Capítulo 5

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No he podido dejar de pensar en lo que ocurrió hace unos días entre Peeta y yo.

Los recuerdos de ese beso aparecen constantemente en mi mente. Especialmente cuando estoy sola en el bosque, o incluso cuando me encuentro acostada en la cama antes de dormir.

Pienso en ese suceso más veces de lo que debería.

Después de aquel día, creí que nuestra relación iba a convertirse en algo incómodo. Pero por fortuna, sigue siendo igual que antes. Sólo que ahora hay ocasiones en las que hay besos de por medio.

—Este lugar es impresionante —escucho que dice Peeta de repente. Giro la cabeza sobre el pasto para mirarlo—. Te habías tardado en traerme, es una lastima que no sepa nadar.

Está apunto de atardecer, y Peeta disfruta mucho de los tonos anaranjados que aparecen en el cielo. Por lo que nos hemos acostado bajo la sombra de un árbol para verlo.

—Eres la primera persona que traigo aquí —le confieso—. Solía venir aquí con mi padre cuando era niña.

—Vaya, entonces es especial sin duda.

Sonrío levemente.

La verdad es que muy rara vez vengo al lago cuando estoy en el bosque. Me gusta nadar, pero venir me deprime un poco. Porque me recuerda demasiado a mi padre.

Es un lugar especial que sólo nos pertenecía a nosotros. No me había animado a traer a alguien más aquí. Sin embargo, cuando Peeta me dijo que quería conocer más partes del bosque, este lugar pasó por mi mente de inmediato.

Al principio no creí que fuera buena idea venir con él, pero algo me impulsó a hacerlo.

—Se ve que eran bastante unidos —me mira.

—Si, lo éramos

—Y seguro él fue quien te enseñó a cantar.

Frunzo el ceño.

—¿Tú cómo sabes eso? —pregunto confundida.

Dudo mucho que Peeta alguna vez me haya escuchado cantar, porque jamás lo hago. Y también dudo que haya escuchado a mi padre.

Me doy cuenta de que se pone un poco nervioso.

—Bueno... —se ruboriza un poco—. Un día, cuando teníamos cinco años... En la clase de música... —se aclara la garganta—. Te oí cantar.

Me quedo callada, intentando recordar.

—Tú estabas peinada con dos trenzas y usabas un vestido de cuadros rojos —continúa—. Cantaste la canción del Valle, e incluso los pájaros de afuera se callaron.

Claro que lo recuerdo, y me sorprende que él recuerde todos esos detalles.

—¿Enserio te acuerdas de eso? —pregunto impresionada.

Él sonríe.

—Lo recuerdo todo sobre ti —me mira con atención.

Su mirada me resulta tan intensa, que tengo que desviar la mía.

—¿Y mi padre? ¿Cómo supiste que cantaba?

—Mi padre me lo dijo el primer día de clases —sonríe—. Me dijo que tu madre huyó con él. Y cuando le pregunté porqué, me dijo que porque hasta los pájaros se callaban cuando cantaba. Justo como ocurrío contigo.

Me atrevo a mirarlo, intentando averiguar si eso es cierto. No sabía lo de mi madre, pero sí que es verdad lo que ha dicho de mi padre.

—Justo cuando terminó la canción, lo supe —me mira—. Estaba completamente enamorado de ti.

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