109 "Nubla"

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Vicenta:
Daniel y yo llevamos algún tiempo juntos, entre las risas y las noches de pasión, pero eso no termina con este sentimiento de que falta algo y que a lo mejor lo esta intentando o forzandose amarme.
¿Será por eso que cuando nos dormimos él se me queda viendo? ¿Será que por eso me abraza tan fuerte? ¿Será  que no lleno ese vacío?.

Siento que busca algún momento para decirmelo y que pronto todo se acabará, estos días he intentado estar más apegada a él, hacerlo reir, pero me da miedo el sentirme insuficiente o que su corazón olvide todo lo que le hice sentir.
Estoy recostada para irme a dormir, ciertas naúseas me abordaron hace un momento antes que Daniel llegara, supongo que tanto pensar me revolvió todo, eso sin decir que la comida de hoy no me gustó, ni por mas que sea de mis platos favoritos.
Me meto en la cama y cierro los ojos , cuando siento que Daniel entra en la cama, me repito que no debo mirarlo hasta que esta sensación  desaparezca.

—Parece que esta bella durmiente tenía mucho sueño, pero igual le daré mi besito de buenas noches—dice mientras pasa su manos por mi cabello y su otra  mano acaricia mi cintura, me da cosquillas y me muevo.

—Ya Daniel déjame dormir—digo quejándome.

—Tranquila, yo solo quería un besito—dice haciendo puchero.

—Pues yo quiero dormir—digo y me viro arropandome el cuerpo.

—Veo que estas de mal humor Vicenta, pero igual buenas noches niña—dice en tono tierno y me da un beso rápido en el hombro.

Sueño de Vicenta:
Abro mis ojos, y ya no estoy en mi cama, estoy vestida de negro, y me encuentro arrodillada ante dos tumbas, las tumbas de mis hijos.

No, Dios mío, de nuevo no.

—¿Daniel?—lo llamo, y lo veo parado al lado mío.

Me mira decepcionado, y yo me levanto. Me abrazo a él, pero lo noto frío, no me abraza, como siempre solía hacer.

—¿Qué pasó?—le pregunto, con mi voz rota.

—Fue tu culpa—me dice, y veo lagrimas en sus ojos—Tú los mataste.

—No, yo no lo hice—le digo, desesperada—tienes que creerme.

—Lo lo hiciste directamente, pero no pudiste parar esa maldita maldición qué hay sobre tu familia.

—No fue mi culpa—digo, cubriéndome los oídos, y cayendo de rodillas al piso.

—Indirectamente, lo fue, y no me voy a quedar para que me maten a mí también. Me da lástima el estado en el que te vas a quedar, y me da cierta culpa, pero buen sexo no es suficiente para que me quede a hundirme junto contigo. De que lo hagamos los dos, hazlo tú sola, que eres la de la maldición.

—¿No me quieres ni un poquito?—le pregunto, retorcida de dolor.

Sin mis hijos, y ahora, sin él.

—El Daniel que una vez te amó, está muerto—me dice él, taladrando lo que queda de mi corazón—lo mató esa maldición que arrastras.

—Daniel, por favor, cállate—le digo, tartamudeando, y me falta el aire.

—Tiene razón—me dice un Daniel, parado junto al que me habla.

¿Acabé de volverme loca?

—Yo sí te amo con todo lo que soy—continúa—pero estoy muerto, no puedo ayudarte.

El Daniel que me odia se aleja caminando, mientras que el que me ama, se agacha a mi lado.

—Vuelve—le suplico—regresa conmigo, te lo ruego.

—Yo sigo aquí, dentro de tu corazón—me dice, con un tono dulce—y muy pronto me verás de nuevo.

—¡Llévame contigo!—le digo, y me abrazo fuerte a él—yo ya no quiero estar aquí. Llévame contigo y con los niños.

—Te amo—le digo, sollozando—no puedo perderte de nuevo.

—Yo también te amo, babe, nunca lo olvides—me dice, y empiezo a sentirlo cada vez más irreal, como si se hiciera polvo entre mis brazos, hasta que se convierte en cenizas.

—¿Daniel?—digo, confundida—¡DANIEL! ¡DANIEL! ¡NOOOOOOO!

—¿Viste, ojos azules?—me dice una voz que aún no distingo, me suena de algún lugar, pero no la reconozco—yo nunca amenazo en vano.

—¿Quién es Usted?—pregunto quebrada, y harta de vivir esta mierda de vida que me tocó vivir—¿qué chingados quieres de mí?

Entonces, la veo salir de entre la oscuridad, y la reconozco: es la esposa del Indio Amaro, Rosa.

—Te dije que de esos ojitos saldrían lágrimas de sangre, y que ningún hombre que te amara, vivirían para contarlo.

—¿Por qué me haces esto?—pregunto, e intento pararme, pero siento que estoy paralizada—¿cómo pudiste traer tanta desgracia a mi familia? ¡Estás muerta, chinchados!

—Puedes matar a la bruja, pero eso no te liberará de la maldición, Acero.

—¿Qué me va a liberar?

—La muerte.

Entonces, veo a Daniel y a mis hijos amarrados detrás de ella. ¿Vivos?

—Te prometo que los verás morir mil veces—me dice, y sonríe.

—No, por favor, ¡NO ME HAGAS ESTO! ¡NOOO!—grito desesperada, pero no me puedo mover, es como si mi cuerpo estuviese congelado.

Veo como agarra un cuchillo y les corta la garganta a cada uno, haciendo polvo mi corazón, aún cuando ya pensé que había alcanzado el dolor máximo. Todo se repite una y otra vez, mientras yo le grito que se detenga.

—¡Vicenta!—escucho que me llama Daniel, mientras me sacude.

—¡No! ¡no!, por favor, NO ME HAGAN ESTO digo entre llantos, hasta que logro abrir los ojos.

—Vicenta—dice Daniel mientras me acaricia el rostro.

Lo veo y se ve algo angustiado pero seguro es una mentira, la cabeza me da vueltas, el estómago  se me retuerce en si, y el miedo me sacude por completo.
-Tranquila, tranquila, estoy aquí-dice mientras me pega a su pecho, pero no quiero nada de él solo quiero alejarlo, seguro es pena, pena de una pobre loca, me aparto de un golpe, que a él lo deja sorprendido y corro al baño, cerrando la puerta con seguro antes.

Me afirmo al lavabo viendo mi reflejo perdido  hasta que simplemente vomito todo lo poco que he comido en el día, mientras lloro, mi garganta se cierra y el aire me falta como si todo se desgarrara tantos días grises regresan a mí y yo solo recibo su impacto, mientras la oscuridad me produce un dolor en el pecho y la luz del fin se siente tan cercana.

[1] Cenizas de un lazo de Acero [Señora Acero: la Coyote]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora