A pesar de que no me encuentro tan ocupada con mi rutina diaria en el 13, percibo cómo los días transcurren de manera veloz. Convirtiéndose rápidamente en semanas.
Tan rápido ha pasado el tiempo, que incluso ya he cumplido nueve meses de embarazo.
Cada vez falta menos para que pueda conocer a mi bebé.
Ayer fui al hospital con Peeta para una revisión de rutina. Mi madre me revisó y me dijo que probablemente falten más días para que nazca el bebé, porque aún no tengo algún síntoma que esté relacionado con el trabajo de parto.
A pesar de que ella, Prim y Peeta no están conmigo en casi todo el día, procuran estar al pendiente de mí y me han prohibido que vaya a algún lugar escondido del 13.
En realidad no me opuse a sus restricciones, porque sé lo peligroso que podría resultar si me voy a uno de mis escondites teniendo nueve meses de embarazo. Soy consciente de que me podrían dar contracciones en ese momento y nadie podría ayudarme.
Últimamente me he sentido cansada durante casi todo el tiempo, pero procuro salir del compartimento para caminar y despejarme un poco. Siempre hago el intento por ir a lugares donde mínimo haya una persona cerca por cualquier cosa.
Apoyo las manos sobre el colchón y con un poco de trabajo logro quedar sentada sobre la cama.
Busco encontrar una posición cómoda, en un intento por calmar la molestia en mi espalda, pero no lo consigo.
No importa de que manera me acomode, el dolor no desaparece.
Toda la noche la he pasado de la misma manera, intentando sobrellevar el terrible dolor en la espalda baja. Lo peor de todo, es que los movimientos que hace mi bebé solamente incrementan la molestia y hacen que esta sensación me resulte realmente incómoda.
Reprimo el quejido que quiere escapar de mis labios al sentir que el bebé se mueve, provocándome un espantoso dolor en la columna vertebral.
Pongo mi mano sobre mi vientre para intentar calmar las fuertes y constantes patadas de mi hijo.
—¿Qué ocurre? —le susurro—. ¿Por qué tan inquieto?
Hago una mueca ante la horrible sensación que se produce por la combinación de las fuertes patadas de mi bebé con la molestia de la espalda.
Escucho que el despertador comienza a sonar, me estiro y lo apago de mala gana.
Veo que Peeta se sienta lentamente sobre la cama y bosteza.
Cuando voltea a verme, me mira con preocupación.
—¿Todo está bien?
—Si —respondo, conteniendo la respiración—. No te preocupes.
Él se levanta de la cama y se para enfrente de mí.
—¿Es el bebé? —pregunta preocupado, y pone su mano sobre mi vientre.
—Todo está bien.
Peeta parece darse cuenta de algo, porque baja la mirada y pasa su mano lentamente sobre mi barriga.
—Tu vientre se siente demasiado tenso y duro —susurra preocupado—. Nunca lo había sentido así. ¿Segura que estás bien?
—Es sólo el dolor de espalda que no se me quita —le aseguro—. Solamente es eso, todo está bien.
—Pero el bebé se está moviendo mucho —comenta con seriedad, mientras me mira.
—Igual que todas las mañanas, no pasa nada con el bebé. Ayer oíste a mi madre, todavía faltan algunos días para que nazca.
Extiendo mis brazos, y él toma mis manos.

ESTÁS LEYENDO
Nuestro Secreto
FanfictionKatniss y Peeta nunca fueron seleccionados para Los Juegos del Hambre. Es curioso cómo a veces una simple acción puede cambiar por completo la vida de alguien. Los papeles con sus nombres escritos jamás salieron de esa urna que condena cada año a lo...