—¡Espera, espera! Harry, ven aquí —Anne señaló con las manos a su hijo, que obedeció reacio, para que se acercase.
Ella lamió la yema de sus dedos, y ensalivados los pasó sobre las cejas castañas de su hijo, repeinándolas hacia los lados.
—¡Mamá! —exclamó el muchacho.
—Lo lamento tesoro, quiero causar una buena impresión. ¡Robin, abróchate esos pantalones!
Harry soltó una risa divertida, viéndola corretearlos de un lado a otro para asegurarse de que todo estuviera perfecto. Así solía comportare su madre cada vez que un niño nuevo llegaba a casa, y ese día no iba a ser la excepción.
Aunque Harry no se había quedado atrás. Había pasado gran parte de la noche despierto, soñando como sería el nuevo inquilino o inquilina. En si tendría su edad, en si sería hombre o mujer, seria alto, bajo, delgado o gordo. ¿Le gustarían los videojuegos tanto como a él?
Su madre se rehusaba a decirle algo, quería que fuera una sorpresa aun sabiendo cuan inquieto se ponía su hijo. Harry estaba casi tan emocionado como su hermana menor, Wylla. La chiquilla moría por tener otro hermano o hermana con quien jugar, pues en casa, nadie más que Harry tenía interés en pasar tiempo jugando a las princesas con ella.
Merry ha estado muy ocupada estudiando para la aplicación en la universidad que no tenía cabeza para nada más, mientras que los otros dos muchachos, Greyson y Max, no les interesaban los absurdos juegos de una niña. Wylla realmente quería otro hermano como Harry con quien jugar.
Cinco. Eran cinco chicos en total viviendo bajo el mismo techo. No era tan problemático como uno esperaría, la casa era espaciosa después de todo. Su padrastro era un reconocido agente de bienes raíces, y su madre era columnista en una revista de jardinería, famosa por todo el noroeste del país, que le permitía trabajar desde casa y mantener un ojo sobre la manada de muchachos que se avecinaba a casa todos los días después de las dos de la tarde.
Hubo una temporada en la que su familia de siete, se convirtió en una de ocho. Connor fue el último niño en cruzar la puerta de esa casa. A ellos no les gustaba hablar de Connor. Lo aceptaron después de su padre fuera arrestado por violencia domestica, pero la verdad era que, Connor no era tan diferente de su padre. Tenía 13 años y ya había sido enviado al reformatorio dos veces por peleas en la escuela, y la situación en casa de los Twist no le trajo una perspectiva diferente. Se fue después de seis meses, cuando su abuela pidió la custodia del niño.
Harry se consideraba una buena persona, por lo que le daba vergüenza admitir que se sintió aliviado cuando Connor por fin se marchó. Fue una época incómoda para todos, y a ellos definitivamente, no les gustaba hablar de Connor.
—¿Crees que le guste dibujar? —preguntó la pequeña, alisándose la falda del vestido con las manos.
—Seguro que sí.
—¿Sabes si es niña o niño? —preguntó ella, con ojos brillantes como gemas. Wylla estiró la mano y Harry la tomó gustosamente, guiándola hacia el recibidor para ponerle sus zapatitos de charol.
—No lo sé, pero niño o niña estoy seguro de que te va a adorar.
Ella sonrió con sus pequeños dientes blancos y aperlados, completamente separados unos de otros. Harry acarició su cabello platinado, pasándose entre los dedos las hebras tan delgadas como telarañas.
—¿Cuántos años crees que tenga? Ojalá muchos, los niños de mi edad no me agradan.
Harry se rio en voz alta, pero antes de tan siquiera tener la oportunidad de responder, escuchó un bocinazo a las afueras de la casa.
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foster; ns
أدب الهواةNiall, un huérfano de quince años, ha tenido al menos doce familias adoptivas. Reaceo a aceptar un nuevo hogar, Niall se había escapado de todas y cada una de ellas. Entonces, ¿qué lo orilló a quedarse cuando fue colocado en casa de los Twist?