52. El niño que vivió

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Daba vueltas alrededor de mi cuarto esperando la hora a la que llegara mi abuelo. Tenía que hablar con él sobre varias cosas, y no podía aguantar más la incertidumbre. Yara y Regiah me seguían de un lado a otro con los ojos desde la cama.
La risa de mi padre estalló en el salón. Ahí, estaba, Gabriel Stump.
Bajé las escaleras corriendo para ver a mi abuelo, que llevaba casi un año sin ver.
El padre de mi madre se sentaba con su risueña sonrisa junto al ministro español.
—¡Abuelo!—grité tirándome a sus brazos.
—¿Pero a quien tenemos aquí? ¡ A la mismísima Corona de tres puntas!—rió abrazándome con fuerza.
—¿Lo sabes? Quería contártelo yo—me aparté decepcionada—.¿Tonks?
Mi abuelo rió y tocó mi nariz.
—Este viejo tiene ojos en todas partes—dijo enigmaticamente.
—Ya está con la palabrería de auror—bromeó mi tía apoyando un codo en el marco blanco de la puerta mientras tomaba un sorbo de té.
El ex auror la miró con ojos brillantes, como los de un niño. Por fin estaba con su familia.
Gabriel sería el padre de mi madre, pero el vínculo que había creado con mi padre y mi tía era mucho más fuerte. Él había sido un padre para ellos en el momento en el que mis abuelos murieron por una explosión durante la inauguración de un laboratorio para el desarrollo de nuevas pociones. Fue una verdadera tragedia, todos adoraban a mi abuelo Leonardo y a mi abuela Diana.
Y allí estaban, mi padre, mi tía y mi abuelo, que habían cogido todas esas cenizas y habían construido una familia de la nada.
—Gabriel, ¿hay noticias del chico?—preguntó mi padre dando vueltas a su vaso de vino.
—¿Qué chico?—pregunté antes de que respondiera.
La mirada de mi abuelo se volvió seria, casi de funeral.
—Me temo que este año no vas a ser la única celebridad en Hogwarts, querida. El niño que vivió comenzará este año su primer curso allí.
Mis ojos casi salen disparados.
—Harry Potter—susurré.
—El mismo—asintió mi abuelo—. Lo único que sabemos es que el chico ha vivido toda su vida con sus tíos. Unos muggles despreciables que le han hecho vivir en una tortura constante. Al parecer, el pobre no sabía ni que era un mago y no tiene ni idea de nuestras costumbres. Es como si fuera un muggle más.
—Pobre muchacho, no era suficiente lo de sus padres que, además, le toca soportar eso—negó la cabeza mi tía.
—¿Albus piensa hacer algo al respecto?—preguntó mi padre.
—Ha mandado a Hagrid a hablar personalmente con Harry para poder ir a hacer sus compras y ayudarlo, pero nada más. Dice que sus padres querrían que estuviera con su familia y no encerrado en el colegio hasta que termine los estudios. Si tan solo hubiera podido sacar a Sirius de Azkaban, nada de esto hubiera pasado y el chico hubiera sido feliz—murmuró mi abuelo con pesar.
—Gabriel, hiciste lo que pudiste y más. Sirius también te lo dijo y te pidió que no te martirizaras—respondió mi padre tocándole el brazo—. Por mucho que lo hagas, Sirius no va a ser libre por muy inocente que sea.
Mi abuelo apartó el brazo afectado y se levantó a echarse un poco de whisky de fuego.
—Una pregunta, ¿sabes algo del pájaro de Dante Uccello?—preguntó mi tía cambiando de tema.
—Nada de nada, ¿por qué?—preguntó mi abuelo.
—Nada, porque había oído que era un cuervo y solo quería saber si te había dicho algo Arnaldo.
—Pues no sé nada, la verdad—miró a la ventana—. Ahora que lo dices me extraña que no hayan dicho nada aún.
—Lo mismo al chico le ha salido un flamenco como a su tío y no se lo quieren decir a nadie—rió mi padre.
Mi tía le dio una colleja.
—No te rías de Fiorenzo que ni
naciendo cien veces tendrías tan buen gusto como él.
—No lo discuto, su marido y él llevan siempre unas túnicas y unos trajes espectaculares.
Los Niebla. Los Montblanc. Los Besta. Los Uccello. 
Todos aquellos nombres empezaban a amontonarse en mi cabeza, e iba trazando un pequeño mapa con ellos en mi cerebro.
—Abuelo, ¿puedes subir un momento a ayudarme con el equipaje?
Mi abuelo frunció el ceño.
—Claire, ya lo llevan los elfos no te preocupes—dijo mi padre.
—No, no, yo me encargo. Además, necesito mover las piernas un poco después del viaje—respondió agitando sus piernas.
Cuando llegamos a mi cuarto corrí hacia el cajón donde guardaba la nota de Bastian. Mi abuelo cerró la puerta tras él y tomó la nota.
—¿Qué es?
Le conté como la había encontrado y, también, mis sospecha sobre que mi abuela y mi madre tramaban algo. Le expliqué como Eugene había desaparecido hace varios días tras la inauguración, la reunión con Achille Montblanc y la despedida con mi madre.
El ex auror se atusaba el bigote mientras procesaba toda esa información sentado en la cama. Cuando terminé mi abuelo dejó escapar un largo suspiro.
—Ahora mismo, lo único que te puedo decir, pequeña, es que no confíes ni en tu propia sombra. Gracias por haberme contado todo esto y a la mínima cosa, me informas a mí. A nadie más. Ni a tu padre, ni a tu madre, ni a tu tía, ¿me oyes? A mí.
Lo miré asustada.
—¿Qué está pasando abuelo?
—Ni yo mismo lo sé, y eso, es lo que más miedo me da.

La Dama DoradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora