Capitulo 60

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Abro los ojos al sentir que su cálida respiración choca contra mi hombro desnudo.

Tomo la sábana y me cubro más con ella para intentar extinguir el frío que hay en la habitación.

Sonrío al sentir que Peeta desliza su brazo por mi cintura, y cuando siento que sus labios dejan un suave beso en mi cuello.

—Ya estás despierta, ¿cierto? —me susurra cerca del oído.

Él se acerca tanto a mí, que siento cómo la cálida piel de su pecho le brinda calor a mi espalda.

Asiento con la cabeza, y me acurruco entre sus fuertes brazos.

—Al parecer no es tan mala idea que Rye duerma en la habitación de Willow después de todo —dice en voz baja.

Acaricio el dorso de su mano con mi pulgar.

—Él aún es pequeño para que lo dejemos dormir ahí de manera definitiva —comento—. Y es incómodo estar yendo a la otra recámara para cambiarle el pañal.

—Es cierto, pero nuestra pequeña adora dormir con su hermano —siento que acaricia mi abdomen—. Y a mí me encanta dormir de esta manera contigo.

Giro sobre la cama y le sonrío.

Me acomodo entre sus brazos mientras recargo mi cabeza en su pecho desnudo.

—Tuvimos suerte anoche —susurro, mientras paso mi mano por su torso- imagínate que Willow hubiera decidido venir a nuestra habitación para dormir con nosotros. Y sabes que eso pasa seguido.

Sus labios dejan un beso en mi frente, y siento cómo me acaricia el hombro con los dedos.

—Cerré la puerta con seguro —me recuerda—. Y ella por ningún motivo iba a dejar solo a su hermano. Especialmente después de que nos estuvo insistiendo por tantos días que dejáramos que Rye durmiera con ella.

Nos quedamos en silencio por unos segundos, solamente disfrutando de la tranquilidad de este momento.

Sin embargo, me veo en la necesidad de desviar la mirada hacia el reloj que está sobre la mesita de noche para revisar la hora. Veo que ya debemos levantarnos si no queremos retrasarnos.

—Se hace tarde para que vayas a trabajar a la panadería —le digo.

Él suelta un suspiro.

—¿Por qué no vamos hoy al bosque?

Frunzo el ceño, y alzo la mirada para verlo.

—¿Qué?

—Sí, hoy puedo faltar a la panadería y podemos dejar a los niños con tu madre —acaricia mi mejilla mientras me sonríe—. Y así pasamos todo el día juntos en el bosque, como en los viejos tiempos.

Le regreso la sonrisa.

—Me gustaría, pero sabes que no podemos hacerlo —acaricio su barbilla, que se siente un poco rasposa—. Ya no somos aquellos chicos que iban al bosque después de que salías de la panadería. Ahora tenemos hijos y responsabilidades.

Me toma desprevenida sentir que él deshace el abrazo y ver que se pone encima de mí en un rápido movimiento.

—Es cierto, tenemos responsabilidades —me dice. Pongo mis manos sobre su pecho mientras él me mira con intensidad—. Y la mía como tu esposo es amarte, y demostrártelo cada vez que tenga la oportunidad de hacerlo.

Le sonrío.

Intento responderle, pero él no me da la oportunidad, porque se inclina y cubre mis labios con los suyos.

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