37. Adriana

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ERES MI TODO 

CAPITULO 37.

—Kenia Monasterio—

Frío, dolor y tristeza es todo lo que siento dentro de mí luego de enterarme que Mónica no es mi madre, que todo este tiempo he vivido en una farsa. No puedo creer que mi padre me mintió todos estos años, me duele saber que mi verdadera madre me dejó como si fuera una basura. Luego de saber esa verdad tan dolorosa y de lastimarme me volvieron a curar, pero me escapé del hospital y aquí me encuentro sentada en el parque, todo está oscuro y hace mucho frío, mis lágrimas no dejan de salir y mi tristeza aumenta cada vez má.

Quiero dejar de sentir dolor, quiero estar lejos de todos porque mi vida es una farsa desde que nací. Todavía no entiendo por qué mi madre me dejó si era una bebé. Nunca me importé.

Estoy tan envuelta en mi dolor que no siento que alguien se sienta a mi lado hasta que escucho su voz.

—No deberías estar sola en este parque, es muy tarde, te puede pasar algo.

Miro a mi lado una chica.

—No creo que me pase nada, ya mi vida está vuelta nada, algo más me da igual —respondo de mala gana.

—Pero que grosera me dolió esta niña. No sé qué te pasa, pero no debe afectarte tanto.

—¿Te parece que no es para tanto que mi madre me abandonó y que me dejó con alguien que siempre me ha odiado? Mi vida es un asco.

—Tú no eres la única que tiene una vida llena de mentiras, yo toda mi vida pensé que era hija única y hace unos días me entero que tengo una hermana la cual no conozco.

—Lo siento, no quería ser grosera —limpio mis lágrimas—. La vida es muy injusta.

—Demasiado diría yo —me sonríe achicando sus ojos—. ¿Te quedarás sola en este parque?

La sonrisa de esta chica me recuerda a mí cada vez que me veo en el espejo. La miro por unos segundos y sus ojos son como los míos, su cabello negro, no es tan alta, incluso creo que yo lo soy más. No sé qué me pasa, pero al mirarla siento una conexión extraña con ella.

—Sí, no tengo a dónde ir y no quiero ver a mi padre —dejo salir un largo suspiro.

—Vamos —la miro con cierta extrañeza—. Te quedarás en mi casa, no creo que mi madre diga algo.

—No quiero molestar.

—No molestas, me caiste bien...

—Kenia —le digo cuando veo que quiere adivinar mi nombre.

—Qué torpe, no te había dicho mi nombre, soy Adriana —se levanta—. Vamos, no te dejaré sola, Kenia, no sé quién eres, pero me caiste bien. De alguna manera me siento bien contigo, además, tus vendas están un poco manchadas de sangre y hay que limpiarla.

Lo dudo un poco y acepto. No quiero estar sola porque podría hacerme daño. Adriana me parece una chica calmada, en el camino no dejamos de hablar, pero mi tristeza no se va, no puedo olvidar todo de un día para otro. Llegamos a una casa grande de color blanco, con ventanas enormes y un jardín precioso, es muy linda la casa, es de dos planta.

—Linda casa —hablo saliendo del auto—. Creo que no es buena idea venir a tu casa, no quiero incomodar.

—Lo es. Qué terca eres, ya te dije mi madre es un amor, a pesar de haberme ocultado que tengo una hermana.

Entramos y la casa sí es muy grande por dentro con muchos adornos. Una señora un poco joven nos atiende, es muy bonita. Tiene una sonrisa como la de Adriana, sus ojos azules y su melena castaña, es muy hermosa. Apenas que ve a Adriana la abraza llenándola de besos y supongo que es su madre.

Eres mi todo. © [✔️]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora