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Era como haber regresado a la primera base. Todo el esfuerzo que había logrado hacer con Niall estos primeros meses se había esfumado como vapor.

El resto del sábado, se escondió en la habitación compartida, encogido en la oscuridad bajo sus sábanas. Harry se vio restringido de su propio cuarto, pues no quería perturbarlo cuando aún tenía sus sentimientos a flor de piel. Harry no sabría cómo soportar otro arrebato por parte de Niall.

En cambio, pasó todo el día en el salón, jugando videojuegos con Garyson y Max, perdiendo cada una de las partidas pues parecía no poder apartar sus pensamientos del rubio que se escondía como ermitaño escaleras arriba. No hablaba, no comía. Era como si no estuviera en casa en lo absoluto.

Solo pudo asegurarse de que Niall no había escapado una segunda vez cuando se vio obligado a regresar a su habitación para poder dormir.

Al día siguiente fue más de lo mismo. Harry hizo sus deberes, fue al parque con sus hermanos, tuvo una reunión con su equipo de hockey, y para cuando regresó a casa, no había rastros de Niall.

Su ausencia fue más prominente en la cena, que fue consumida por el silencio, y en dónde nada más que el sonido de los cubiertos contra la vasija era escuchado. Se sentía su ausencia, y cómo todas las miradas recaían en el mismo punto. Su asiento vacío junto a Harry.

Su madre intentó aliviar la tensión después de la cena, sugiriéndoles ver una película antes de ir a dormir, pero los pensamientos de Harry aun divagaban de retorno a Niall. Quizá su madre lo notó al instante, pues de inmediato le dijo:

—¿Por qué no le llevas su plato a Niall? Debe tener hambre.

Harry asintió, con la cabeza en otro lado. Sacó el plato de Niall del microondas y se encaminó a las escaleras, en dónde fue detenido por Merry.

—Intenta hablar con él, ¿sí? —pidió encarecidamente, asegurándose de que sus hermanos no la escucharan.

Se dirigió a su habitación y tocó la puerta suavemente con los nudillos de sus dedos, pero no hubo respuesta además del sepulcral silencio.

Harry tragó saliva y se aventuró dentro de la habitación oscura. Sus ojos parpadearon un par de veces, tratando de adaptarse al negro que engullía su propio cuarto. Las luces estaban apagadas, y las cortinas corridas.

Pudo distinguir a Niall como nada más que un ovillo tirado en el alfombrado del suelo, con las piernas encogidas contra su pecho, sus brazos abrazando sus rodillas, y la cabeza agachada, protegida por la sombra.

Harry cerró la puerta tras su paso y dejó el plato de comida en la mesilla de noche. Encendió la lámpara, cuya luz amarillenta lo cegó por un instante, pero Niall ni siquiera se inmutó.

—Ni —lo llamó con un susurro, como si tratara de despertarlo.

Harry sabía que estaba siendo escuchado, pero Niall no respondió.

Se sentó junto a él en el suelo, de piernas cruzadas.

—Deberías comer algo. Mamá está preocupada por ti.

Silencio.

Harry atrapó la comisura de su labio con sus dientes, contemplando su elección de palabras.

—Salí hoy por la tarde. Te traje algo.

Estiró su cuerpo, sin levantarse de su lugar, solo para alcanzar su mochila que yacía a los pies de su cama. Sacó de ella un cuaderno pequeño, de encuadernado de cuero oscuro y brillante, que aún se resguardaba detrás de su envoltura de plástico.

Lo puso a los pies de Niall, mordisqueándose el interior de la mejilla nerviosamente, en esperanzas de que le gustara. Niall levantó la mirada, tenía bolsas debajo de sus ojos.

foster; nsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora