26. Escobas

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Estábamos en tercera hora, historia de la magia, y ya notaba como ese cromo que a penas había podido mirar parecía quemar en mi bolsillo. Solo pensaba en eso. El cromo.
Necesitaba verlo.
El profesor Binns continuaba imperturbable su lección sobre la Asamblea Medieval de Magos de Europa, a pesar de que sólo cinco alumnos parecían seguir prestando atención. El fantasma se giró mientras apuntaba una serie de fechas y de nombres en la pizarra, al fondo del aula los gemelos y Lee seguían concentrados en su partida de Snap explosivo. Miré al profesor extrañada, no podía creer que no se diera cuenta. Rocé el cromo por dentro de mi bolsillo, como había hecho desde que lo había recibido. Podría rellenar los datos rápido, solo un momento, el profesor Binns no se daría cuenta. Saqué el cromo y lo puse en mi regazo, Tonks me saludaba y hacía muecas desde el papel, sonreí. Aquella chica era increíblemente inteligente aunque muchos pensaran lo contrario.
"El instrumento más poderoso de un bromista es su cerebro", como mi abuelo decía.
Tonks apuntaba con ansias un circulo de azul oscuro que descansaba en la parte inferior, dibujé una corona de tres puntas. La metamorfomaga mostró los pulgares mientras sonreía y apuntaba el espacio vacío sobre ella, escribí mi nombre. Con este último paso la imagen de Tonks se disolvió, y en su lugar apareció una frase.
"Para activar el cromo debes susurrar 'Juro solemnemente que mis intenciones no son buenas' y para desactivarlo 'Travesura Realizada'".
Sonreí, ella también debía de conocer el mapa del merodeador, por supuesto que lo hacía, era la reina de las bromas.
Miré el cromo con una sonrisa soñadora clavada en mi rostro.
—Alma, ¿podrías decirnos cuál era el fin de la Asamblea Medieval de Magos de Europa, por favor? Ya que tu compañero, Fred Weasley , no ha parecido enterarse, podrías servirle de buen ejemplo—el profesor fulminaba al chico pelirrojo con su mirada fantasmal.
Pegué un pequeño salto asustada, mi espalda se irguió mientras el cromo volvía a mi bolsillo. El resto de mis compañeros me miraban, los gemelos reían por lo bajo, lo habían hecho a posta, a ellos les daba igual que los pillaran, pero a mí no.
Idiotas.
—Claro, la señorita Alma siempre nos suele iluminar con su sabiduría—respondió el chico con voz seria mientras una sonrisa terrible cruzaba su rostro.
Sabía que no tenía la más remota idea.
—Sí, claro, su fin era...
Emma me miraba como intentando mandarme la respuesta por telepatía.
Negué levemente.
—Reconocimiento a la valentía frente a los animales fantásticos—susurró lo más bajo que pudo.
Sonreí, cierto, se me había olvidado.
—El reconocimiento a la valentía frente a los animales fantásticos—continúe mostrando una falsa sonrisa. Por los pelos.
El profesor Binns asintió con orgullo.
—Diez puntos para Gryffindor, muchas gracias señorita Alma.
Asentí.
—Gracias, te pienso comprar el caldero de chocolate más grande que encuentre—murmuré sin mirar a Emma.
La chica de ojos azules sonrió.
—Lo acepto encantada—respondió.
Me giré y encontré la furiosa mirada de Fred Weasley, quien mascaba un chicle súper hinchable con desgana.
—Uno a cero, Weasley—moví mis labios mientras enseñaba un dedo y un puño.
El chico hizo una pompa que estalló con enfado, parecía que el mismo dulce había absorbido toda su ira.
—Quien ríe el último, ríe mejor—respondió con una sonrisa diabolica.
Con la campana que ponía fin a la clase me di cuenta de algo. Odiaba a Fred Weasley.
***
Faltaba alrededor de una hora para las pruebas de Quidditch, Emma y Charlotte se habían ofrecido a acompañarme para darme cierto apoyo. Mientras ayudaba a Charlotte a recortar trozos de papel cubiertos de brillantina para decorar su zona de la habitación.
"Sea Hogwarts o no, mis telas y papeles se vienen conmigo"—le había contestado furiosa a la prefecta el año pasado cuando había visto su zona llena de cartulinas rosa fucsia, telas de patrones y brillantes repartidos por doquier.
Emma arañaba un trozo de pergamino con su pluma al otro lado de la habitación.
—¿Nosotras no tendremos que subir a las gradas verdad?—preguntó la chica apartando su flequillo castaño con un extremo de la pluma.
—No creo, supongo que podréis esperar en el césped—contesté pegando un pequeño diamante falso donde Charlotte me señalaba.
Para ser bruja Emma tenía un miedo curioso, le aterraban las alturas, las clases de vuelo eran una pesadilla para ella y a pesar de ser una alumna brillante, a penas conseguía sacar esa asignatura adelante. Incluso sentarse en las gradas le resultaba un infierno.
—Si no, siempre puedo ir sola, no os preocupéis—dije sin alzar la vista de las cartulinas para quitarle importancia.
—No, no, claro que vamos contigo, necesitas nuestro apoyo—respondió Emma desde su cama.
—Sí, además, quiero estar allí para ver la cara que ponen los Weasley cuando vean que entras en el equipo—rió Charlotte.
Puse los ojos en blanco mientras una sonrisa resbalaba por mi rostro, y en ese mismo instante algo comenzó a quemar en mi bolsillo.
—¡Ay!—grité sacando rápidamente el cromo de mi bolsillo.
—¿Qué pasa?—preguntó Emma preocupada.
—El cromo quema—respondí mirando el objeto.
Unas palabras aparecieron.
" Colagusano.
Por algo hay que empezar,
si quieres llegar a terminar.
Roedores son lo que necesitas
para la corona poder alcanzar."
Las letras desaparecieron contra el fondo azul.
Ratones. Necesitaba hacer una broma con ratones.
***
Cuando llegamos al campo de Quidditch varios alumnos ya se encontraban preparados en el campo. Un chico de cuarto llamado Oliver Wood sonrío al vernos.
—¡Claire! ¡Te estaba esperando!—exclamó—. Charlie me dijo que seguramente te ibas a presentar para entrar en el equipo, tengo muchas ganas de verte volar. Me han dicho que eres de lo mejor de tu curso.
Charlie había sido el capitán del equipo el año anterior y solía traerme a algunos entrenamientos, por eso conocía a casi todos los integrantes del equipo de Quidditch de Gryffindor.
—Bueno, no soy gran cosa, me falta algo de practica, pero espero que se me dé bien—murmuré con mis mejillas sonrojadas.
—Seguro que sí—respondió palmeando mi espalda.
—¿Tus amigas también van a probar?—preguntó con una sonrisa ladeada.
—Por mi bien y por el de los presentes, prefiero no tocar una escoba—respondió Charlotte cruzándose de brazos.
Los ojos marrones de Wood cayeron sobre Charlotte con interés, mientras su sonrisa se ensanchaba.
—Creo que no te conozco—dijo el chico con curiosidad mientras se apoyaba en su escoba—. Soy Oliver Wood, el capitán del equipo.
—Charlotte Campbell—se presentó la chica de ojos verdes con una sonrisa que no había visto nunca en ella.
La miré extrañada.
—También conocida como Cohete Campbell—sonó una voz a nuestra espalda.
—Campbell supersónica—siguió otra voz.
—Escoba fugaz—continuó una nueva voz.
Y allí estaban los Weasley y Jordan. Parecía que estaban en todos lados.
Las cejas del capitán se alzaron en reconocimiento.
—Así que tú eres la chica que salió disparada contra Alexandra el año pasado—rió el chico.
La sonrisa de Charlotte se deshizo y sus cejas alzadas y su mirada fulminante entraron en escena.
—Sí, ¿algún problema?—respondió con orgullo.
Las risas cesaron.
—Que va, todo lo contrario, eres una heroína. Alexandra es una completa idiota. Hiciste lo que algunos llevamos mucho tiempo deseando hacer. En los cursos más altos eres una completa leyenda, Cohete Campbell—dijo con un guiño.
El chico miró a su alrededor mientras cogía su escoba.
—Tengo que ir a poner orden, pero nos veremos pronto. ¡Vosotros!—nos miró a los gemelos y a mí—. ¡A calentar! ¡Os quiero listos en cinco minutos!—gritó mientras se dirigía al otro lado del campo.
El capitán del equipo se giró con una sonrisa mientras hacía un saludo militar.
—¡Encantado, Campbell supersónica!—gritó desde el otro lado.
Charlotte sonrió mientras Lee la miraba extrañado.
—¿Qué?—se giró furiosa a Jordan.
—Que a mí no me sonríes así cuando te llamo Cohete Campbell—respondió haciendo una imitación de la sonrisa tonta de Charlotte.
—¿Celoso?—preguntó.
—Pfff, ya le gustaría—rió el chico mirando al capitán.
Fred Weasley miraba a su amigo con las cejas alzadas, pero sus ojos castaños encontraron los míos como un láser.
Su malévola sonrisa apareció en su rostro.
—La princesita también sabe volar—murmuró—. Espero que caer se te dé igual de bien.
Un nudo se formó en mi garganta, quizás las bromas fueran mi territorio, pero Fred Weasley era mucho mejor volando. No podía negarlo.
El pelirrojo montó en su escoba y voló hacia el centro del campo sin mirar atrás, pero otros ojos castaños me miraban bajo un ceño fruncido.
Algo brillaba en esa mirada. ¿Pena?, ¿preocupación?, ¿quizás arrepentimiento?
Nunca lo sabré, porque George Weasley se alzó al vuelo tras su hermano.

La Dama DoradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora