53. Neville Longbottom

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Charlotte me enseñaba sus brazos bronceados con orgullo mientras los estudiantes pasaban por delante de la puerta del vagón.
—Una semana en la casa del lago de los Robinson y mira. Esto si que es magia—Charlotte continuó admirando su piel—. Te tendrías que haber venido, Claire.
Emma asintió.
—Yara y Regiah también se podrían haber venido.
Negué con la cabeza.
—Tenía muchas cosas que hacer. Además, necesitaba estar con mi familia.
Charlotte parecía que iba a replicar en el momento en el que alguien le dio un golpe a la puerta del vagón, haciendo que los cristales vibraran unos segundos.
Jordan y los gemelos hacían su entrada triunfal.
—¿Qué te has hecho en el pelo?—preguntó Charlotte como si hubieran matado a alguien.
Lee ya no llevaba sus acostumbrados tirabuzones azabaches sueltos, si no que los había convertido en pequeñas rastas que adornaban su cabeza.
El chico alzó una ceja mientras la miraba interrogante.
—Se llaman rastas y son una auténtica pasada—respondió Lee antes de dejar su baúl junto al de los gemelos.
—Menudo estropicio—susurró Charlotte tapándose la cara con una mano.
—Pues a mi me gustan—dijo Fred.
—Además, Campbell, cuando tú te pusiste las puntas rosas nadie dijo nada—refunfuñó Lee cruzándose de brazos y sentándose bajo la ventana.
La chica tomó sus mechas color fucsia indignada.
—¡Esto es moda!
—Eso es tinte muggle—susurró por lo bajo.
Charlotte se levantó con enfado dispuesta a cantarle las cuarenta a Lee, en el momento en el que George se sentó a mi lado y dijo:
—Ya sabemos que os habéis echado mucho de menos, pero, ¿no es más fácil que os lo digáis en vez de tanta discusión?
Ambos lo fulminaron con la mirada, después se miraron entre ellos y apartaron la cabeza con orgullo.
—Ya le gustaría a esa...
—Echarlo de menos dice. Han sido los meses más tranquilos de mi vida...
George puso los ojos en blanco.
Un golpeteo en la puerta acabó con la discusión. Un chico regordete con los ojos de un color azul verdoso entró haciendo movimientos nerviosos con las manos.
Dos círculos rosas adornaban sus mejillas.
—Ho... hola, ¿habéis vis...visto un sapo?
—Lo siento, pero no lo hemos visto—respondió Emma.
Entonces el chico repasó la habitación con cara de pena y sus ojos coincidieron con los míos. Unos ojos que había visto un millón de veces.
Era igual que Bastian.
Parpadeé, para intentar ver con mayor claridad al chico. No eran imaginaciones mías, era el vivo reflejo de Bastian pero mucho más joven.
—¿Cómo te llamas?—conseguí decir en un susurro.
El chico me miró temeroso.
—Me llamo Neville Longbottom.
Había oído ese apellido antes. Sus padres habían sido aurores.
Lo miré de arriba abajo, mientras mis amigos me observaban con el ceño fruncido.
Neville tomó el pomo de la puerta y fue a cerrar, me levanté antes de que cerrara del todo.
—¿Cómo se llama el sapo?
—Trevor.
—Pues no te preocupes Neville, seguro que Trevor tiene que estar por aquí. Te ayudo a buscarlo.
Una sonrisa dulce se asomó en el rostro del chico.
—Gracias.
Sus ojos color azul mar me devolvían la mirada, toda la bondad del mundo asomaba en ellos. Allí lo supe. Protegería a aquel chico como a un hermano.

Preparaba la zona de la biblioteca para contarles un cuento a los de primero como hacía cada año.
Sin embargo, una cabeza cubierta de pelo negro no paraba de dar vueltas en mi cabeza. Harry Potter estaba en Hogwarts, es más, estaba en mi casa. Seguía alucinada. Una completa leyenda dando vueltas por Hogwarts.
¿Pensaría igual la gente de mí?
Unos pasos a mi espalda me despegaron de mis pensamientos.
Un chico rubio platino de primero se acercaba hacia mí con decisión. Vi el ribete verde de su túnica. Un Slytherin.
—La mismísima Claire Isabelle Alma Castille—dijo arrastrando las palabras con una sonrisa arrogante.
Bajé la varita haciendo que la silla que estaba colocando se cayera.
—¿Y tú eres?—pregunté alzando una ceja.
—Draco Malfoy—respondió buscando en mi rostro un signo de reconocimiento. Al ver que no tenía ni la más remota idea de quién era prosiguió—Te he visto con Longbottom en el vagón...
—¿Eres amigo suyo?—pregunté con curiosidad.
Una sonrisa cruel cruzó la cara de Draco, empezó a reír sarcásticamente.
—Por supuesto que no. Solo me codeo con lo mejor de lo mejor, y eso mismo deberías de hacer tú, Claire—la sonrisa de superioridad siguió pegada a su rostro.
Ahí estaba, otro niño engreído fruto de la élite mágica.
Volví a colocar sillas.
—Comprendo, ¿con quien debería juntarme en tu opinión?
Draco sonrió complacido, creyendo que ya me había ganado.
—Evidentemente con magos de tu altura, como yo por ejemplo.
—Ya veo.
—Es más, ese Niebla me parece muy poco para ti, creo que deberías buscarte un pretendiente de tu nivel.
Miré los ojos del chico estupefacta.
"¿Y si lo han mandado los Montblanc?"
—Daniel está a mi nivel.
—Lo siento, pero no. Tú eres una bruja muy poderosa, hermosa, inteligente y mereces algo mejor que una mariposa—masculló con rabia—. Mereces un Slytherin. No es por fardar pero yo vengo de una de las familias más poderosas del mundo mágico y...
Una risa se atascó en mi garganta.
No era ningún enviado de los Montblanc, simplemente era un crío con ansias de poder.
—Mira, Draco, todavía falta un cuarto de hora para empezar con los cuentos. Así que si no te importa, espera fuera, con los demás.
La tez blanca del chico palideció aún más, y aunque frunció su ceño con enfado, se giró hacia la puerta.
—Aquí no se queda la cosa, Claire—susurró.
Puse los ojos en blanco con una sonrisa.

Llevaba un rato contando el cuento, repasando todos aquellos rostros nuevos, pero no podía evitar quedarme mirando a Neville que acariciaba su sapo mirándome atrapado con la historia. Como cada año se arremolinaban una veintena de alumnos de primero ante mí, y no solo de primero, también habían aparecido algunos de segundo. Entonces percibí un movimiento junto a un estante.
Un chico alto se apoyaba contra los libros mientras me escuchaba atentamente.
Cedric Diggory.
El chico de Hufflepuff no había fallado a ni una de mis narraciones.
Estaba más alto y se había dejado el pelo un poco más largo, los mechones de cabello castaño se arremolinaban en su frente. Sostuve su mirada un segundo antes de volver a los niños.
Cuando terminé el cuento los alumnos comenzaron a aplaudir, y Neville entre otros se me acercaron a preguntar cuando contaría el siguiente.
Una vez la biblioteca empezó a vaciarse, me puse a ordenar las sillas. Una sombra atravesó la ventana que había a mi lado.
—Te tienen que gustar mucho los cuentos, no has fallado nunca—dije deteniendo al chico de Hufflepuff.
Cedric se giró mientras se rascaba la nuca con una sonrisa tímida.
—La verdad es que sí—rió—. La primera vez que vine contaste uno de un dragón, recuerdo que me gustó tanto que vine al día siguiente esperando a que contaras la segunda parte. Al final se ha convertido en un hábito, no sé—sonrió mirando al suelo—.Y yo pensando todo este tiempo que pasaba desapercibido entre los críos.
No pude evitar reírme.
—Tú no pasas desapercibido, Cedric Diggory.
El chico levantó la cabeza rápidamente y sus ojos plateados atravesaron los míos durante varios segundos.
Abrió la boca como intentado decir algo.
Entonces me di cuenta de lo que había dicho.
"Tú no pasas desapercibido, Cedric Diggory".
No lo había dicho con ninguna intención. Era la verdad, nada más, ni nada menos.
Era un chico guapo, alto, inteligente, deportista y muy sociable.
Cedric era como un cartel fosforito con patas que decía "Miradme".
Pero los ojos del chico me decían que él había interpretado mis palabras de otra forma.
Aparté la vista y me giré para recoger mis cosas.
El silencio se hizo en la biblioteca y solo se escuchaba el crepitar del fuego en las antorchas del pasillo.
—Claire—susurró a mi espalda.
Me giré.
—¿Sí?
El chico parpadeó rápidamente y agitó la cabeza como apartando una idea de su cabeza.
—Buenas noches—dijo mientras se daba la vuelta y se dirigía al pasillo.
—Buenas noches, Cedric—respondí en el momento en que su túnica desaparecía tras la puerta.

La Dama DoradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora