Capítulo 2

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Inhalo el refrescante aroma del bosque y cierro los ojos, disfrutando de la brisa que choca contra mi cara.

El atardecer está llegando a su fin, por lo que decido regresar a casa.

Escondo mi arco en el tronco hueco, y me dirijo a la alambrada.

Cuando estoy a pocos metros de llegar, me detengo al escuchar voces del otro lado. De manera sigilosa, me escondo detrás de unos arbustos y me acerco con cautela para ver de quien se trata.

Tal vez sean agentes de la paz que vienen para asegurarse de que nadie venga a cazar. Pero no lo creo, jamás lo han hecho.

Mientras permanezco escondida detrás de los arbustos, consigo distinguir a las personas que se encuentran del otro lado.

Me llevo la gran sorpresa de descubrir que se trata del hijo del panadero, y de una chica de cabello rubio que está con él.

La reconozco casi de inmediato, porque fui al colegio con ella. No recuerdo su nombre, pero sé que es hija de los modistas de ropa del distrito.

Miro hacia donde se encuentra él, y continuo observándolo. Porque sé que no puede verme desde donde estoy.

Hace mucho tiempo que no lo veía, y definitivamente ha cambiado desde la última vez que nos encontramos en el colegio. Él está un poco más fornido de lo recuerdo, y ha cambiado un poco físicamente.

No soy del tipo de chicas que se ponen a decidir si un chico es guapo o no, pero definitivamente sé que Peeta Mellark lo es. Cualquiera podría darse cuenta de ello fácilmente.

Y eso lo sé porque, cuando voy a la ciudad, he escuchado a varias chicas hablar y suspirar por él.

Hasta el día de hoy, no he sido capaz de romper la conexión con Peeta Mellark. De esos panes que lanzó bajo la lluvia, y los cuales me salvaron la vida.

Debí haberle dado las gracias en algún punto, pero jamás me atreví a hacerlo. Lo pensé un par de veces, pero nunca parecía ser el momento oportuno, porque él siempre se encuentra rodeado de personas.

Ya he desechado la idea por completo, porque ya es demasiado tarde para agradecerle, dudo que siquiera lo recuerde. Sin embargo, jamás olvidaré el gran gesto que tuvo cuando mi familia y yo estuvimos a punto de morir de hambre.

Jamás podría hacerlo, siempre voy a estar en deuda con él.

De repente, se le borra la sonrisa a Peeta Mellark de la cara. Y veo que la chica se ha acercado demasiado a la alambrada.

—Ten cuidado —le dice él, evidentemente preocupado—. Esa cosa está electrificada.

¿Qué?

Miro con atención la alambrada, esperando ver algún indicio que confirme lo que ha dicho. Pero desde donde estoy, no logro distinguir si realmente está electrificada o no.

Me alejo con cautela, mientras busco una manera de escapar.

Pienso en cavar un agujero y pasar por debajo, pero cualquier contacto con la alambrada o los bucles de alambre significaría una electrocución instantánea.

Alzo la mirada, y ubico un árbol que está lo suficientemente alto para poder escapar por ahí. Me cuelgo la bolsa de caza al cuello y trepo.

Llego más arriba de la valla y miro hacia abajo, pero me arrepiento de inmediato porque está demasiado alto. No hay manera de que salga intacta de la caída.

Vuelvo a mirar la alambrada, y me pregunto si realmente tiene electricidad. No lo sé, pero tampoco suena descabellado que los agentes de la paz hayan decidido encenderla.

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