ERES MI TODO
CAPÍTULO 11.
—Kenia Monasterio—
Ha sido una noche demasiado loca y me siento cansada. Me quito la ropa y me coloco una pijama para estar cómoda, me meto a la cama y escucho que alguien está tirando piedrecitas en mi ventana. Me levanto a mirar quién es porque quizás se quieren meter a robar o que sé yo. Pero es la última persona que quería ver.
Lucas está debajo de un árbol, pienso que si lo ignoro se irá, pero es peor, intenta subirse por el árbol y se cae. Noto que no se mueve y me asusto mucho, así que salgo corriendo.
—¡¿Qué te pasa, te piensas matar o qué?!
Se levanta con cuidado y me mira desde mis pies hasta mis senos, «no tengo sostén», luego me mira a la cara.
—Te odio, Kenia —murmura. De nuevo no, por favor—. ¿Sabes por qué?
—Vienes de donde sea que estabas solo a decirme que me odias—me aparto—. ¿No te das cuenta de que me duele todo lo que me dices? Mejor lárgate.
—¡¿Crees que no me afecta verte mal?! —me grita—. ¡Maldita sea, Kenia! ¡Te odio porque me estás haciendo sentir cosas que no quiero! El amor nos hace débiles.
¿Qué carajos? ¿Acaso me está diciendo que le gusto? Esto no puede ser. Sin poder evitarlo suelto una carcajada de lo más profundo de mi alma
—Por favor, me odias porque según tú te gusto —lo enfrento—. Déjame en paz, no quiero verte cerca de mí porque solo me traes dolor. Me dijiste que no buscas a nadie, entonces, ¿qué haces aquí?
—No sé, solo quería verte —susurra—. No quiero verte con otro.
—Eres un completo idiota, no me quieres con nadie, pero tampoco me dejas estar contigo
Empiezo a caminar para irme, y lo escucho;
—Eres mía, Kenia —me giro a verlo—. Te quiero conmigo.
Tanta es mi rabia por escuchar esas mentiras de su boca que lo empujo haciéndolo caer al suelo.
—¡Ya déjame en paz! —no hago otra cosa que llorar—. Solo me haces sentir mal, no quiero que me lastimes más.
—No llores, no me gusta verte llorar —me abraza—. No llores, por favor.
—Suéltame —me aparto—. ¿Sabes algo? Me odio por fijarme en alguien como tú, alguien tan egocéntrico y frío como solo Lucas Cuella puede serlo.
—Lo mejor es que me vaya.
Empieza a caminar.
Estoy furiosa con él, pero no puedo dejar que se vaya en ese estado, si le pasa algo me dolería porque lo quiero.
—Espera —lo detengo—. No te puedes ir en ese estado, estás muy tomado.
—¿Quieres que me quede?
—Nada más porque estás borracho, pero no pasará nada entre los dos.
«Dios, contrólame».
Me acerco y lo ayudo a caminar hasta mi habitación —cómo pesa este chico—, lo dejo en la cama y no sé qué hacer porque él tiene su mirada clavada en mí.
—¿Dónde dormirás? —me interroga—. Quédate conmigo.
—Desgraciadamente, contigo, pero no volverá a pasar lo que pasó entre los dos, y tampoco quiero que me lo recuerdes.
—Ven, siéntate conmigo —toca a un lado la cama—. Ven a mi lado.
—Aquí estoy bien —me cruzo de brazos—. Mejor duerme, mañana te vas temprano.
—¿Por qué no me dijiste que eres novia de Axel?
—Porque es mi vida y no te interesa en lo más mínimo lo que haga.
—Está bien.
Noto la tristeza en sus ojos, es algo que él muestra muy poco, pero ahora está vulnerable y le doy la razón en algo: cuando estamos enamorados le damos el poder a la otra persona de destruirnos.
—Crees que si anduviera con él me hubiese acostado contigo, por Dios —bufo—. Axel es mi amigo, no tenemos nada.
—ven a dormir —me sonríe.
—Tú duermes en una esquina y yo en la otra.
Noto que se hace el serio para no mostrar la sonrisa por lo que yo he dicho. En serio, aunque me duela aceptarlo lo deseo como nunca deseé a nadie y dormir juntos es bastante tentación para mí. Me volteo dándole la espalda, siento que se acerca más y pasa el brazo por mi cintura pegándome a él.
—Hasta mañana, grosera.
Besa mi mejilla.
—Hasta mañana, egocéntrico —sonrío sin que me vea.
Cómo pienso olvidarlo si siempre me pasa algo con él, ahora es tan tierno, pero luego será frío y odioso como de costumbre. ¡Dios! Y así me sigue gustando como la primera vez. Mis ojos se empiezan a cerrar y caigo rendida.
[….]
Un nuevo día ha empezado y no tengo la mínima idea de qué va a pasar, quiero que sea un día tranquilo. Mañana regresaré a clases siendo una persona distinta, no me dejaré de nadie, ya está bueno que siempre me traten mal. No quiero más humillaciones por parte de las «populares» porque estoy decidida a defenderme.
Miro a mi lado y Lucas sigue dormido. Está en bóxer, ¿en qué momento se quitó la ropa? Tiene su antebrazo en sus ojos, su respiración lenta y sus labios húmedos. «El degenerado está bien guapo». Me levanto para evitar la tentación de estar muy cerca de él, su erección mañanera está a flote. Estoy por entrar al baño cuando alguien toca la puerta.
—Hija, abre la puerta, soy tu madre —escucho la voz de mamá.
¡Mierda! Si ve a Lucas en mi cama casi desnudo se imaginará lo malo.
—¡Ya voy, mamá, deja me arreglo un poco!
Me tiro en la cama y empiezo a mover a Lucas para que se despierte. No quiero que lo vean.
—Déjame dormir un rato más.
—No seas pendejo, Lucas, mi madre está tocando, no quiero que me vea contigo aquí. Métete al baño.
—Entro con una condición —sonríe a medias—. Que me des un beso.
—No estamos para condiciones, mueve tu maldito trasero —intento moverlo.
Lucas me jala hacia él y me abraza fuerte. Siento que no puedo respirar casi, pero tampoco me molesta.
—Bueno, entonces nos quedamos aquí en tu cama —besa mi frente—. ¿Quieres que le diga que pase?
—¡Kenia, que abras esa puerta o busco las llaves!
Mamá vuelve a llamar.
—Está bien, acepto darte el beso —me acerco—. Te aprovechas de la situación.
Me acerco más hasta que siento sus labios sobre los míos. Es un beso tierno —besa tan bien—, lleno de deseo. Siento cómo su lengua entra en mi boca y juega con la mía. Todo desaparece y coloco mis manos en su cara para profundizar el beso. Él acaricia mi cabello mientras me besa con una lentitud que me descontrola. ¡Joder, mi madre! Me aparto rápidamente.
—Así me gusta, obediente —se levanta—. Besas bastante bien, ¡he!
Se va al baño.
Mi respiración se controla y me arreglo un poco el cabello para abrir la puerta.
—¿Por qué no abrías la puerta? ¿Estás con alguien? —se detiene en mí—. Te ves… diferente.
—Hola, mamá, estoy bien, gracias —ironizo girando los ojos—. Estoy sola, ¿qué quieres?
—Te extrañé, hija —me abraza—. Estás hermosa.
Algo quiere mi madre, ella nunca es cariñosa.
—¿Qué quieres, mamá? Tú nunca eres así conmigo.
—Nada, princesa, solo viene a decirte que hoy a las nueve tenemos una cena con unos amigos y tienes que estar.
—¿Tengo que estar? —camino de un lado a otro—. Ni siquiera me preguntas si quiero estar en esa bendita cena, mamá.
—Es una orden, Kenia. En unos minutos te mando el vestido que quiero que uses esta noche.
—Nunca estás y cuando vienes es para darme órdenes. Jamás te ha gustado que esté en esas cenas, pero ahora sí quieres.
—Vas a estar en esa maldita cena quieras o no, y déjate de berrinches —sale tirando la puerta.
Me tiro en la cama. Tomo una almohada y grito fuerte para desahogar mi rabia. Sí quería verla, pero no para que me imponga cosas, ella sabe que no me gusta.
—Interesante conversación —Lucas sale del baño—. ¿Por qué no quieres estar en la cena con tus papás?
—No quiero estar en ninguna cena, antes no me decía que debía estarlo, ¿por qué lo hace ahora? —me levanto—. Tú lárgate, no estoy de ánimo.
—Qué genio, luego el malo soy yo. No pensé que tenías ese genio, siempre has sido callada.
—Lo soy cuando quiero, pero siempre no tengo que ser igual —lo tomo de la mano—. Salta por la ventana, por la puerta no puedes salir porque te ven.
—Estás loca, ¿quieres matarme? —reniega—. Me tienes de la mano.
Ahora no sonrías, por favor.
—Lo siento. Salta que no está tan alto.
«Bueno, un poco»
—Está bien, odiosa.
Antes de irse me da un corto beso y sale por la ventana sin saber si le pasa algo. Una sonrisa tonta se forma en mis labios. —Qué me estás haciendo, Lucas Cuella, me traes loca.
Alguien vuelve a tocar la puerta, es una de las muchachas de servicio con una bolsa en la mano. Seguro es el vestido que me mandó mamá para la cena.
—Señorita Kenia, su madre le ha mandado esto.
Me extiende la bolsa.
—Primero: no me digas señorita, somos casi de la misma edad. Y segundo: mi madre es una pesada.
—Señorita, no quiero que me regañen por ser confianzuda.
—Hagamos algo, cuando estén mis papás me dices señorita o como quieras, pero cuando estemos las dos solas me dices Kenia. ¿Te parece?
—Está bien, Kenia.
—Así está mejor. ¿Te llamas Verónica, cierto?
—Sí, ese es mi nombre. Nos vemos luego, tengo que hacer unas cosas, no quiero un regaño.
—Ok, nos vemos.
Cierro la puerta y guardo la bolsa sin ver el vestido, no tengo ganas de estar en esa cena con niñas malcriadas y que me estén mirando como si fuera un vicho raro. Odio eso, odio todo. «Casi todo».
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Eres mi todo. © [✔️]
Teen Fiction«Soy fans de pensar que a la vida le gusta jugar con nosotros para llevarnos al lugar donde no nos gustó estar para recordarnos quién no queremos ser y a quién extrañamos de nuestro pasado». ... -Necesito que si te vuelves a enamorar sea de mí. -Ya...