¡Malditos todos!

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El ángel podía conducir toda la noche y cuanto hiciera falta para encontrar un lugar seguro para el bebé, pero Jack no. El llanto de hambre fue un claro mensaje para Castiel, obligándolo a estacionar en el primer motel que encontró.

La encargada murió de amor en cuanto lo vio entrar, intentando calmar al pequeño.

- ¿Cómo se llama esta hermosura? – Sonrió hacia el pequeño.

- Jack. – Dijo Cas, dejando el dinero sobre el escritorio.

- Si necesita cualquier cosa, solo avise. – Se ofreció amable.

Gracias a Dios o al padre de ese niño, pudo calentar el agua en la cocina bastante básica del lugar, y preparar la formula especial de leche que Kelly compró días atras. El bolso traía todo lo necesario y, en cuanto Jack terminara su leche, podría vestirlo apropiadamente. Momentos antes, la encargada estuvo a punto de darse cuenta de que el pequeño solo estaba envuelto en una mantita.

Su viaje de huida podía continuar mañana temprano. Colocó el pañal al inquieto bebé y luego, el primer enterito a disposición.

- Ok, creó que lo hice como Kelly me enseño. – Se felicitó a sí mismo, hasta que cayó en cuenta de lo que dijo.

El solo decir su nombre, el solo recordarla era doloroso. Nunca imaginó que se alejaría tanto de su indiferencia con su entorno, hasta el punto de sentirse tan dañado como cualquier humano. Por suerte, Jack no entendía lo que había pasado con su madre y se dedicaba a dormitar en brazos de Castiel sin problemas que le inquietaran. Sabía que cuando creciera, sería capaz de percibir esa perdida, y solo deseó ser suficiente para acallar su llanto también en ese momento.

Pero Cas tenía muchas preocupaciones encima. La primera y más prioritaria era esconderse, lo tenía resuelto por muy poco tiempo. Mañana mismo tendría que huir y probablemente encontrar otro vehículo, y lograr ocultar al bebé del mundo entero. Era un nephilim, miel dulce para un millón de seres interesados y tan indefenso como una flor.

Un niño no podría vivir en la carretera para siempre, lo que significaba hallar un lugar seguro. No necesitaban un hogar demasiado grande, solo uno que los mantuviese seguros del mundo entero. Y luego, todo lo que implica la crianza de un hijo se batallaría en un futuro.

El ángel depositó al bebé en la amplia cama, entre dos almohadas para que no cayera.

- Descansa, Jack. – Le cubrió con su mantita y se dedicó a limpiar el desastre a su alrededor.




Lucifer pateó la maldita arena una vez más, maldiciendo todo lo maldecible de todas las malditas realidades que su maldito padre había creado. ¡Maldita sea su existencia también!

- Es mi hijo, ¿Cómo se atreven a alejarme de él? – Masculló por lo bajo. - ¿Cómo se atreven? ¡Es mi hijo! – Gritó a la nada misma.

La arena se metía en sus zapatos y era difícil caminar sobre ella. Quería volver a la estúpida tierra, tomar a su hijo y desintegrar a todos esos malditos embaucadores.

Se detuvo en seco cuando su hermano Michael, de otra realidad pero hermano al fin, se le apareció justo enfrente. Blanqueó los ojos a la estúpida cereza del pastel de su maldita desgracia.

- ¡¿Qué demonios quieres tú ahora?! 

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