34. Lazo del diablo

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Las gotas de lluvia continuaban repiqueteando contra las ventanas, deslizándose una sobre otra, fundiéndose una con otra. Seguía ese movimiento con mis ojos dorados desde la cama, la medianoche había pasado hace ya, y solo quedábamos la luna llena y yo despiertas.
No necesitaba dormir.
Necesitaba ideas.
Necesitaba venganza.
Me levanté de la cama de un salto, andar me ayudaría a pensar con claridad. Miré la pulsera plateada que descansaba en mi muñeca mientras me hacía invisible.
Los pasillos estaban levemente iluminados por alguna antorcha solitaria, la lluvia era una dulce banda sonora que acompañaba a mis pensamientos, arrastré mis pies mientras deambulaba por los pasillos y echaba un ojo al mapa de vez en cuando para ver qué no había nadie en los pasillos.
El castillo estaba para mí sola, pero entonces lo vi, los vi. Pequeñas huellas aparecieron cerca del invernadero, Cedric Diggory e Isaac Davies daban vueltas dentro del aula de Herbología. Los dos amigos inseparables eran conocidos por ser prácticamente perfectos en todo, y eso implicaba no meterse en líos.
"¿Qué harán esos dos allí ahora?".
Cuando llegué al invernadero, la tormenta se había reducido a una leve llovizna, apoyé la mano para abrir con cuidado la puerta de frío cristal, mis ojos cayeron sobre el cerrojo, lo habían reventado.
Los susurros llegaron hacia mis oídos.
—Date prisa, Isaac—apremió la voz de Cedric en un susurro.
—Lo hago lo más rápido que puedo—respondió la voz de Isaac—. Si quieres te dejo que lo hagas tú.
Cedric rió por lo bajo.
—Ya sabes que soy un tremendo inútil con estas cosas, tú eres el maestro, Davies.
Mis cejas se alzaron hacia arriba.
"¿Cedric? ¿Inútil en algo?".
Entré rápidamente en la sala y fui hacia el fondo, la cabeza de un rubio blanquecino de Isaac caía sobre una maceta, mientras extraía una extraña planta, descurainia sophia. Cedric le daba luz con su varita, el chico se giró rápidamente al oír el chasquido de la puerta, mientras Isaac levantaba la cabeza de su trabajo.
—Ha sido el viento—lo tranquilizó Cedric.
El chico rubio volvió a su trabajo, a los pocos minutos terminó de sacar la planta, y la metió en un extraño frasco.
—Ya está—murmuró.
Isaac miró a su amigo, quien había dejado de darle luz y pasaba junto a las macetas observando su interior con curiosidad, Cedric se acercaba cada vez más a mí, me eché hacia atrás para no chocarme con él, pero mi espalda golpeó una mesa metálica, estaba atrapada. Su cuerpo poco a poco estaba cada vez más cerca, la punta de sus zapatillas tocó las mías. Su mano rozó la mía.
El chico la retiró rápidamente como si se hubiera quemado, mientras fruncía sus cejas castañas confundido, sus ojos grises relucieron bajo la luz de la varita.
—Eh, mira esto, ¿te acuerdas?—rió Isaac desde el otro lado de la sala—. Que guerra me diste con esto, no había manera de que te entrara en la cabeza.
Cedric se giró con una sonrisa.
Asfódelo—rió Cedric—siempre lo confundía con el ajenjo— el chico miró otra maceta—. Y esto era...
Lazo del diablo, no lo toques—dijo rápidamente Isaac apartando a Cedric—. Es mejor que nos vayamos ya.
Cedric asintió.
Miré aquella maceta solitaria de la que salían unas pequeñas ramas de un color entre azul y violeta.
Y ahí estaba.
Mi venganza.
***
El frasco de cristal donde había guardado el lazo del diablo pesaba en el bolsillo de mi túnica mientras me dirigía a los invernaderos junto a mis amigas. Cuando atravesamos las puertas de cristal, lo primero que vi fue a Cedric junto a Isaac mientras discutía entre susurros furiosos con James Chamberlain, Simon Westbrook apoyaba su espalda en una de las mesas de metal mientras jugaba con sus gafas de pasta negra, Jackson, sin embargo, cruzaba los brazos sobre su pecho mientras miraba con expresión furiosa a Cedric que seguía gesticulando de forma dramática.
Charlotte los miró junto a mí.
—¿Qué pasa?—me preguntó mientras los miraba.
—No tengo ni la más remota idea.
Charlotte dejó caer sus ojos verdes sobre mí, una mueca de preocupación apareció en su rostro.
—Investigaré—murmuró.
La profesora Sprout llegó desde el otro lado del invernadero, su rostro no mostraba la acostumbrada sonrisa de siempre, un ceño fruncido decoraba su frente, sus ojos marrones atravesaron al grupo de Hufflepuff con seriedad, decepción. La mujer se acercó y les susurró algo a los chicos quienes se pusieron blancos como la leche, tras esto, la profesora se alejó hacia unas mesas montadas sobre caballetes, sobre las cuales habrían unas treinta orejeras.
—Hoy vamos a replantar mandrágoras. Veamos, ¿alguien conoce sus propiedades?
La puerta del invernadero se abrió.
Angelina Johnson llegaba tarde.
Puse los ojos en blanco, mientras escuchaba como se disculpaba con su aguda voz, mientras se cambiaba la túnica y se ponía una de trabajo. Mis ojos coincidieron con los de Cedric, el chico apartó la mirada y la centró en una planta junto a él.
—Como decía antes de esta interrupción, ¿alguien?
Isaac levantó la mano con miedo.
—Señor Davies—dijo con frialdad la profesora Sprout.
Todos abrimos los ojos con sorpresa.
Señor Davies.
Isaac era el alumno favorito de la profesora Sprout, siempre le sonreía con dulzura y orgullo, casi todas las tardes podías ver a Isaac cuidando las plantas mientras hablaba alegremente con la profesora, lo trataba casi como a un nieto.
Isaac miró al suelo con tristeza.
—La mandragora es un gran reconstituyente, utilizado para volver a su estado original a la gente transformada o encantada.
—Y también es peligrosa, —dijo sin felicitar al alumno—,su llanto es fatal para quien lo oye.
La profesora dio instrucciones y después nos puso por parejas.
—Fred Weasley con Claire Alma.
Tenía que ser una broma.
Nos acercamos a la mesa para ponernos las orejeras, aproveché el revuelo para acercarme al perchero donde colgaban las túnicas de mis compañeros y evitar ser vista.
Todas ellas en orden de lista.
Fui a la última mientras abría el frasco con el lazo del diablo y metía en contenido con cuidado en ambos bolsillos.
La túnica de George Weasley.
La túnica de un mentiroso.
Me acerque a la otra túnica, pero la señora Sprout no me dejó terminar mi venganza.
—¿Quien no ha cogido unas orejeras?—gritó mostrando unas con el brazo estirado sobre los alumnos.
—Yo, profesora—contesté poniéndome detrás de mis compañeros.
—Toma, cariño—murmuró mientras se las daba a un chico por delante de mí—Dáselas, por favor.
George Weasley me tendió las orejeras con una sonrisa tímida.
Le devolví la sonrisa.
Sus dedos rozaron los míos.
Y no pude evitar mirarlos por unos instantes.
Esos dedos que iban a quedar atrapados en sus bolsillos. Esas manos que iban a arañar el lazo del diablo. Esa sonrisa que iba a deshacerse, porque me había hecho daño.
Y lo peor es que no entendía porqué me había dolido tanto.
No entendía porqué sentí ese orgullo cuando sentí la mirada celosa de Angelina sobre nosotros.
No entendía porqué haber dejado ese lazo del diablo me atormentaba más a mí de lo que le iba a dañar a él.

La Dama DoradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora