Capítulo 14

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—¿A qué hora vuelven tu madre y tu hermana? —jadea Peeta, mientras me acaricia el cabello.

—¿Por qué la prisa? —recargo la mejilla sobre su cálida piel, y me relajo escuchando los acelerados latidos de su corazón.

—Es sólo para ser precavidos —por el tono de su voz, adivino que sonríe—. Dudo mucho que a tu madre le haga gracia encontrarme desnudo en tu cama.

—Van a tardar, créeme —paso los dedos por su pecho—. Prim y mi madre están ocupadas con un parto, y siempre  se tardan horas en volver a casa. Aún tenemos tiempo.

Él me rodea con sus fuertes brazos, y nos quedamos quietos.

A veces, cuando estoy con él, es como si el tiempo se congelara. Es como si su cuerpo hubiera sido hecho para brindarme el calor que necesito, para hacerme sentir protegida.

—Quisiera tenerte sólo para mí —dice de repente, aunque pareciera que lo dice más para él mismo—. Hacerte el amor tanto como quiera, y estar contigo sin temor a que alguien nos descubra.

Me levanto en un codo, y me recargo en su pecho para mirarlo.

—¿Y porqué no lo haces?

Noto la sorpresa en sus ojos, y parece que mis palabras han despertado algo en él. Pero en lugar de decir que lo hará, me responde:

—Jamás creí que llegaría a escucharte decir algo así —dice, quitando la intensidad del momento.

Frunzo el ceño.

—¿Por qué?

Suspira. Parece no querer decirme.

—Dímelo —le exijo.

—Es sólo que, a pesar de haber estado juntos tantas veces, tú sigues siendo tan... —se calla, como si quisiera encontrar la palabra correcta—. Inocente, y me encanta eso de ti. Para mí eres perfecta.

Frunzo el ceño.

—Es una broma, ¿no? —pregunto molesta—. Justo acabamos de... Y no es la primera vez que ocurre, no sé cómo eso es ser inocente.

—Es justo eso —me sonríe—. Ni siquiera puedes decir en voz alta que acabas de hacer el amor conmigo, y a pesar de todas las veces que me has visto desnudo, te sigues sonrojando cada vez que me levanto para vestirme.

Me lo quedo viendo, y me siento sobre la cama mientras me cubro con la manta.

—Entonces ve con alguien que pueda verte desnudo sin pena.

Me arrepiento de inmediato mis palabras. Y de sólo pensar que otra mujer pueda tener a Peeta de esta manera, se me forma un nudo en el estómago.

No lo digo en voz alta y jamás lo admitiría, pero siento un enorme alivio cuando él me toma las manos y me jala hacia él. Me abraza, mientras recargo la cabeza en su pecho.

—Ya te he dicho que me encanta eso de ti —me acaricia la espalda—. Y no cambiaría estos momentos contigo por nada en el mundo.

Suelto un suspiro de alivio, y pongo la mano sobre su pecho.

Nos quedamos en silencio, y él sigue acariciándome la espalda.

Después de un rato, él dice:

—Tengo que irme.

Frunzo el ceño.

—¿Por qué? —me atrevo a mirarlo—. Ya ha terminado tu turno en la panadería, y te he dicho que aún falta tiempo para que lleguen Prim y mi madre.

No me responde. Hace el intento por levantarse, pero no lo dejo. Me siento, y lo empujo para que vuelva a acostarse.

—Respóndeme —le exijo, y me cubro con la manta.

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