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Niall azotó la puerta de cristal con fuerza, chorreando agua por todo el alicatado de la cocina. El estruendo había llamado la atención de los adultos congregados en el salón, tomando humeantes tazas de café. Sus risas habían sido cortadas por la abrupta intrusión del chico empapado.

—¿Niall? ¿Te encuentras bien? —preguntó Anne, levantándose de repente.

Niall la ignoró monumentalmente, dejándola desfasada por un segundo. Con la memoria borrosa se escabulló a donde recordaba que Harry le había mostrado el baño. Su cuerpo temblaba y su corazón trepidaba escandalosamente.

Cerró la puerta tan fuerte, que el espejo empañado sobre el lavabo tembló, pero Niall ni siquiera lo notó. Lo único que ocupaba en su mente era el dolor en su pecho, el entumecimiento en sus extremidades y el extremo latir de su corazón.

Se preguntó si es que estaba a punto de sufrir un paro cardiaco.

Con sus temblorosas y desenfrenadas manos, abrió la llave de la ducha y se metió bajo el chorro de agua ardiente, aún con el bañador y los pesados abrigos mojados de agua salada puestos. Pero las relajantes gotas de lluvia artificial y el vaho que desprendía el agua caliente no parecían ser suficientes para calmarle los nervios.

—¡Niall! —La voz de Anne hizo eco en el cuarto de baño.

Tocaba una y otra vez la puerta, pero Niall no abría.

En un momento, ya había personas apelmazadas en la puerta mientras Niall se deslizaba por el mosaico de la pared hasta el suelo.

—¿Qué ocurre? —Reconoció la voz de Harry al instante.

—Dímelo tú —dijo Anne—, llegó todo empapado y frenético.

—¡Niall!¡¿Estás bien?!

—¡Abre la puerta hijo! —dijo Robín.

Pero todo lo que veía era profunda oscuridad; frío calador que le entumía hasta los huesos y el ardor en su nariz. Aún podía oler el aroma del mar y sentir el agua salada raspar su garganta sin clemencia.

Cuando escuchó la puerta reventarse abierta, cerró con fuerza abrupta la portezuela deslizable de la ducha. Tal vez si hubiera estado hecha de cristal en lugar de plástico, la hubiera roto.

Del otro lado solo podía ver las figuras moverse dentro del baño.

Se sorbió la nariz.

—Niall, abre la puerta. Lo siento ¿sí? No volveré a hacerlo —suplicó Harry del otro lado de la ducha.

Pero Niall aun sostenía con fuerza la portezuela para que Harry no pudiera abrirla. Aunque sabía que sería en vano, eventualmente sus brazos cederían por el cansancio y los demás serían capaces de verlo en su manera más deplorable.

—Cariño, ¿qué ocurre? —Las palabras de Anne se vieron amortiguadas por el sonido de la regadera.

—Ni, abre la puerta.

A Niall le dolía mucho el pecho, pero le dolía a un más la cabeza cuando escuchaba los estridentes golpes del otro lado de la puerta.

Finalmente no pudo soportarlo. Dejó ir el marco de plástico y se cubrió los oídos, con los ojos apretados y mordiéndose violentamente el labio inferior.

La puerta se abrió de un tirón y Harry se metió a la regadera con él, agachándose frente suyo para buscar su mirada.

—¿Qué te ocurre?

Lo zarandeó un poco, pero Niall parecía aun sentir la sensación de agua salada quemándole la garganta y la nariz. Veía el sol ondular a través de la superficie mientras se hundía cada vez más, con el frío helado del agua paralizándole los músculos.

foster; nsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora