[Capítulo 64]

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Los días pasaron y todo seguía con normalidad, sin ningún incidente grave. Y aquello mosqueaba al demonio. Era la típica calma antes de la tormenta. Estaba inquieto por lo que podrían hacer esos monstruos y Alfred se dio cuenta de ello enseguida. Intentó ayudarle, brindarle su apoyo en todo lo que pudiera pero Arthur no estaba dispuesto a arriesgar su vida. Lo rechazó por completo y prefirió investigar por su cuenta, cosa que no dio muchos resultados. Ahora era él quien trabajaba sin descanso. Sin embargo, una de esas noches en las que estuvo hasta tarde en la comisaría, por fin sucedió algo fuera de lo normal. Una suave melodía comenzó a sonar por todo el edificio, embriagando los oídos de aquellos que podían oírla. El demonio apartó la vista de la pantalla del ordenador y miró a su alrededor con cierta curiosidad, preguntándose si habían decidido sus compañeros poner música relajante de fondo para hacer más amenas las horas nocturnas de trabajo. Pero nada más lejos de la realidad, la reacción que tuvieron los policías que compartían planta con él le dejó claro que no se trataba de una simple canción.

- Hey, ¿ocurre algo?

Arthur terminó por levantarse de su asiento al igual que hicieron todos los demás casi al unísono y se puso en el pasillo central, queriendo entender de una vez qué era lo que estaba pasando. Todos los policías tenían la mirada perdida en otra parte y no respondían a nada de lo que decía el de ojos verdes. Frunció el ceño al tener sus sospechas y estas se confirmaron cuando una voz a su espalda lo llamó por su nombre con retintín. En cuanto se giró fulminó con la mirada a la persona culpable del panorama actual. Pero su furia no provenía por lo que estaba causando ahora, sino por lo que le hizo a Geremy aquella noche.

- Buenas noches, ¿cómo va el trabajo?
- No sé si sois valientes o estúpidos por venir a por mí. No podéis conmigo con vuestros poderes actuales. ¿Es que no te ha dicho Roderich que su música no me afecta?

El asiático, Kuro si recordaba Arthur bien, simplemente se encogió de hombros al escuchar la respuesta del demonio. Aquello no lo tranquilizó mucho y el otro prosiguió con la charla sin temerle lo más mínimo.

- Claro que me lo contó pero, ¿quién ha dicho que vayamos a luchar nosotros?

Nada más hacerle esa pregunta, el de cabellos oscuros esbozó una sonrisa y una melodía volvió a resonar por toda la comisaría, una mucho más rápida y potente. Aquello hizo que los oficiales empezaran a sacar sus armas y se apuntaron los unos a los otros, aún sin apretar ningún gatillo. El demonio se quedó paralizado un instante para después mirar a un lado y a otro pensando en lo que podría hacer. Si no encontraba a Roderich todas las personas que había en el edificio morirían por su culpa. Decidió tratar de cooperar con Kuro y clavó sus ojos de nuevo en él, acumulando la ira en sus puños cerrados.

- ¿A qué has venido exactamente?
- Ya mismo lo sabrás.

El asiático chasqueó los dedos y esa fue la señal que dio comienzo a un tiroteo digno de una película de acción, solo que en esta ocasión los actores estaban muriendo de verdad sin poder resistirse. Los disparos se podían escuchar por todas las plantas del edificio, y Arthur intentó con todas sus fuerzas detener a algunos policías quitándoles las armas o dejándoles inconscientes, pero aquello no frenó la locura que había en sus mentes. Si no tenían armas se mataban con lo primero que encontraran, ya fueran unas tijeras, el pico de una mesa o una grapadora. Al final el de ojos verdes, los cuales se fueron tornando rojizos con cada segundo que pasaba, se dio por vencido y dirigió su vista una última vez a Kuro mientras la sangre de los policías cubría el suelo sin freno alguno. El ambiente cargado y la ira acumulada en su cuerpo hizo que este regresara a su forma demoníaca, lo cual seguía sin asustar a su contrincante.

- Voy a hacer que te arrepientas de lo que has hecho por toda tu vida.
- ¿Yo? Pero si has sido tú.

El de ojos fríos y oscuros se rio al ver la expresión de confusión y enfado de Arthur. Pero este no meditó sus palabras por mucho más tiempo. Fue hacia él sin dudar y le atravesó el estómago sin problemas con su mano desnuda. Sentir su sangre caliente recorrer su mano y brazo fue más satisfactorio de lo que pensó, aunque aquella sensación de felicidad no duró tanto como a él le hubiera gustado. El asiático, antes de que la muerte se lo llevara, se transformó en un policía normal y corriente y aquello fue lo que sentenció al demonio.

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