Capítulo 4

2.2K 221 80
                                    

Me acerco sigilosamente al conejo que está frente a mí. Doy una pisada más con cautela y tenso el arco.

Fijo mi objetivo, y finalmente suelto la flecha. La cual se queda clavada de inmediato en el cuello del ahora inmóvil animal.

Con este ya son cinco que he logrado cazar el día de hoy.

Lo sujeto de las orejas, y lo meto en mi bolsa de caza.

Camino a donde de encuentra Gale, quien se encuentra sentado sobre una gran piedra mientras limpia la piel de un perro salvaje. Normalmente no solemos cazarlos, pero tuvimos que hacerlo porque estaba asustando a las presas.

Su ceño se mantiene fruncido. Y veo que la expresión seria que tiene en la cara, inclusive molesta, no ha desaparecido todavía.

—¿Pasa algo? —decido preguntarle, porque ha estado así desde que nos encontramos en nuestro punto de encuentro.

Él me ignora, y no despega los ojos del perro salvaje que tiene en las manos. Pero me percato de que frunce más el ceño.

—Tú dímelo —replica molesto, apretando los dientes, y sin mirarme—. Hay rumores en la Veta e incluso en las minas de que te han visto venir seguido al bosque con el hijo del panadero.

Se atreve a mirarme al ver que no le respondo.

—¿Es cierto? —se levanta, evidentemente enfadado.

Me quedo quieta viéndolo, sin saber qué responderle. Él me observa con atención y parece darse cuenta de la verdad antes de que pueda decir algo.

—Ya veo —bufa—. Has encontrado un reemplazo. Sólo espero que tengas cuidado con las personas con las que te metes sola en el bosque.

Comienza a recoger sus cosas.

—¿Te vas tan pronto? —me animo a hablar.

—Ya no me necesitas aquí —distingo el rencor en su voz—. Ahora lo tienes a él, ¿no? Que él te haga compañía entonces —ese es exactamente el mismo tono que utiliza cuando hace comentarios despectivos del Capitolio. Sí que está enfadado.

No quiero que se vaya, pero dejo que lo haga. Porque sé que no puedo hacer algo ahora mismo que pueda hacerlo cambiar de opinión.

Ya después habrá tiempo para aclarar las cosas con él.

Entiendo que probablemente esté dolido, porque seguramente ha de ver esto como una especie de traición. Pero ni siquiera me dejó explicarle que Peeta no viene al bosque a cazar conmigo.

Gale debería saber mejor que nadie que jamás me atrevería a traicionarlo, no después de todo lo que hemos pasado juntos. Además, Peeta no puede cazar, no es bueno para ello.

Hace unos días intenté enseñarle cómo usar el arco, pero no se le da nada bien. Especialmente porque asusta a los animales con sus ruidosas pisadas.

Los rumores de los que Gale habla son ciertos, pero no sabía cómo contárselo sin que se molestara conmigo. Como acaba de suceder. La verdad es que ya es una costumbre verme con Peeta después de que él sale de la panadería, y puedo decir que inclusive nos hemos vuelto más cercanos. Debo admitir que disfruto de su compañía.

Hay ocasiones en las que él trae sus pinturas, y observo maravillada la habilidad que él tiene para replicar los tonos anaranjados del cielo. Realmente admiro la concentración con la que pinta. La expresión en su rostro cambia cuando lo hace, es cómo si todo al rededor desapareciera para él y solamente tuviera ojos para el cuadro que tiene enfrente.

Nunca había hablado con alguien externo a mi pequeño círculo social. Actualmente sólo hablo con Gale. Y con Madge, muy de vez en cuando. Desde que salimos del colegio, nos hemos alejado, y sólo hablamos cuando voy a venderle fresas en la nueva casa de su esposo. Quien, por lo que ella me contó una vez, trabaja en el Edificio de Justicia con su padre, el alcalde Undeerse. Al parecer tiene un cargo importante.

Nuestro Secreto Donde viven las historias. Descúbrelo ahora