toda la gente el pelo ondulado de un característico castaño claro, el guardaespaldas de mi madre, Eugene Besta. Las vuelaplumas y las cámaras nos hicieron paso.
—¡Aquí estáis!—exclamó mi madre ilusionada, mientras me abrazaba delante de las cámaras—. Bueno ya es hora de irnos, gracias a todos por su atención.
Los periodistas se apartaron para dejarnos pasar e ir calle abajo donde esperaba un gran carruaje.
—Pensaba que no nos íbamos a librar de ellos nunca—susurró mi madre en francés.
Eugene que iba detrás de nosotros casi junto a mi madre rió suavemente.
—Me hubiera librado de ellos si lo hubieras pedido, Janelle.
Fruncí el ceño. El nombre de mi madre sonaba extraño en labios de alguien que no fuera mi abuela o mi padre. Para todos era la señora Alma o Castille. Aunque no era de extrañar que el señor Besta llamara a mi madre por su nombre, habían sido amigos toda la vida.
—¿Dónde están la abuela y los Niebla?—pregunté en el carruaje mientras acariciaba a Regiah entre los barrotes de su jaula.
—Todos están en Paris, esperándonos—respondió mi madre ausente mirando como la estación de King Cross se iba haciendo más pequeña.
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La Dama Dorada
FanficClaire es la legítima heredera del ministerio español y el francés, perteneciendo a dos de las familias más poderosas del mundo mágico. Así, se encontrará en un mundo que ella no ha elegido, rodeada de lujos, de humillaciones, de abusos y corrupción...