Capitulo 44

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Han pasado tres días desde que los aerodeslizadores del Capitolio lanzaron bombas incendiarias y destruyeron todo lo que conocíamos del Distrito 12.

Después de que Peeta logró llegar al campamento con su familia y otros sobrevivientes, algunos mineros fueron a la pradera para buscar a más personas que pudieran haber escapado de las llamas, pero no encontraron a nadie. Cuando regresaron, solamente nos avisaron que los incendios ya se habían extinguido, y que probablemente el Capitolio fue quien se encargó de apagar el fuego.

Desde entonces, nadie ha vuelto a la pradera. Más que nada por precaución, porque no sabemos lo que pueda suceder si el Capitolio se entera de que algunos logramos sobrevivir y que estamos en el bosque.

Cuando Peeta volvió, dejé de encerrarme en mí misma y pude percatarme de todas las personas que no lograron llegar al bosque.

Me he dado cuenta de que es cierto que somos muy pocos para todos los que éramos en el distrito, justo como me había comentado Gale.

Ayer decidí recorrer todo el campamento, y me di cuenta de que varias personas que conocí no se encuentran aquí. No encontré por ningún lugar a mi vieja amiga Madge ni al alcalde o a su madre, tampoco vi a la carnicera a quien le vendía conejos, Rooba. No hay nadie de la familia de Emma, quienes llevaban la carpintería, tampoco a Amber o a sus padres, a los que atendían la tienda de víveres, a algunas personas con las que conviví por tantos años en el quemador...

Definitivamente hubo muchas pérdidas, y muchas personas que se encuentran bastante afectadas por ello.

Retiro la carne de conejo del fuego, porque ya parece estar cocida. Con cuidado de no quemarme, la corto con el cuchillo y la sirvo en partes iguales sobre las hojas que usamos como platos.

Hace unas horas, Peeta me acompañó a revisar las trampas que puse en el bosque. Bueno, las trampas que puso él, porque ni de broma puedo lograr agacharme para colocarlas.

Le expliqué cómo es que debían quedar, y tras muchos intentos, consiguió hacer que quedaran bien. Gracias a eso, tenemos carne para comer.

La ventaja de que él me acompañe al bosque es que me deja usar mi arco. Logré convencerlo después de todas mis insistencias, y también porque le expliqué que las trampas no son suficientes para obtener toda la comida que necesitamos.

Él finalmente accedió, pero con la condición de que él se quede cerca de mí. Claro, siempre permanece a una distancia prudente para no asustar a los animales con sus ruidosas pisadas.

Ayer me acompañó a cazar y hoy en la mañana también, pero lamentablemente no pude conseguir nada debido a lo complicado que me resulta intentar mantener el equilibrio gracias al tamaño de mi vientre. Además, me cuesta mucho trabajo caminar con cautela para no asustar a los animales, como antes lo hacia.

Realmente me resulta frustrante no haber podido cazar algo. Pero por lo menos las trampas han servido, al igual que las cañas de pesca en el lago.

Es cierto que Gale y el grupo que ha formado con sus hermanos y sus compañeros de las minas son quienes se encargan de conseguir comida para todos los que se encuentran aquí, pero he decidido que es mejor que Peeta y yo nos encarguemos de conseguir los alimentos de nuestras familias para ahorrarle un poco de trabajo. También porque Gale ha estado evitándome desde que Peeta llegó al bosque. Incluso hizo que su familia moviera su campamento a otro lugar, lo más lejos de donde nos encontramos nosotros.

De reojo, veo que Peeta se sienta junto a mí.

—¿Necesitas ayuda? —pregunta.

Niego con la cabeza.

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