54. La Torre Norte

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Cuando la Señora Gorda se apartó, un brazo agarró el mío arrastrándome al interior de la sala.
—Por fin—bufó Fred que parecía entre aliviado y furioso—.¿Se puede saber por qué has tardado tanto?
Lo miré confundida.
—Porque estaba en la biblioteca, ya sabes, como todos los años—miré los rostros de mis amigos, parecían preocupados—. ¿Qué pasa?
Todos miraron a George que llevaba un papel arrugado en la mano.
—Esto pasa—respondió tendiéndomelo.
"Cuando los reyes agachan la cabeza, pierden las coronas. Andaros con ojo, no vaya a ser que perdáis la vuestra."
Una serpiente con forma de S, siseaba como firma.
Era una amenaza de los Serpents.
—Pensábamos que te habían hecho algo—murmuró Emma.
—Estábamos a punto de salir a por ti—dijo Charlotte.
—¿Y por qué me iban a hacer algo a mí?
—No sé... ¡A lo mejor porque tú eres la corona!—exclamó Lee acercándose a mí como si fuera evidente.
—Como sigas gritando, Claire no va a ser la única que sepa que es la corona, imbecil—masculló Fred.
Lee se quedó mudo al instante.
—No se refería a mí, se refiere a que somos los nuevos reyes y que nos quieren quitar el puesto.
Todos abrieron los ojos cayendo en la cuenta de golpe. Lee abrió la boca como si lo acabara de entender todo.
—Ah, claro. Eso también tiene sentido—murmuró mirando al suelo y rascándose la cabeza.
George negó con la cabeza con enfado.
—Me da lo mismo. Nos están amenazando, tenemos que tener cuidado por si acaso.
Fred que miraba al suelo sin decir palabra levantó la cabeza.
—Solo quieren jugar con nosotros, hermanito. Y eso es lo que vamos a hacer,—una sonrisa que brillaba como el filo de una navaja se trazó en su rostro—jugar.

Fred removía las gachas del desayuno con el ceño fruncido, mientras releía por trigésima vez la nota.
—¿Sabes que por mucho que la mires no va a poner nada más, verdad?—dijo Charlotte antes de beber de su zumo.
Lee que estaba sentado junto al pelirrojo apoyaba la cabeza contra su hombro mientras miraba la nota.
—Serán unos cabrones, pero hay que admitir que lo de que la firma se mueva es un puntazo—las rastras de Lee se sacudieron cuando miró a Emma—. Emms, ¿tú no sabras hacer esto?
La chica sacudió la cabeza.
—Recién levantada hay pocas cosas que sepa hacer. Repítemelo a la hora de la comida y lo mismo puedo hacer algo.
—Buenos días, chicos—murmuró la sombra de McGonagall que repartía los nuevos horarios de tercero.
—Buenos días—respondimos al unísono.
Todos miramos nuestros horarios con ansia.
—¿Que asignaturas habéis cogido?—preguntó George.
—Yo tengo Adivinación—respondí.
—Igual que yo—asintió  Charlotte.
—¿Alguien más ha cogido Aritmancia?—dijo Emma.
Lee comenzó a reírse como si fuera el chiste más gracioso del mundo.
—¿De verdad crees que alguien va a coger Aritmancia cuando hay asignaturas como Adivinación y Estudios Muggles que son un paseo?—siguió riéndose—. Ay, Emma no sabes dónde te metes.
La chica se encogió de hombros y miró su horario con sus grandes ojos azules.
—Parece guay la asignatura.
—Guay—entonces todos los chicos empezaron a reír.
—¿Vosotros qué tenéis? ¿Estudios Muggles?—pregunté acercando mi nariz al horario de George.
—Por supuesto, es la asignatura más fácil.
Un paseo por la humanidad—bromeó Fred rememorando la cita que había bajo el título del libro.

Charlotte y yo estuvimos a punto de llegar tarde a nuestra primera clase de Adivinación.
—Mucha magia, pero en mi casa hay un ascensor—jadeó Charlotte subiendo las últimas escaleras hacia la torre norte.
En ese momento vieron al grupo de alumnos subiendo por una escalera plateada hacia la trampilla, que sería la entrada de la clase.
Cuando subimos encontramos un aula peculiar, parecida a un salón de té, donde rezumaban todo tipo de vapores e inciensos  que daban un calor agobiante.
La chica rubia y yo nos sentamos juntas en una esquina. Una voz suave se escuchó a nuestra espalda.
—Bienvenidos —dijo—. Es un placer veros por fin en el mundo físico.
La profesora Trelawney se acercó a la chimenea, llevaba un chal y su largo cuello estaba cubierto de collares de cuentas y amuletos. Su cabello revuelto se erizaba a su espalda.
—Bienvenidos a la clase de Adivinación —repitió la profesora Trelawney, que se había sentado en un sillón de orejas, delante del fuego—. Soy la profesora Trelawney. Seguramente es la primera vez que me veis. Noto que descender muy a menudo al bullicio del colegio principal nubla mi ojo interior. Todos habéis decidido estudiar Adivinación, la más difícil de todas las artes mágicas. Debo advertiros desde el principio de que si no poseéis la Vista, no podré enseñaros prácticamente nada. Esto es un arte, un don reservado a unos pocos.
La profesora repasó la estancia con sus ojos aumentados por las gafas. Su mirada se detuvo a mi lado. Sobre Charlotte.
—Veo grandes posibilidades por aquí—susurró levantándose y acercándose a nuestra mesa como si fuera un fantasma—. Querida, tú debes tener la Vista. Esa personalidad, tú aura...
Miré a mi amiga que cada vez estaba más roja. Era una imagen divertida porque al verlo así tenían un estilo similar. Ambas con el pelo revuelto y rizado, con grandes pendientes y las manos cubiertas de anillos. Sin embargo, Charlotte tenía un estilo cuidado, propio, pero la profesora Trelawney era el síndrome de Diógenes en persona.
—Que cabello más bonito, debes de ser metamorfomaga—susurró admirando las mechas rosas de Charlotte.
Unas risitas se escucharon al otro lado de la sala. Angelina parecía estar pasándoselo en grande.
—Ya le gustaría a la muggle ser metamorfomaga—rió acompañada por el resto de sus amigas.
Mi amiga giró la cabeza hacia Angelina y la fulminó con su mirada.
La profesora prosiguió con su clase.
—El primer trimestre nos encargaremos de analizar las hojas de té, después haremos quiromancia y por último, pasaremos a la bola de cristal. ¿Puedes pasarme la tetera de plata?—preguntó a Angelina.
La chica tomó la tetera que había a su espalda y se la tendió rozando la mano de la profesora. La mujer se apartó como si le hubiera dado un calambre y dio un alarido, tirando el té al suelo.
—¿Profesora, está bien?—preguntó Angelina preocupada y acercándose a ella.
La adivina se echó hacia atrás esquivando los brazos de su alumna sin ningún tipo de sutileza, como si tuviera miedo a que la manchara con algo.
—Si, si, perfectamente—dijo ajustándose el chal con delicadeza—pero tú no lo vas a estar. Jovencita, creo que deberías dejar esta clase y plantearte otras opciones... Tu aura no es adecuada para esto.
Angelina se miró de arriba a abajo nerviosa, como si estuviera cubierta de arañas.
Charlotte la miró fingiendo cara de asustada.
—Profesora, creo que lo veo yo también. Pobrecilla, tendría que tener cuidado subiendo las escaleras de la torre norte, son muy empinadas—dijo suavemente tapándose la boca con horror.
Angelina abrió todavía más los ojos con miedo. La profesora se giró hacia Charlotte con mirada de orgullo y asintió con gesto funebre. Parecía que estuviera sorprendida por el "don" de Charlotte y que hubiera visto lo mismo que ella, sin embargo, contuvo su entusiasmo delante de Angelina.
—Querida, por favor, baja al despacho de McGonagall y pide un cambio de clase.
La chica fue hacia la puerta con rapidez, pero la profesora la detuvo con una sonrisa nerviosa y después limpió la mano con la que la había tocado en su chal.
—Espera, te acompañará tu amiga. Mejor evitemos accidentes innecesarios. Si fuera tú no volvería a la torre norte y menos sin compañía.
Una amiga de Angelina que también parecía muy asustada se levantó para acompañarla. Una vez hubieron salido del aula, Trelawney corrió hacia la entrada y gritó a través de la abertura.
—¡Cuidado con las escaleras!
El sollozo de Angelina se entrelazó con las risas de Charlotte.
—Creo que ya tengo nueva asignatura preferida—murmuró la chica entre risas.

La Dama DoradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora