33

1.2K 209 129
                                    

Harry recorrió la calle lentamente, asomando la cabeza por la ventanilla a pesar del implacable frío que azotaba esa mañana. Recorrió la cuadra y las calles contiguas, pero no había rastro de Niall por ninguna parte. Incluso preguntó desde su Caribe si no lo habían visto pasar a algunos vecinos que se encontraba fuera de sus casas.

Ninguno lo había visto.

Su madre lo llamó en una señal de alto en la esquina. Respondió al instante, pero sus ojos continuaban divagando por el exterior con la esperanza de encontrarse con Niall. Tal vez se había escurrido por alguno de los callejones entre las casas para tomar el sendero maltrecho detrás de los suburbios.

—¿Lo encontraron?

—No —respondió la voz cortada de su madre—. Stella viene para acá, dice que no sabe en dónde puede estar.

Harry refunfuñó con los dientes apretados, escuchando a su madre suspirar a través de la línea.

—Supongo que no lo has encontrado tampoco.

—¿A dónde se pudo haber ido en tan poco tiempo?

Harry llegó a la glorieta que circulaba alrededor del parque, escuchando a su mamá hacerle una pregunta por el teléfono, sin realmente prestarle atención, pues pensaba en las veces que sus padres los llevaban a patinar al lago congelado. Seguía congelado, pero Harry podía adivinar que a medida que el invierno llegaba a su fin, el hielo se volvía más delgado. En estas épocas del año nadie se atrevía a llevar a sus niños a jugar en él.

—Harry, ¿me estás escuchando?

Harry frunció el ceño y entornó los ojos. Escudriñando la base de la fagácea corta, vio encogida y abrigada por sus raíces una silueta conocida. Estaba hecho ovillo con los pies enterrados en la nieve.

Harry tuvo que resistir el instinto de bajar corriendo del auto y aproximarse a Niall para llevárselo a casa. Posiblemente lo asustaría.

En cambio, dejó su vehículo aparcado descuidadamente entre dos lugares del pequeño estacionamiento del parque. Cerró la puerta con sigilo y caminó hacia el árbol, abrazándose el abrigo contra el cuerpo mientras el otro colgaba de su mano empuñada.

A medida que se acercaba cada vez más podía ver más claro el enrojecimiento que se extendía con parches irregulares por sus mejillas, la punta de su nariz y en sus orejas. Ni siquiera se había puesto el gorro que parecía no poder quitarse ni siquiera para dormir.

Niall tenía la libreta en su regazo, y escribía sobre ella frenéticamente sin detenerse. Su manó estaba blanca y tensa, luciendo acalambrada.

—Niall —quiso llamar su atención con la voz más dulce que pudo salir de sus labios. Pero Niall continuó escribiendo, con la mirada clavada en la hoja en blanco—. Niall, vámonos. Te estás congelando.

Harry pudo apreciar que había salido de la casa con el mismo pijama con el que había despertado, y solo había llevado consigo la sudadera que llevó al partido del día anterior.

Harry se arrodilló frente a él y puso una mano sobre la hoja pálida del cuaderno, deteniendo a Niall en seco.

Él miró la hoja con ojos vacíos y expresión ilegible. Tenía los labios entreabiertos y sus irises gélidos parecían temblar en su lugar.

—Vamos —murmuró, tomándolo de los hombros para ayudarlo a ponerse de pie.

Harry se quitó los guantes de las manos y se los tendió a Niall, ofreciéndole también uno de sus abrigos que había tomado de su armario antes de salir de casa. El ajuste era holgado sobre el cuerpo flacucho de Niall, pero al menos era más caliente que lo que llevaba encima.

foster; nsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora