13. Bienvenidas

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Todos estábamos llenos cuando los postres desaparecieron, al otro lado del comedor, el profesor Dumbledore se levantaba de su asiento, dispuesto a dedicarnos unas palabras.
—Quería darle mi más sincera bienvenida a todos los nuevos estudiantes—anunció Dumbledore posando su mirada en mí un segundo más de lo necesario mientras una sonrisa surcaba sus labios—.También, antes de comenzar este nuevo año me gustaría informaros sobre ciertos asuntos. Los de primer año debéis tener en cuenta que los bosques del área del castillo están prohibidos para todos los alumnos. Y unos pocos de nuestros antiguos alumnos también deberían recordarlo.
Charlie sonrió misteriosamente mientas que una chica de pelo rosa que se sentaba en la mesa de Hufflepuff dijo claramente: —Profesor, lo siento pero no puedo prometerle nada.
Las suaves risas surcaron el comedor.
Dumbledore prosiguió con una sonrisa amable.
—El señor Filch, el celador, me ha pedido que os recuerde que no debéis hacer magia en los recreos ni en los pasillos. Las pruebas de quidditch tendrán lugar en la segunda semana del curso. Los que estén interesados en jugar para los equipos de sus casas, deben ponerse en contacto con la señora Hooch, pero recordad, debéis ser de segundo curso o mayores para poder presentaros.
Resoplé junto con Fred y George, quienes me miraron con curiosidad.
—¡Y ahora, antes de que vayamos a acostarnos, cantemos la canción del colegio! —exclamó Dumbledore agitando su varita, como si tratara de atrapar una mosca, una larga tira dorada apareció, se elevó sobre las mesas, se agitó como una serpiente y se transformó en palabras.
—¡Que cada uno elija su melodía favorita! —dijo Dumbledor—. ¡Y allá vamos!
****
Los de primer año de Gryffindor seguimos a Charlie a través de grupos bulliciosos, salimos del Gran Comedor y subimos por la escalera de mármol. Me encontraba fascinada, iba admirando todas las escalinatas y cuadros a mi paso. Charlotte miraba alucinada a todos los cuadros, en una ocasión alzó el dedo y tocó suavemente la sábana de una mujer.
—¡Descarada! ¡Sin vergüenza! Tan joven y con una mente tan perturbada—chilló con voz aguda la mujer cubriéndose rápidamente.
La cara de Charlotte se tornó de un color rojo.
—Lo lamento, no era mi intención...—balbuceó mientras se alejaba rápidamente.
Varias imitaciones de la voz de la mujer llegaron a nuestros oídos.
Nos giramos y vimos como George se acercaba furtivamente a Fred y le agarraba de la túnica, Fred, imitando a la mujer, se cubría el pecho nuevamente con su túnica y gritaba con voz chillona, Lee no participaba en la actuación ya que era incapaz de hacer algo que no fuera reírse.
No pude evitar reírme, la verdad es que era bastante impresionante la agudeza que podía llegar a adoptar la voz del chico.
Cuando Charlotte ya estaba a punto de estallar y Fred casi no tenía voz, nos detuvimos en un pasillo, al final de éste colgaba un retrato de una mujer muy gorda, con un vestido de seda rosa.
—¿Santo y seña? —preguntó.
—Opaleye de las Antípodas—dijo Charlie girándose levemente y dirigiéndome una gran sonrisa, el retrato se balanceó hacia delante y dejó ver un agujero redondo en la pared. Todos nos amontonamos para pasar y encontramos una habitación llena de cómodos sillones.
Charlie nos condujo a las chicas a través de una puerta, hacia nuestros dormitorios, y a los niños por otra puerta. Al final de una escalera de caracol encontramos, por fin, nuestras camas, tres camas con cuatro postes cada una y cortinas de terciopelo rojo oscuro. Mi baúl, el de Emma y el de Charlotte ya estaban allí.
—A ver chicas, vosotras tres vais en esta habitación, las demás son de cinco pero como hay un grupo de tres sin habitación han sacado dos camas de esta, y bueno, bienvenidas a Gryffindor—dijo con una sonrisa mientras mostraba nuestra habitación—Buenas noches.
—Buenas noches, Charlie—contesté con una gran sonrisa.
Cuando Charlie cerró la puerta Emma comenzó a reír y Charlotte me miraba con una ceja alzada.
—¿Qué?—pregunté extrañada.
—¿Sabes qué tiene como siete años más que tú, verdad?—dijo Charlotte.
—Sí ¿y?
—Qué estás coladita por él —río Emma.
Enrojecí.
—Eso... eso no es verdad, solo me parece guapo...
—Si tu lo dices...—murmuró Emma tumbada en su cama sonriendo.
—A mí también me parece guapo, pero no lo miro con esa cara de cachorrito.
Charlotte puso ojos de corderito y dijo con voz dulce:—Buenas noches, Charlie.
Emma estalló en carcajadas junto a Charlotte, yo cogí un cojín granate y dorado de mi cama.
—¡Yo no hablo así!—grité mientras reía y fallaba al intentar darle a Charlotte con el cojín.
—Claro que sí—continuó Charlotte riendo mientras se subía encima de una cama y saltaba mientras volvía a imitarme.
Le lancé el cojín y en aquella ocasión acerté, le di de lleno en la cara.
—¡Te vas a enterar, Claire!
Una pequeña pelea de almohadas comenzó en ese momento. Emma, Charlotte y yo comenzamos a reír mientras las pequeñas plumas volaban por el aire, pero la diversión terminó cuando Emma le lanzó a Charlotte un cojín totalmente dorado. Charlotte cogió el cojín dispuesta a volver a lanzárselo, pero su sonrisa desapareció cuando vio el color de la tela.
—Dorado, es dorado...Claire, ¿no tienes algo que contarnos?
Mi sonrisa se desvaneció entre los restos de plumas que revoloteaban a nuestro alrededor como nieve.
Suspiré.
—Sí, tengo algo que contarte...—suspiré—. Soy Claire Alma Castille, conocida como la dama dorada y soy la hija del ministro de magia español y de la ministra de magia francesa.
Charlotte me miró con los ojos abiertos, asombrada. Emma miró al suelo.
—¿Entonces eres como de la realeza no? ¿Por qué no nos lo habías dicho?
—Bueno, sí, algo así. Al sur de Europa los ministerios no funcionan como aquí, cada familia posee un ministerio, los Alma tienen el español, los Castille tienen el francés, los Uccello tienen el italiano...podría decirse que es más bien una monarquía, sin embargo, el pueblo es capaz de elegir a otra familia como responsable del ministerio en cada momento y cada siete años hay elecciones en las que se decide si continúa la familia actual gobernando o se elige a otra.
—Interesante...¿ y cómo es que tú no lo sabías Emma?
Miré a Emma, quien por alguna razón no había desvelado mi identidad y solo por eso se había ganado mi confianza.
—Sí, si lo sabía...pero no he dicho nada porque yo también tengo algo que contar...—Emma miró al suelo con expresión culpable—. No sé si os habréis dado cuenta de que había gente murmurando cuando han dicho mi nombre...
Sí, me había dado cuenta pero pensaba que había sido por la impaciencia de la gente.
No se me había ocurrido que era por Emma.
Asentí.
—Como sabéis mi madre es bruja y trabaja en el ministerio, sin embargo, mi padre es muggle, un empresario rico y muy poderoso, Aedus Robinson, conocido por su gran empresa de ...
—Armas—interrumpió Charlotte casi sin aliento.
—Sí, armas—asintió Emma seriamente—. Ahora mismo mi padre se encuentra salpicado por un escándalo, ha sido acusado de fraude y estafa. Odio que cuando me vean me reconozcan, me fotografíen y todo eso, por eso decidí no desvelar la identidad de Claire, pensaba pasar desapercibida en el tren por si me reconocíais, no me apetecía hablar con nadie...
Me quedé asombrada.
Nunca pensé que nadie podría comprender lo que me sucedía. Y lo había encontrado.
Había encontrado a aquella chica de ojos azules y de gran sonrisa. No era tímida, solo se estaba ocultando de las miradas, de las falsas sonrisas, de aquellas palabras que te hacen tropezar.
Solo se estaba protegiendo.
Crucé mi mirada dorada con la de Emma y la cogí de la mano.
—Gracias, de verdad, quiero que sepas que vas a tenerme siempre a tu lado.
Charlotte apoyó su mano en el hombro de la chica.
—Y a mí.
Así nos quedamos la tres formando ese extraño triángulo.
En el que cada una parecíamos no tener nada en común pero en el fondo éramos más parecidas de lo que pensábamos.
Después de ponernos el pijama escuchamos una especie de llantos en el pasillo y unos pasos nerviosos a su alrededor.
—Por favor, tranquilízate Rose...
—¡No!¡Déjame! Solo quiero volver a casa...
Los gritos se intensificaron y decidimos salir al pasillo. Allí encontramos a una chica de nuestra edad, de cabello rubio cogido en dos elaboradas trenzas que no paraba de sollozar y a su lado estaba la prefecta de Gryffindor, que mostraba una expresión de preocupación.
—¿Qué pasa?—pregunté preocupada.
Nuestra prefecta que estaba demasiado ocupada tranquilizando a la niña no había reparado en nuestra presencia.
—¡Oh! Hola chicas, no os preocupéis ya me encargo de esto—murmuró con voz dulce mientras nos miraba con una sonrisa cansada—.Todos los años pasa lo mismo, siempre suelen haber varios estudiantes de primero un tanto... nostálgicos en sus primeros días...
A pesar de las palabras de la chica nos quedamos en el pasillo vigilantes, de repente, Emma dio unos pasos hacia la niña de trenzas.
—Hola, Rose, mi nombre es Emma y estas son Claire y Charlotte—Emma habló con una voz maternal, dulce y segura, como una reina que tranquiliza a su pueblo.
—Hola...—susurró.
—Hola—dijimos Charlotte y yo levantando una mano.
—Me encantan tus trenzas, ¿te las has hecho tú?
Rose asintió con un rastro de orgullo.
—Sí, mi madre me ha enseñado, podría enseñarte algún día si quieres... si queréis—prosiguió echándonos una tímida mirada a Charlotte y a mí.
—Claro, nos encantaría—contesté con una sonrisa.
La niña respondió con otra sonrisa.
—¿Podemos ayudarte, Rose?—pregunté poniéndome junto a Emma.
—No creo, simplemente echo de menos mi casa, nunca he salido y todo esto es nuevo para mí... tengo miedo—murmuró mirando al suelo mientras una lágrima resbalaba por su mejilla—.Tampoco entiendo que hago aquí... yo no soy valiente...
—Rose, mira, Hogwarts es un lugar genial donde conocerás a tu nueva familia y además siempre que eches de menos a tus padres puedes escribirles, ¿verdad,Anna?—dije girándome para mirar a la prefecta.
—Por supuesto.
—Y si el Sombrero Seleccionador te ha puesto en Gryffindor es porque eres valiente, Rose, porque hay que ser muy valiente para admitir que tienes miedo... yo no sé si sería lo suficientemente valiente para confesar que tengo miedo como has hecho tú.
Rose sonrió.
—¿No hay nada que podamos hacer para ayudarte?—preguntó Emma.
—Bueno, hay algo que podría ayudarme a mí... y a los demás...
—¿A los demás?—inquirió Charlotte.
—Sí, Charlie esta con otras tres niñas, Michael está con un niño y la otra delegada, Maureen está con otros cuantos.
—Sí—asintió Rose mientras se restregaba los ojos—.Hay más pero no quieren decir que están mal...
—¿Bueno y qué es eso que podemos hacer?
Los ojos marrones de Rose se iluminaron.
—Un cuento, contarnos un cuento, eso siempre ayuda.
Mi corazón saltó al oír esas palabras.
Yo tenía un cuento.
Cientos de ellos, los mejores, pero no sabía si iba a ser capaz de leer esas trazas de tintas sin deshacerme en lágrimas.
—De acuerdo, pues tendréis un cuento.
Después me dirigí a mí habitación donde cogí aquel libro que guardaba el alma de Bastian.
"Cuentos de un squib".
Cuando bajé las escaleras vi a alrededor de una quincena de niños que esperaban escuchar el relato.
Abrí el libro ante mi atento público.
Charlie se encontraba abrazando a una niña y me miró asintiendo.
"Un cuento, eso siempre ayuda".
Sí, un cuento, ojalá eso fuera suficiente para curar mi herido corazón.
Ojalá fuera suficiente para sellar aquel hueco que había dejado Bastian.
Comencé.
—Érase una vez...
Y en ese momento comprendí que si ese cuento no arreglaba mi corazón, lo haría el siguiente, o el siguiente del siguiente.
Pero no podía cerrar mis recuerdos sobre Bastian para no hacerme daño.
Todo lo contrario, esos recuerdos me sanarían, eso recuerdos harían que aquel amor que sentía por Bastian no se transformara en veneno por su último acto.
Tenía que seguir leyendo las historias de Bastian.
Por él.
Por aquel muchacho que solo quería arreglar las cosas con sus cuentos.
Por aquel muchacho que decidió apartar los miedos de los demás aunque él no hubiera apartado primero los suyos.
Y por él conseguí terminar el cuento sin que las lágrimas asomaran por mi rostro.
Era un comienzo.
Un buen comienzo para ese triste final.
Decidí pasar las páginas con cuidado hasta cerrar el libro.
Cuando el libro se cerró los niños estallaron en aplauso.

La Dama DoradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora