Prim y yo salimos del quemador y caminamos de regreso a casa. Normalmente acostumbro venir sola, pero ella insistió en acompañarme al mercado negro del distrito para vender sus quesos de cabra y obtener a cambio estambres para hacerle más ropa al bebé.
Para su fortuna, los quesos fueron bien recibidos y a cambio le dieron varias bolas de lana de diferentes colores.
Mientras avanzamos, le echo un rápido vistazo a la pradera que se encuentra a varios metros de nosotras. Extraño demasiado ir al bosque, pero me temo que no podré ir por algunos meses.
Como ya no puedo ir a cazar o a recolectar, intento mantenerme ocupada trabajando en la panadería. Y cuando estoy en casa de mi madre, procuro ayudarla con la limpieza y también me encargo de ir al quemador e incluso a la ciudad para realizar la compra de los víveres que les hacen falta.
Prim y nuestra madre procuran cuidarme cuanto pueden, y a menudo me dan infusiones y alimentos que ayudan al crecimiento del bebé. Ambas me insisten continuamente en que debo cuidarme, porque sigo en el primer trimestre de embarazo y me han advertido en que algo malo le puede pasar al bebé si no tomo en cuenta sus recomendaciones.
Cubro mi nariz con la bufanda al advertir que el aire frío me lastima la garganta cuando lo inhalo.
Definitivamente detesto el invierno, siento que ha durado una eternidad y no puedo hacer casi nada debido a la nieve y a la baja temperatura.
—¿Vas a ir hoy a la panadería Katniss? —escucho que pregunta Prim, a un lado de mí.
—Si, tengo que ir a trabajar.
Ella se queda callada mientras seguimos avanzando. Distingo su insistente mirada en mí, pero no volteo a verla.
—No debes de excederte con las actividades físicas que realizas —comenta con seriedad—. Es importante que descanses por el bien del bebé.
Suelto un pesado suspiro al escucharla. Sabía que ella diría eso, al parecer ya se le ha vuelto costumbre recordarme a cada rato que debo descansar.
—No va a pasar nada Prim —le aseguro, a punto de perder la paciencia—. Además, necesito estar ocupada en algo, porque dudo mucho que sea sano limitarme a estar sentada todo el día sin hacer nada.
Mi hermana me lanza una mirada servera.
—No he visto que descanses —comenta, y distingo molestia en su voz—. Ahorita que lleguemos a casa deberías sentarte un rato, porque estuvimos varias horas en el quemador.
—Estás exagerando Prim —respondo enfadada, incluso alzo un poco la voz—. No porque esté embarazada debes tratarme como si fuera a romperme por cualquier cosa.
Me doy cuenta de que sus mejillas se sonrojan y sus ojos se llenan de enojo puro.
—No estoy exagerando, es la verdad —me interrumpe, sin molestarse en ocultar que está enfadada—. Me molesta que no te preocupes por lo que pueda pasarle al bebé, detesto ver que a pesar de que estás embarazada sigues haciendo cosas sin pensar si puede hacerle daño.
—Por supuesto que me importa el bienestar del bebé —respondo molesta—. sSi no fuera así, seguiría yendo al bosque sin que me importe lo que pueda pasarle. ¿No crees?
Ella suelta un suspiro y deja de mirarme. Parece que quiere decirme algo más, pero sólo se queda callada.
Ninguna de nosotras dice algo durante el resto del camino, sólo nos limitamos a seguir avanzando.
Cuando finalmente llegamos a casa, nos dirigimos al comedor y dejamos las cosas encima de la mesa.
—¿Cómo les fue? —nos pregunta nuestra madre, mientras mira las cosas que hemos traído.

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Nuestro Secreto
Hayran KurguKatniss y Peeta nunca fueron seleccionados para Los Juegos del Hambre. Es curioso cómo a veces una simple acción puede cambiar por completo la vida de alguien. Los papeles con sus nombres escritos jamás salieron de esa urna que condena cada año a lo...