57. Secretos

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Cuando llegué a la torre de astronomía George parecía llevar un buen rato esperando. El chico me miró serio y me indicó que me sentara junto a él en aquella manta de cuadros escoceses.
—Hola—saludé sentándome junto a él.
—Tengo que hablar contigo.
Mis cejas se dispararon contra mi frente.
—Pues habla.
El chico suspiró.
—Me gustas—abrió los ojos mirando al suelo como si se asombrara de haberlo dicho en voz alta—. Me gustas desde que empezamos esa extraña batalla de bromas el año pasado. Al principio, cuando te conocí, te admiraba, nunca había visto a nadie hacer lo que tú haces y menos a una chica. Sin querer de repente te estaba mirando, en todas partes. En clase, en los entrenamientos... Cuando quise darme cuenta estaba por la archienemiga de mi hermano— rió mientras negaba con la cabeza—. Gracias a Merlín empezasteis a llevaros bien. Nunca pensé que te fijarías en mí, pero llegó el día de la broma final...
—El armario.
—Si. Casi salgo dando botes como un tonto, estaba en una nube. Tanto que a penas me atreví a hablarte, hasta que llegamos a la estación. Donde te fuiste, donde te fuiste con aquel chico que parecía el principe del que hablan en todos los cuentos.
Lo miré. Tenía una sonrisa triste colgada del rostro, miraba a la nada como si pudiera ver en ella sus recuerdos. Como si estuvieran proyectados en la pared de aquel aula.
—George.
—Déjame que termine. Solo quería decirte todo esto por quedarme a gusto, aunque sé que no sientes lo mismo. Prefiero un no a quedarme con la duda, al menos podré pasar a lo siguiente.
El pelirrojo me miró a los ojos por primera vez desde que había llegado. Una sonrisa se escapó entre mis labios.
—Tú también me gustas, Weasley.
Los ojos de George casi saltaron de sus órbitas.
—¿No estás con el principito?
—No—reí—. Daniel es solo un amigo.
Mentirosa.
La culpabilidad me sacudió el pecho.
Decidí decir una verdad a medias.
—Es mi mejor amigo, solo eso. Aunque a nuestras familias les encantaría vernos juntos.
George frunció el ceño.
—Creo que a él también le encantaría veros juntos.
Fue una broma pero fue como una bofetada. La voz que me susurraba mentirosa al oído se volvió más fuerte, cuando recordé el beso que me dio Daniel junta a aquella fuente en Paris.
Sonreí.
—Puede seguir esperando.
El chico pareció complacido con aquella respuesta porque asintió con una sonrisa de ojos brillantes.
—Sí, que siga esperando. Entonces... ¿te gustaría salir conmigo, Claire?
Noté cómo caí en un agujero del que no iba a saber salir.
—Sí.
La sonrisa de George hizo que se movieran algunas de sus pecas hacia arriba. Toda la culpabilidad se esfumó.
El chico dejó suavemente sus labios sobre los míos. Solo quedaba olor a explosiones y polvos pica pica.

A la mañana siguiente me desperté mucho más tarde que de costumbre.
—Como no vueles tan rápido como en Quidditch no vas a llegar a desayunar—dijo Charlotte destapándome sin ningún miramiento y lanzando mi uniforme sobre mi cabeza.
—Te esperamos abajo con los demás—gritó Emma mientras bajaba por las escaleras.
Tapé mi cara con mi almohada. Unos ojos marrones vinieron a mi mente. Sonreí recordando la noche anterior.
Sin embargo, la vocecilla de mi interior parecía haberse despertado mucho antes y empezó a hablarme de cláusulas, de ministerios y de pactos. Incluso, me recordó todo lo que había escuchado en mi casa sobre los traidores a la sangre.
George estaba en peligro conmigo.
Pero era demasiado inocente, demasiado niña como para darme cuenta de eso y renunciar a mi egoísmo.
Así que sin renunciar a él, me vestí corriendo y bajé a la Sala Común, trazando un plan.
Allí estaba.
Con el pelo anaranjado revuelto y una sonrisa tonta mientras miraba el fuego crepitar en la chimenea.
—Buenos días.
—Hola—se levantó y se acercó para darme un beso.
Me aparté rápidamente y miré a los lados para asegurarme de que no hubiera nadie en la sala.
—¿Qué pasa?—preguntó confundido.
—¿Se lo has dicho a los demás?
—No, pero he pensado que se lo podríamos decir en el desayuno. Menuda cara va a poner Fred—la sonrisa del chico desapareció al ver mi cara.
—De eso quería hablarte. Creo que deberíamos de mantenerlo en secreto un tiempo—el ceño fruncido de George me rompió el corazón—. No es que me avergüence de ti ni nada, pero prefiero que la gente no hable. Prefiero que nadie se meta. Ni los periódicos, ni la gente de clase, ni mi familia... Solo hasta que vemos si esto puede...
—Claire, lo entiendo—me cortó con una sonrisa amable.
—Lo siento—dije sintiendo cada una de esas palabras.
George puso su brazo sobre mi hombro y apoyó su cabeza sobre la mía mientras salíamos de la sala común.
—No hay nada que disculpar.

Cuando llegamos al comedor vi que habían dejado dos huecos libres, y frente a uno de ellos se encontraba Regiah. Picoteando una salchicha que Lee le tendía con un tenedor.
—Veo que te cuidan casi mejor que yo—saludé al ave acariciando su cabeza.
—Lo que se merece. ¿A qué si preciosa?—dijo Lee acercándose mientras le hablaba como si fuera un bebé.
El chico le dio un bocado a la salchicha y se la volvió a tender a Regiah.
—Creo que eso no es muy higiénico, Lee—murmuró Emma frunciendo el ceño.
Volvió a darle un mordisco a la salchicha.
Foy mago, ¿creef de vefda que la hifiene me impofta un bledo?—respondió con la boca llena.
—Al parecer ni la higiene ni la educación—contestó Charlotte arrugando la nariz.
Lee abrió la boca enseñándole la salchicha masticada a modo de respuesta.
—Lo que decía—puso los ojos en blanco.
Tomé el periódico que Regiah me había traído junto con una carta de mi tía.
El periódico francés se desplegó ante mí, mostrando en primera plana la foto de un hombre regordete y de gran bigote que parecía muy afectado.
"El foco más potente del mundo robado."
Fruncí el ceño.
¿Qué clase de ladrón se lleva un foco y no las esculturas de oro elfico que decoran todas las estancias de la ópera?
—El segundo robo ya en la comunidad mágica—murmuró una voz a mi espalda.
Dumbledore que parecía haber terminado su desayuno pasaba junto a nuestra mesa para regresar a su despacho. Continuó mirando el periódico con curiosidad.
—Parece que los Besta van a tener un serio problema.
—Parece que sí—respondí casi sin palabras, nunca había hablado con el director.
El anciano inclinó su cabeza y se marchó.
Leí el artículo. Tenía razón. Los Besta eran los encargados de proteger el lugar, prácticamente tenían el monopolio de todos los sistemas de seguridad de Francia. Al parecer, el propietario demandaría a la compañía de los Besta y los sustituiría por la compañía de los Enjeu. Una familia que durante siglos se había dedicado a la caza de vampiros y parecía haber creado ahora su compañía de seguridad.
Hojeé el resto del periódico, no había nada nuevo, ni interesante.
Sin embargo la voz del director seguía resonando en mi cabeza.

El segundo robo ya en la comunidad mágica.

Miré a Harry Potter. Tras su llegada había habido un intento de robo en Gringotts y ahora esto.
Parecía que Dumbledore no era el único que pensaba que no se trataba de una coincidencia.

La Dama DoradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora