―"...y entonces ni el Cielo ni el Infierno abrieron sus puertas para aquel que, una vez, llegó a reinar en ambos..."
Lanzo un papelito al pupitre de Sook. Ella rápidamente lo toma en sus manos con una sonrisa, luego busca su lapicera para contestarme intentando no reír, y así lanzar la hoja a mi mesa nuevamente.
―"...la ira de Dios se desata por segunda vez, y arremete contra estos dos amantes..."
Muerdo mi labio para no reír. Parecemos dos niñas haciendo una travesura, que tampoco es tan grave, pasarse notitas en clase no es nada tan trágico, estamos al nivel de infantes de tres años y eso es algo deprimente... Ojalá fuéramos más interesantes.
―"...Lucifer, una vez más, desafío el castigo de Dios. Y este último, lo aceptó por compasión al Ángel que una vez sirvió a su lado. Dejó que ambos amantes vagaran por el mundo, uno conservando sus alas y..."
Vuelvo a doblar el papel. Me propongo lanzarlo a Sook nuevamente, pero cuando estoy a punto de hacerlo, algo se interpone en mi línea de tiro, y cuando me doy cuenta de quién es, quiero morirme.
―Sook. Sunhee. ¿Están prestando atención?
Mi amiga no emite sonido alguno. Se limita a mirar al frente, observando la pizarra mientras finge que nada ocurre. Yo soy más lenta, y mis ojos se cruzan con los de la profesora. Trago duro. Ella me mantiene la mirada, y creo que nunca me vi involucrada en un contacto visual tan incómodo.
―Sunhee. ¿Podrías repetir lo que dije?
Creo que se me ha bajado la presión. Honestamente no sé qué decir, ni siquiera he abierto mi libro. E intento darle una rápida mirada a la pizarra para al menos saber de que están hablando. Eso no funciona tan bien como esperaba.
―Uh, de Dios...y...
―¿Podrías ser más específica?
Observo a mis compañeros, la mayoría quiere reír, malditos. Y Sook sigue dura como piedra, mirando al frente, probablemente al borde del desmayo.
―No lo sé―, admito rendida. Es agobiante, sumando esto y cómo me va en matemática, mi promedio caerá en picada. La profesora sigue intimidandome con su mirada, y ya me está haciendo enojar. No aparta sus ojos, ¿qué se supone que diga? Me desespera. ―Bueno, puedo recitar un padre nuestro si es eso lo que está esperando―, toda la clase estalla en carcajadas. Ni siquiera fue tan cómico. De todas maneras, sé que acabo de firmar otro pasé a detención. Qué va. ―Oh, perdón. ¿Acaso deseaba oír un Ave María?―, todos vuelven a reír. La profesora de literatura cierra sus ojos, harta, y suelta un fuerte suspiro. Me extiende un papel violeta con furia en su mirada, y estoy segura de que muerde su lengua para no insultarme. No me queda otra que aceptar el papelito, y aunque me gané otra semana castigada, no me arrepiento.
