Capitulo 30

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Me despierto por el frío que se cuela en la habitación y que se me impregna en toda la piel.

La baja temperatura provocada por el otoño, no se apiada de mi cuerpo y se encarga de extinguir cualquier rastro de calor. No me ayuda el hecho de que ninguna prenda de ropa me cubre, y al parecer, tampoco hay alguna sábana que pueda abrigarme del frío.

Sin abrir los ojos, deslizo las manos por el colchón y busco las mantas. Cuando las encuentro, las subo rápidamente hasta cubrirme por arriba de los hombros.

Aún con los ojos cerrados, giro sobre la cama en busca del calor de Peeta, pero sólo encuentro su lugar vacío.

Frunzo el ceño confundida y abro un poco los ojos, la habitación se encuentra oscura y él no está aquí.

Me acomodo en la cama y me quedo despierta para esperar a que Peeta regrese.

Espero unos minutos a que entre por la puerta, pero no lo hace. No lo comprendo.

Sin pensarlo demasiado, me levanto de la cama y busco a tientas mi ropa interior. La encuentro del otro lado de la cama, al igual que la playera negra de Peeta.

Me visto, y empujo la puerta entreabierta de la recámara. Salgo, adormilada, y me dirijo a la sala.

Me detengo al encontrarlo sentado en el comedor. Abro la boca para preguntarle porqué no está en la cama conmigo, pero me quedo quieta al ver que Amber se encuentra sentada frente de él.

Mi primer impulso es querer regresar corriendo a la habitación para vestirme, porque me siento demasiado expuesta estando vestida de esta manera. Sin embargo, me quedo quieta, porque no pienso dejarlo a solas con ella.

Frunzo el ceño.

—¿Qué haces aquí? —pregunto, sin molestarme en ocultar mi hostilidad.

—Sólo vine a saludar —responde con timidez.

Desvío la mirada a su vientre, que ya debería estar más que abultado.

Si las cuentas no me fallan, ella ya estaría a pocas semanas de dar a luz.

—¿Cómo vas con tu embarazo? —frunzo el ceño—. Tu niño ya está por nacer, ¿no?

—En realidad vine a hablar con Peeta y a disculparme —lo mira—. Porque en realidad... —se calla y suelta un largo y sonoro suspiro—. Bueno, es evidente... jamás estuve embarazada.

Me siento, junto a Peeta, no le quito la mirada de encima.

—¿A eso vienes? —pregunto molesta—. ¿A disculparte por todo lo que le hiciste pasar a Peeta por tus mentiras?

Siento que él pone la mano sobre mi rodilla, en un intento por tranquilizarme.

—En realidad si —contesta apenada—. Realmente lo siento, lo hice sin pensar y sin tomar en cuenta las consecuencias.

No le creo. Y dudo mucho que ella crea una sola palabra.

—Está bien Amber —responde Peeta tranquilo—. Te perdono.

Volteo a verlo, confundida, sin comprender.

Amber lo mira, tampoco parece haberlo esperado del todo. Aún así, sonríe un poco, y se levanta.

—Será mejor que me vaya —anuncia—. Gracias por recibirme Peeta.

Él hace el intento de levantarse para despedirse de ella, pero le tomo el brazo , impidiéndoselo.

Lo miro, confundida, dolida. Sus ojos prometen que me lo explicará todo, pero no me es suficiente.

De reojo, veo que Amber se marcha. Se escucha que sale, y cierra la puerta.

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