[Capítulo 53]

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- E-entonces... Lo de tu secuestro...
- Te conté solo una parte de ello. Así fue cómo ocurrió en realidad.

Alfred tenía todo el estómago revuelto. Enterarse de la masacre que tuvo que vivir Arthur de pequeño solo le dieron más ganas de abrazarlo y no soltarlo nunca, pero sabía que aún le quedaban cosas por escuchar. El demonio se percató de sus intenciones y le dedicó una leve sonrisa, intentando no darle tanta importancia al asunto ya que, después de todo, había ocurrido hace mucho tiempo.

- Ya es cosa del pasado... No merece la pena seguir lamentándose por ello.
- P-pero... Aunque hayas nacido en 1829, perder a tu familia de esa manera es...

El inglés no supo cómo describirlo. Fue tan macabro, inhumano, que parecía sacado de una película. No pudo mantenerle la mirada mucho más y la bajó a sus manos, sintiendo que no podía opinar nada sobre lo que le había ocurrido. Creía que la muerte de sus padres había sido trágica pero Arthur le ganó con creces. Fue entonces cuando el demonio decidió cogerlo suavemente de las mejillas y, una vez que le alzó la cabeza, se echó hacia adelante para poder darle un corto beso. En cuanto se separó de él y regresó a su posición inicial le dedicó una sonrisa algo más amplia, sacándole un pequeño sonrojo a Alfred.

- Ahora te tengo a ti, y es lo único que me importa.

El de ojos azules no pudo hacer otra cosa que devolverle la sonrisa algo avergonzado. Todavía no se acostumbraba a su sinceridad y halagos, y decidió quedarse callado de nuevo para que el demonio prosiguiera con el relato.

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{Flashback}

Cargaron conmigo como si fuera un saco de patatas para poder llevarme más fácilmente hasta los caballos que seguían frente la puerta de mi casa. Seguía inmerso en mis pensamientos, todos ellos pesimistas y sombríos. Ya no me quedaban fuerzas para luchar. No tenía nada por lo que pelear, así que simplemente dejé que me llevaran mientras aquel tipo seguía hablándome como si nada. La mayoría de las cosas que me dijo no las entendí, pero durante los días siguientes empezaría a comprenderlas perfectamente.

- Todo esto ha sido por culpa de tu padre, que no nos devolvió el dinero cuando debía. Así que te usaremos a ti para recuperarlo. Habría estado bien que tu madre y tu hermano mayor siguieran vivos pero bueno, los niños como tú tampoco están mal.

Los hombres se rieron al conocer mi destino, el cual para mí era incierto, y poco después llegamos a los animales que esperaban tranquilos junto a los árboles en los que estaban amarrados. Me dejaron sobre el lomo de uno de ellos con brusquedad, sacándome un leve quejido que a ninguno le importó, para acto seguido encaminarnos hacia lo que sería mi nuevo hogar. No estaba muy lejos, aún seguíamos en las afueras de la ciudad. No nos cruzamos con nadie a quien pudiera pedirle ayuda y, aunque así hubiera sido, tenía la impresión de que simplemente me ignorarían. Estas personas tenían demasiado poder. Cuando llegamos a nuestro destino me bajaron del caballo para dejarme en el suelo sin cuidado y pude ver la mansión en la que tenían la intención de meterme.

- Lleváoslo a la habitación 2.

El hombre con el que había viajado no dijo nada pero me agarró del brazo con fuerza y me hizo andar delante de él, obligándome a ir hacia la puerta de aquella casa. Miré a mi alrededor con la intención de buscar algo que me ayudara a huir pero no había escapatoria. Mi destino ya estaba sellado.

- Tranquilo, te lo pasarás muy bien aquí.

Su voz no me tranquilizó en absoluto. Solo hizo que mi nerviosismo aumentara, apenas podía caminar derecho y seguir sus indicaciones al mismo tiempo, y aquello pareció divertirle aún más ya que pude escuchar una leve risa provenir de mis espaldas. Ya dentro de la mansión me guió hacia unas grandes escaleras que había justo enfrente y las subí temeroso al no saber lo que me depararía al final del trayecto. Me llevó hasta una puerta que, aparentemente, no tenía nada de especial. Cuando la abrió me dejó ver su interior: una cama individual, con una mesilla y un armario, todos ellos dentro de una habitación relativamente pequeña comparada con lo grande que era la casa. Me empujó para que entrara de una vez, ya que me había quedado inmóvil bajo el umbral de la puerta, y tropecé con mis propios pies para acabar en el suelo. Aquel hombre volvió a reírse y lo miré de reojo, viendo cómo cogía de nuevo el pomo de la puerta para ir cerrándola.

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