Abandonador de familias.

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Los supermercados no eran algo del agrado de Lucifer, pero Cas se sentía mucho más tranquilo de traer al bebé a lugares así, cuando antes lo evitaba lo más posible. Jack crecía rápido y tenían que comprar más cosas que nunca. La tarjeta falsa daría más de sí por el bien del nephilim.

Luci no se fiaba del portabebés, pero Jack estaba bastante cómodo en él, chupando la etiqueta del producto. Su padre se la quitó y le entregó su chupón.

- ¿Cuánto más vas a comprar? – Interrogó Satán, viendo la montaña de ropa de bebé y otras cosas que Castiel cargaba en su carrito.

- Todo lo que Jack necesita es más de lo que imaginas. – Exageró.

Una señora se atravesó entre ellos, llevándose una mala cara de parte del rubio.

- Mira, mordedores con forma de comida, Jacky.

No desvío su mirada del ángel por demasiado, solo lo suficiente para elegir un mordedor con forma de helado. Entonces, cuando volteo, Cas ya no estaba a la vista.

- ¿Ángel? – Llamó, pero Castiel no estaba en los alrededores. – Mierda, Jacky, nos perdimos.

El supermercado era enorme, más de lo que jamás imagino y solo podía intentar a duras penas sentir la gracia del ángel.

- Tranquilo, Jacky, no entremos en pánico. – Dijo, con la esperanza de calmar sus propios nervios.

Recorrieron desde el área de juguetes hasta la pescadería sin lograr encontrar al morocho. Más allá de estar entretenido, los nervios que sentía en su padre se sumaron a la falta de Castiel cerca, y Jack comenzó a llorar. Lucifer y su bebé estaban perdidos en medio de un millón de personas, encerrados en un laberinto de góndolas y llenos de miedos.

Volvieron al punto en el que habían estado, rodeados de cosas de bebé. Luci logró calmar al pequeño, mostrándole juguetes con música, pero no lo ayudarían a él. Castiel no se iría sin ellos, eso era seguro, pero no encontrarle era malditamente frustrante.

Apartó el maldito portabebés y se sentó en el suelo con el pequeño Jack en brazos. Odiaba las voces de la gente, las risas de los niños, el traqueteo constante de la humanidad a su alrededor. Era estúpido relacionar esto con los traumas de su vida, pero la falta de su gracia lo estaba volviendo malditamente emocional, por lo que no podía dejar de imaginarse solo de nuevo. Jack intentó tocar su rostro, buscando animarle.

- ¿Quieres ir a casa también, Jacky?

No tenían un verdadero hogar, pero la habitación de motel no sonaba nada mal ahora.

- ¿Chocolate? – Ofreció una voz conocida.

El carrito de compras, ahora con algunas cosas comestibles, se detuvo a un lado de los rubios. Castiel le entregó el chocolate y sacó el biberón de un bolso más pequeño del que siempre traía.

Jack pasó a sus brazos sin problemas, aferrándose a su comida diaria.

- ¿Dónde estabas? – Exigió saber un indignado Satán.

- Comprando. – Dijo Cas, asegurándose de que traía las toallitas de bebé adecuadas. – Cuando volteé ya no estaban, pensé que se habían entretenido con algo.

- Nos dejaste solo en medio de toda esta... escoria. – Miró a su alrededor la gente pasar.

- Pero te traje chocolate. – Objetó con simpleza el morocho.

El bebé seguía aferrado a su biberón cuando salieron de allí, cerrando los ojos de a ratos.

- ¿Cómo es que esta caliente? – Tocó el biberón, a perfecta temperatura después de haber estado horas en el bolso.

- Beneficios de tener mi gracia en su lugar. – Se burló el ángel, cerrando el baúl de auto.

- Te odio, abandonador de familias en supermercados.  

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