Capítulo 27

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Me despierto por el escandaloso e insistente sonido del reloj de manecillas que está sobre la mesita de noche que se encuentra a un lado de Peeta.

Aún con los ojos cerrados, acomodo mi cabeza en la almohada que Peeta me dió anoche. Sonrío al sentir su agradable y cálida presencia detrás de mí.

Siento alivio cuando el fuerte sonido se detiene. Abro un poco los ojos, y veo que algunos rayos de sol se cuelan entre las cortinas blancas que cubren la ventana de la habitación, la cual se encuentra abierta porque Peeta insistió en mantenerla de esa manera.

A pesar de que los rayos del sol entran en la habitación, es evidente que aún es temprano.

Siento que Peeta se acerca a mí y me abraza por atrás.

—Lamento haberte despertado —sus dedos arriman mi cabello y sus labios dejan un beso en mi hombro descubierto—. Desearía quedarme aquí contigo, pero temo que debo ir a la panadería.

Su mano baja por mi brazo y mi cintura para finalmente detenerse sobre mi abdomen, entrelazo sus dedos con los míos.

—No te preocupes, entiendo.

Sus labios dejan un beso en mi cuello.

—Me gusta verte dormir —susurra—. No frunces el ceño y pareces más relajada.

Su comentario me hace fruncir el ceño inevitablemente, giro sobre la cama para quedar frente a él.

Peeta me sonríe.

—No frunzo el ceño a menudo.

Él acaricia mi frente, justo entre mis cejas.

—Sólo cuando estás dormida no lo haces —se ríe—. ¿Vas a ir al bosque?- pregunta con dulzura, y acomoda mi cabello detrás de mi oreja.

—No creo, quisiera pero no tengo ropa para ir.

—Es cierto —se acerca a mí—. Puedes ir por tus cosas a la Veta.

—¿No crees que mi madre sospechará algo si ve que regreso con el vestido completamente arrugado?

Peeta se ríe y acaricia mi cintura por debajo de las mantas.

—Vamos Kat, ¿qué tiene de malo? Todos saben lo que pasa en la noche de bodas, no es como que sea un secreto —se burla—. Tu madre no va a regañarte, porque ahora estás casada —me recuerda—. Te recomiendo que vayas por tus cosas y además aproveches para ver a tu madre y a Prim. Voy a tardar unas horas en la panadería, así que volveré a la hora de la cena.

Hago una mueca.

—Tendré que cocinar, no sé muy bien como hacerlo.

—Te ayudaré, no te preocupes.

Frunzo el ceño.

—¿Sabes cocinar? —pregunto confundida.

—Claro, sé preparar más cosas que panes aunque no lo creas.

—Aprenderé a cocinar bien, te lo prometo —acaricio sus labios con mi pulgar—. No quiero que me dejes por esa razón.

—No voy a dejarte —acaricia mi mejilla—. No hay manera de que te abandone, te prometo que jamás voy a hacerlo.

Deja un beso en mi mejilla y otro en mis labios.

Él se levanta de la cama, sin molestarse por cubrirse, y sale de la habitación estando completamente desnudo.

Peeta regresa a la recámara en poco tiempo, me doy cuenta de que entra cargando las bolsas de tela que trajo ayer, las cuales están llenas de su ropa.

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