El alma se me cae a los pies.
Esto no puede estar pasando. No ahora.
Lucho por respirar, pero la opresión en el pecho no me lo permite.
Pierdo la fuerza. Es como si en cualquier momento fuera a desvanecerme.
Tiene que haber un error, esto no puede estar pasando. Por eso he estado cuidándome.
Las posibilidades de que esto sucediera eran tan poco probables, que ni siquiera me había molestado en preocuparme por ello.
¿Acaso no hice todo lo posible para evitarlo?
Mi primer instinto es salir corriendo de aquí. Pero todo mi cuerpo se encuentra entumecido.
No soy capaz de moverme, y es ahí cuando me doy cuenta de lo atrapada que estoy realmente.
No importa cuanto corra, no hay manera de que pueda escapar.
Las palabras de Prim se repiten en mi cabeza. La histeria aumenta dentro de mí.
—¿Enserio? —escucho la voz de Peeta, pero no volteo a verlo.
—Si —responde mi hermana, sin dejar de sonreír—. Las pruebas han salido positivas. Estoy muy feliz por ustedes.
Mi madre sonríe, con cierta ilusión. Se tapa la boca con las manos.
—No puedo creerlo —dice—. Esto es maravilloso.
Peeta voltea a verme. Parece conmocionado con la noticia.
La sorpresa en sus ojos es lo que hace más real esta pesadilla. Porque no sólo yo he escuchado, él también.
Sin previo aviso, me levanto, y salgo tan rápido como puedo.
Avanzo por la calle cubierta de nieve, sin inmutarme por la oscuridad o el viento helado que choca contra mi cara.
Metros adelante, escucho unas pisadas detrás de mí. No tengo que adivinar de quién se trata.
De repente, él se para frente a mí, obligándome a frenar.
—¿Estás bien? —pregunta con cautela, mirándome. Me sujeta la cara con las manos.
Niego con la cabeza y lo abrazo con fuerza.
Escondo la cara en su cuello mientras lloro. No puedo soportarlo más, y descargo toda la desesperación, la impotencia y y el miedo que amenazan con consumirme.
Él me acaricia la espalda, y me abraza con fuerza. Cuando me separo, me limpia las lágrimas de la cara, e intenta tranquilizarme con la mirada.
—Vamos a casa —me dice—. Hace mucho frío.
Él me abraza mientras caminamos, y nos quedamos en silencio.
Cuando llegamos, enciende la chimenea, y trae unas mantas de la habitación con las cuales nos abriga. Se sienta en el sillón, y me atrae hacia él. Me acomodo en su regazo, y dejo que me abrace.
Nos quedamos en silencio, siento su mirada sobre mí.
—Esto no puede estar pasando —murmuro, y cierro los ojos—. No puede.
Suspira.
—Es algo complicado —se sincera—. Sé que se supone que esto no sucedería pero...
Se calla. No se anima a continuar.
—¿Pero qué?
—Tal vez no sea buena idea decírtelo, pero tu madre tiene razón —dice con cautela, sin dejar de mirarme—. Esto es una bendición, que esto esté sucediendo es realmente maravilloso.

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Nuestro Secreto
FanfictionKatniss y Peeta nunca fueron seleccionados para Los Juegos del Hambre. Es curioso cómo a veces una simple acción puede cambiar por completo la vida de alguien. Los papeles con sus nombres escritos jamás salieron de esa urna que condena cada año a lo...