18. Los Niebla

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Daniel seguía en la puerta junto a su familia, su mirada carecía de cualquier emoción, estaba vacío, parecía mirar a través de mí, como si no existiera, como si yo fuera una simple alucinación que buscaba evitar.
—Bienvenidos a nuestro hogar—dijo mi madre con su gélida sonrisa mientras se acercaba a la otra familia—.Hace años que no nos vemos, Nélida—saludó mi madre a la mujer rubia y pálida que se encontraba en la puerta.
—Siempre es un placer verte, Janelle—contestó rozando dos veces la mejilla de mi madre con la suya.
Mi padre me miró por encima del hombro para intentar darme ánimos, su rostro moreno contrastaba claramente con el pálido rostro de los demás.
Yara me miraba como si quisiera irse de aquel lugar, pero algo me decía que no se iba a mover porque quería apoyarme, acaricié su cabeza.
Sus rostros eran pálidos, su cabello rubio y sus vestimentas negras, eran todo lo contrario a nosotros, con nuestro cabello moreno al igual que nuestra piel y nuestras ropas coloridas.
Nuestros ojos dorados y sus ojos de niebla.
Estábamos pactando con el enemigo, con aquel contra el que habíamos luchado durante siglos, los Niebla.
Mi padre pensaba igual que yo, podía verlo en su rostro, esta no era su decisión, tenía otro sello, tenía la firma de los Castille. La de mi abuela y la de mi madre.
Mi padre se acercó al hombre alto y delgado que saludaba a mi madre con un rostro impasible.
—Aeneas Niebla—le tendió mi padre la mano con gesto serio.
—Alma—contestó el hombre arrastrando las palabras.
Noté cierta tensión en el ambiente, no se llevaban bien.
—Claire, saluda a nuestros invitados—ordenó mi madre con una falsa sonrisa sacándome de mis pensamientos.
Saludé a los adultos primero y después llegué a una niña pequeña preciosa, de grandes ojos plateados con su rubio cabello recogido en dos trenzas por dos lazos grises.
—Está es nuestra hija Serena—me presentó la mujer a la niña poniendo ambas manos sobre sus hombros en un gesto maternal.
—Hola—la saludé levantando una mano.
Serena contestó agachando la cabeza.
Entonces mis ojos resbalaron en Daniel, quien me estaba mirando, sus ojos resplandecieron con una emoción pero rápidamente su expresión volvió a la total indiferencia. Parecía aburrido, pero de un modo prepotente, como aquel que piensa que está gastando su tiempo con quien no lo merece.
El corazón se me rompió en pedazos.
Me había equivocado.
Había dejado que me engañara.
Él era como los demás. Otro idiota cubierto de diamantes.
Me sentía tan estupida.
Estaba furiosa.
—Y este es Daniel, tu prometido. Ambos sois los verdaderos protagonistas de esta velada.
Daniel tomó mi mano con delicadeza y posó un beso sobre ésta mientras me miraba a los ojos.
—Encantado.
Mi puño se cerró con fuerza.
—Lo mismo digo—respondí dándole a mi rostro un aspecto de indiferencia.
Mi madre me miró seriamente y después se giró a hacia los demás con una sonrisa mientras juntaba su blancas manos.
—Ya que nos conocemos todos, nos espera la comida en el jardín, hace un día estupendo para comer fuera.
Los Niebla siguieron a mi madre.
Necesitaba escapar de allí, miré a Yara, quien no se movía de mi lado.
Miré las ondas pelirrojas del cabello de mi madre, mientras se balanceaban por sobre su espalda.
—Madre, voy a llevar a Yara a la cocina para que coma allí.
Mi madre, se giró y me miró con una mirada helada, esa mirada tan parecida a la de mi abuela, esa mirada acompañada de una sonrisa.
Una sonrisa que no auguraba nada bueno.
—Por supuesto, te esperamos fuera.
Estuve a punto de suspirar aliviada por aquellos segundos que había conseguido para poner mi cabeza en orden. Sin embargo, alguien no quería darme ese placer.
—Madre, acompañaré a Claire por si necesita ayuda.
Esa voz que tan bien conocía sonó a mi espalda.
Parecía estar riéndose de mí.
Daniel apareció a mi lado y dijo:—Detrás vuestro.
Puse los ojos en blanco.
Nos alejamos del comedor en silencio, Yara se giraba y miraba con cierto odio a Daniel, desde luego aquella loba era el reflejo de mi mente.
El chico parecía que no iba a decir nada, pero cuando llegamos a la puerta de madera de la cocina tomó mi mano.
—Claire.
Me giré sorprendida y aparte rápidamente mi mano como si me hubiera quemado con algo.
—No me toques—susurré con odio.
Entonces el rostro del muchacho cambió y volvió a ser Daniel, aquel chico que conocía tan bien. O eso creía.
—Claire, lo siento muchísimo. Sé cómo te tienes que estar sintiendo ahora mismo, sé que crees que soy un mentiroso y que me he aprovechado de ti, pero no es verdad. Desde el primer momento en que te vi supe quien eras y pensaba decírtelo pero no sabía cómo hacerlo, no quería que pensaras que era como el resto—suspiró—. Pero al final me dejé llevar por mi egoísmo y ha sido peor el remedio que la enfermedad, lo siento— el chico miró al suelo, un mechón rubio se descolocó de su lugar, acariciando su frente—.Solo quería dejar de ser Daniel Niebla y ser yo por un momento.
Esas últimas palabras llegaron a mí.
Sentí que alguien me comprendía.
Pero no podía volver a caer en su juego.
Asentí sin reflejar emoción alguna.
El rostro de Daniel mostró una profunda tristeza.
—Vale, entiendo que no me creas, de verdad. Pero que sepas que tú no eres la única que no está de acuerdo con esto. Yo tampoco lo quiero. No quiero ni tú dinero, ni tú apellido, ni tú poder, no estoy interesado en nada de eso. Vine pensando que serías una idiota hasta que te conocí en aquel bosque, y ahora lo único que quiero es tener a alguien aquí dentro, alguien como yo—Daniel me miró—. Lo único que quiero es a Claire, a mi amiga Claire, la chica del bosque que adora leer cuentos y mirar las nubes. Claire Isabelle Alma Castille no me interesa en absoluto.
No pude evitar sonreír, quería creerlo, quería ser su amiga.
Suspiré mirando el color crema de mi vestido.
—De acuerdo, te perdonaré, pero necesito que me digas toda la verdad.
—Por supuesto.
Daniel me contó cómo desde siempre había aprendido a no ser él mismo, a llevar una careta hasta en su propia casa. Al finalizar su segundo curso en Beauxbaton, llegó pensando que pasarían aquí otras aburridas vacaciones de verano, pero al volver con su familia recibió una sorpresa, estaba prometido con la famosa dama dorada, y habían ido a aquel lugar de vacaciones para estar más cerca de los Alma para cuando se realizara la reunión y de paso conseguir la mayor información posible sobre mi familia y su entorno.
—Cuando me enteré pensaba que ibas a ser la típica niñita de mamá, una chica odiosa y con aires de superioridad, estaba furioso, me sentía engañado, quería salir corriendo y desaparecer. Solo eso, desaparecer. Y fue lo que hice, corrí y corrí hasta que llegué a ese claro donde horas más tarde me encontraste—río como si todo fuera una broma absurda—. Y allí estabas, vestida con unos pantalones cortos y unas zapatillas sucias, como si fueras una simple muggle. Eras todo lo contrario a lo que esperaba y pensé, "Daniel vamos a ver a dónde va esto." Quería conocerte, saber quién eras y decidí que al día siguiente te contaría la verdad, pero cada día pensaba, "solo un día más siendo Daniel el muggle, solo uno" y bueno, lo demás es historia. Siento no haberte contado todo desde el principio, Claire, pero quiero que sepas que nada de lo del bosque estuvo planeado ni se trataba de ningún engaño. Solo era yo mismo, hacía mucho tiempo que no podía serlo con nadie.
Sonreí y corrí a abrazarlo.
—Entonces, ¿estoy perdonado?
—Sí, pero vuelve a mentirme y será la última vez que lo hagas.
—Por supuesto, mi señora—contestó haciendo una reverencia burlona mientras se separaba.
—Entonces,¿vamos a tener que actuar como desconocidos delante de los demás?—pregunté.
—Me temo que sí—contestó el chico encogiéndose de hombros y arreglando su corbata plateada.
Un pensamiento apareció en mi mente, y una mueca divertida cruzó mi rostro.
—No sé que estás pensando, pero me da miedo—me miró Daniel con curiosidad.
Sonreí.
—Daniel, tú y yo vamos a divertirnos mucho.
—¿Qué vas a hacer?—preguntó Daniel riendo.
—Vamos a fingir que no nos conocemos, Daniel. Eso es lo que vamos a hacer, tú sígueme la corriente—respondí con una sonrisa maliciosa.—La señal va a ser tocarse el pelo, ahí es cuando el juego comienza.
Yara nos miró mientras movía la cola, ella también quería verlo.
Daniel río.
—Está bien, vamos a hacerlo—continuó entusiasmado mientras se frotaba las manos.
Y así fue como Daniel se convirtió en mi nuevo mejor amigo, en mi apoyo, en ese tesoro que había encontrado en un nido de víboras.

La Dama DoradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora