Misión fallida.

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Sam sacó la caja en la que guardaban unas cuantas de esas afiladas estrellas, el Impala se detuvo y los abrojos fueron divididos entre los hermanos.

- Yo a la derecha. – Eligió Dean, tomando un par. – Tenemos que actuar rápido, toma al bebé y sal de allí.

- Bien. – Asintió Sam. – Lleva un arma en la guantera, así que ten cuidado.




Castiel había parado un momento a alimentar y cambiar a Jack, y ya estaban de nuevo en la carretera, algo despoblada en ese tramo. Pronto, el pequeño volvió a dormir, como era normal a esa edad. El auto tenía nuevos cobertores en las ventanas, dispuestos para que el sol no le diese en la cara al bebé. Habían algunas cosas dispersas por el asiento de delante, pero el bolso de atrás estaba en su lugar, con lo indispensable a mano, como Kelly y los libros lo recomendaban. El ángel solo rogaba estar haciéndolo bien.

El niño no había visto a un doctor, aunque dudaba que tuviese algún problema que su gracia no pudiese solucionar. No tenía una cuna propiamente dicha y solo se la pasaba recostado en esa sillita de auto. Se la pasaban de viaje y eso no tenia que ser saludable para un bebé, por muy nephilim que fuera. Castiel no podía dejar de preocuparse por el bienestar de la criatura y los problemas empeoraron.

Algo explotó por debajo del auto y Cas perdió casi por completo el control sobre él, derrapó y terminó de lado sobre la carretera. Jack comenzó a llorar estrepitosamente y soló pensó que tenía que sacar al bebé de allí pronto.

Bajó del auto, encontrando su mirada con la verde de Dean. Arma en mano y seguramente en su interior balas mata-ángeles. Castiel no tuvo más opción, él también tenía un arma, la cual ellos mismos le habían cedido.

- El bebé se viene con nosotros, Cas.

- Por sobre mi cadáver, Dean. – Retó.

Con la mirada busco a Sam, y pronto escucho el sonido de la puerta de su auto ser cerrada. Volteó y un lloroso Jack estaba en brazos del Winchester menor. Entonces, el arma paso a apuntar a Sam, sin importarle que Dean estuviese a centímetros de él.

- Dame a Jack. – Exigió el ángel.

- Nadie va a hacerle daño, Cas. ¿Puedes confiar en nosotros? – Habló Dean a sus espaldas.

- No. – Reafirmó, quitando el seguro al arma. – Van a deshacerse de él y no voy a permitirlo.

- Bueno, quizás si nos lo permitas a nosotros.

Una cuarta voz interrumpió la disputa. El cabello de Sam fue tirado hacia atrás y una espada de ángel rozó su garganta.

- Entréganos al niño, Sam. – Pidió Dumah. – Agradecemos que hayan capturado a Castiel por nosotros, pero es hora de que nos llevemos al nephilim.

Cas desenfundo su espada, pero no había mucho que hacer a esa distancia. Olvidando el conflicto primero, sus enemigos principales eran los cinco ángeles rodeándolos. Dean maquinaba una forma de crear un símbolo, de darle a Dumah sin que la espada fuese más allá en el cuello de su hermano o cualquier otra estrategia; mientras Castiel no quitaba la mirada de Jack. El bebé estaba nervioso y moviéndose histéricamente sobre su mantita, a la vez que su llanto se volvía más y más ruidoso.

- El niño, Sam. – Apuró Dumah.

El cazador terminó por acceder cuando la sangre empezó a brotar de su cuello desde una fina línea. Jack pasó a brazos del ángel, quien quito la espada del cuerpo de Sam.

- No... - La palabra salió de la boca de Cas como una súplica, si ellos lo tenían, sería mucho más difícil recuperarlo.

Dio un paso y dos hacia su hijo, pero se detuvo cuando Dumah amenazó al niño con la espada.

- Olvídalo, Castiel. – El resto de ángeles se dispusieron por detrás de ella, listos para marcharse.

No podía perderlo de esa forma, tan rápido como había llegado a sus brazos. Ese llanto desgarrador rogaba por su padre y Castiel no podía hacer nada para recuperarlo.

- ¡No pueden llevárselo! - Corrió hasta él, pero uno de sus hermanos lo atajó. - ¡Jack!

Ese llamado encendió algo. El rostro de Dumah fue iluminado y miró hacia la fuente de esa luz. Jack ya no lloraba y sus ojos brillaron en dorado. Algo parecido a una explosión se sintió y todos fueron afectados excepto Castiel. Por un segundo nadie supo qué demonios estaba sucediendo.

Sobre el pavimento, temblando y retomando sus sollozos, el bebé apagó su llamarada de gracia. Cas se apresuró a llegar hasta él y tomarlo entre sus brazos de nuevo.

- ¡Dios mío! – Lo revisó, verificando que no se había lastimado o tan siquiera ensuciado. – Te tengo. – Susurro colocándolo contra su pecho. – Estamos bien.

Alrededor de ellos, inconscientes ángeles y cazadores no comprendían lo sucedido. Cas sopesó el llevarse el Impala, pero su auto estaba en perfectas condiciones inesperadamente. Puso al bebé de vuelta en su silla y retomaron camino. 

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