Hermanos y chocolates.

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Nunca lo había notado antes, pero no sabía cómo es que había vivido todo este tiempo sin Nata. Siendo hijo único podía hacer travesuras, pero era mucho más divertido de la mano del morocho, corriendo por ahí como si sus padres no pudiesen atraparles. Con su andar tambaleante y su poco entendimiento del lenguaje, Nata intentaba hacer lo posible por seguirle el ritmo a su hermano mayor.

Eran la pareja perfecta para jugar y "delinquir". El plan estaba hecho, chocó puños con el bebé y corrió a la cocina.

Los cajones hicieron de escalera hasta la mesada, y Jack trepo. A la distancia, en la sala, se escuchaba el llanto desconsolado de Nathan. Todo era parte del plan. Poco a poco y con esfuerzo, el rubio llegó hasta la cima, y allí sintió vértigo al mirar abajo. Las distancias se hicieron enormes a su ver, y sintió terror.

Desde muy pequeño, por traumas de bebé, Jack le temía a las alturas; con su edad, una mesada estaba muy arriba. ¿Qué tal si caía? Se paralizo por un momento, pensando en si debía o no bajarse.

Las voces de sus padres le alertaron, debía hacerlo rápido, antes de que el show de Nathan no fuese muy convincente. La segunda puerta de la alacena era su objetivo. La abrió, intentando no pensar en el "precipicio" detrás de él. El recipiente de los chocolates estaba allí, como brillando entre los demás.

Sus ojos brillaron también, en alegría. Castiel les permitía comer uno los fines de semanas y, a veces, por ocasiones especiales; pero mientras, debían abstenerse de comerlos a todas horas. Jack sentía envidia de Lucifer, que sí tenía ese derecho.

Estiro sus manitas para tomarlo, aunque le costó un poco alcanzarlo, y perdió el equilibro, precipitándose al vacío. Sus alas ni siquiera tuvieron tiempo de reaccionar.

Un golpe seguido de un alarido pusieron en alerta a los padres. Lucifer corrió primero hacía la cocina, ya que Castiel tenía a Nath en brazos. Con los chocolates esparcidos a su alrededor como confeti y un hilo de sangre cayendo por su frente, Jack lloraba a mares, aún más fuerte que la actuación de su hermano.

Después de algunos mimos y tiempo para que su gracia curara la herida en su cabeza, Jack se calmó. Nata intento fingir que no era participe de esto, pero sus padres no eran tontos.

Tener un hermano le cambio la vida a Jack para siempre. Ahora no tenía que sentarse solo a mirar la pared mientras sopesaba sus pecados, sino que, a su lado estaba Nata.

- Nu'ca tendré choco, Nata. – Rezongó, arrugando la frente.

- Yaya. – Llamó su hermano, logrando su atención.

El menor tenía un chocolate en la mano, ofreciéndoselo. Puede que apenas cumpliera un año y dos meses de edad hoy, pero Nathan era muy inteligente; no había costado más que un pensamiento conseguirlo. Jack volvió a pensar en cómo vivió todo este tiempo sin él.

- Jack, ¿Qué es eso? – La voz terrorífica a sus espaldas de su papi-Luci le estremeció.

El chocolate estaba en su mano ahora, y por tanto, era culpable. Ahora sabía que, por el contrario, Nath era su pase directo a la muerte.

- ¡Yaya! – Aplaudió Nata, riendo divertido. 

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