Vinculo de gracias.

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El fuego acabó por consumir a los nephilims que habían secuestrado al bebé y los símbolos que les ocultaban se esfumaron en chispas doradas. Las llamas cayeron rápidamente como si hubiesen perdido motivación. Entonces solo hubo silencio.

Obvió por completo la nueva forma de su hijo, aún aquella gracia unida a la suya desde el día de su concepción, estaba allí. Castiel le abrazó con fuerza, como cuando apenas le daba la bienvenida al mundo. Nath reconoció enseguida la sensación cálida de la suave esencia de su padre. Dudo un momento, pero Lucifer acabó por unirse al gesto.

- ¡Nata! – Se escuchó a sus espaldas.

La pareja, Nathan y Dios voltearan atrás y abajo. Jack tenía los brazos al cielo y su sonrisa más grande; al fin había encontrado a su hermano, no se veía como lo recordaba pero eso no era importante para él.

- ¿Qué haces aquí? – Espetó Lucifer, indignado de los malos cuidados de los Winchester.

Muy lejos de allí, los hermanos estaban maldiciendo la fuerza sobrehumana de su sobrino. El brillo volvió a refulgir desde Nathan en un blanco segador. De pronto regresó a su forma infante, sentando en el suelo. Su ceño pareció enojado, y comenzó a gatear hacía Jack.

- Bueno... - Dijo Chuck, observando con la misma estupefacción que sus hijos. – Eso se solucionó solo.

- Nathan es raro. – Concluyó Lucifer, mientras Jack daba saltitos alrededor de su hermano en festejo.

- Teniendo en cuenta sus origines, es bastante normal. – Defendió Castiel.



De vuelta a casa, todo el mundo necesitaba un descanso. Por enésima vez, Sam y Dean se disculparon por la huida de Jack, y Cas les repitió que era entendible, había días en que ni sus padres podían contener al pequeño hiperactivo nephilim. El Impala se marchó, perdiendo sus faros en la oscuridad de la lejana carretera.

Chuck alargó un poco más su visita, jugando con los niños un rato. Hasta que Nath se durmió en brazos de Lucifer y Jack comenzó a lloriquear por cualquier cosa, señal de cansancio.

- Bueno... - Dijo, en medio de un silencio incomodo el Dios. – Supongo que es hora de irme. Si algo pasa, cualquier cosa... - Llevó su mano a su oído en forma de teléfono. – Ya saben.

- Bai bai, abelo. – Dijo Jacky, aún acongojado y acurrucado contra el pecho de Cas.

Dios se fue, y como cada noche, la pareja subió las escaleras. Ambos se miraron al llegar al cuarto de los niños. Quizas... solo por esta noche, se tomarían el permiso de dormir los cuatro juntos.

Con los bebés al centro de la cama, las miradas de Lucifer y Castiel volvieron a encontrarse. Entrelazaron sus manos abrazando a los niños y se quedaron así, disfrutando de la calidez y la cercanía un poco más. Era difícil detener esa sensación de persecución en sus corazones al recordar el peligro en que sus hijos estaban, pero por un momento, querían fingir que nada en este mundo podía dañarles. Quizás aquellas mujeres en medio de un mundo apocalíptico tenían algo de razón, no debían preocuparse por cosas comunes en sus hijos; pero el ángel y Satán, sabían bien que peligros más grandes asechaban a sus bebés...

Aunque el poder más grande del mundo estaba en el centro de aquella cama, dividido en dos seres perfectamente inmortales; para sus padres, solo eran bebés tratando de llevar una vida normal. Las criaturas malvadas fuera, pensaban en apocalipsis, caos, reinados y manipulación, para el futuro de esos niños. Pero Jack pensaba en cuidar a su Nata y Nathan solo sabía volver a brazos de su hermano mayor.

Y ambos niños, obviaban el mundo cuando sus padres le abrazaban como esa noche, dándoles la seguridad que no necesitaban; amándoles como nadie nunca les amaría.

Mañana sería otro día, y otro ser malvado intentaría romper ese vínculo. Pero nadie tenía idea de cuan profundo era. 

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