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Niall entró a la escuela ese día con cara de muerte. Habían profundas ojeras bajo sus ojos, que deslucían el bonito azul cerúleo de sus irises, convirtiéndolo en un aburrido gris pálido. Su rostro lucía más blancuzco de lo normal, y sus labios se encontraban resquebrajados e incoloros.

Se separó de sus hermanos apenas el auto aparcó en el estacionamiento del colegio, pensando que no sería buena idea que lo vieran entrar con el deslumbrante Harry, la atractiva Merry y el carismático Max con las pintas que llevaba, por el bien de su propio orgullo.

¿Por qué Niall llegaba a la escuela luciendo como muerto viviente? La respuesta era fácil, se había escapado una vez más, aunque ya había aprendido después de la noche anterior, que no era buena idea fugarse la noche entera cuando tenía clases por la mañana, simplemente su cuerpo lo despreciaba.

Se dedicaría a continuar los fines de semana, incluso si le tomaba más tiempo. Agradecía que el viernes por fin había llegado en una semana tortuosamente larga, más insufrible de lo esperado para ser su primera.

No paraba de recibir miradas por el corredor, algunas curiosas, y muchas otras, desdeñosas. La gente no parecía olvidar haberlo visto entrar con nadie menos que Harry Styles el primer día de clases, además de haber sido el dueño de sus conversaciones y atención en varias ocasiones, a pesar de que Niall había tratado de evitar ser visto junto a él, parecía estar tatuado en la memoria de los demás estudiantes.

Niall había aprendido a lo largo de su primera semana, que ser popular y ser amigo Harry Styles eran algo importante en esa escuela. Muchos tenían que trabajar duro por ello a lo largo de su vida estudiantil, y no les parecía justo que aquello se le fuera entregado en bandeja de plata al niño nuevo de segundo año.

Aparentemente, que un niño de segundo se juntara con uno de último y que ese fuera nada más y nada menos que Harry Styles, era algo impensable.

A Niall no le resultaba extraño que Harry fuera tan popular en la escuela. Era guapo, alto, encantador, no tenía ni una pisca de malicia, además, era carismático y con una sonrisa de comercial. Sin embargo, él no quería todo eso, no quería estar cerca de todo eso, era demasiado para él, mucho que manejar. No quería atención, no quería la popularidad que ser amigo de Harry le traía y que tanta envidia causaba, solo quería ir a casa al final del día.

Quería terminar el instituto desapercibido como logró hacerlo en la secundaria.

Se detuvo frente a su taquilla, habiendo ahuyentado ya muchas miradas con sus ojos molestos. Desafortunadamente le habían asignado uno de los casilleros superiores, y siendo tan bajito, siempre tenía que pararse de puntitas para alcanzar el estante superior. Vaya manera de hacer el ridículo, pensó.

Pero en cuanto estuvo a punto de alcanzar el libro que había dejado en la parte más alta, vio una mano bronceada con un anillo dorado adornando su estilizado dedo índice alcanzarlo por él. Cuando Niall se giró sobre sus talones, se encontró con nada más y nada manos que Harry, quien le sonreía con tanta sinceridad que Niall no se vio con la voluntad de rodarle los ojos. Tomó el libro que le tendía y lo abrazó contra su pecho, ahora más que nunca consciente de todas las miradas de soslayo que eran arrojadas al par.

—Hoy es viernes —dijo, mordiéndose el labio para evitar sonreír más grande.

Esta vez Niall no pudo contenerse y rodó los ojos, pensando en que quizá no encontró otro dato más obvio para decirle. Cerró su taquilla de un portazo con la intensión de irse.

—¡Espera Niall! ¿sabes lo que eso significa? —le preguntó Harry entusiasmado, caminando junto a él a su siguiente clase, incluso si tenía matemáticas avanzadas en el salón del otro lado de la escuela.