[Capítulo 58]

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Una vez que cerré la puerta fui a buscar a Isaac, quien estaba, por raro que pareciera, en su habitación. Subí hasta la segunda planta y llamé un par de veces antes de entrar en cuanto escuché su voz dándome permiso. Se encontraba sentado en una silla frente a un escritorio lleno de papeles y billetes, los cuales ninguno de nosotros llegábamos a ver a pesar de que era el dinero que ofrecían los clientes a cambio de poseer nuestros cuerpos. Fruncí un poco el ceño sin poder evitarlo y fui hacia él apartando la mirada para que no pudiera ver mi malestar.

- Aquí tienes.
- Déjalo ahí.

Me indicó con uno de los billetes que tenía en la mano que colocase el montón de papeles en una de las esquinas del escritorio, ignorando casi por completo mi presencia allí. Siguió contando el dinero como si nada y decidí irme de allí de una vez. No tenía nada más que decirle, así que me marché y regresé a mi habitación para ir preparándome. Dentro de poco, por desgracia, llegaría otro de mis clientes. Una vez que me arreglé lo suficiente para mi inminente visita, cogí una de las chocolatinas que había guardado en el cajón de la mesita y me la comí con parsimonia, saboreando con calma el chocolate y dejando que se derritiera lentamente en mi boca. Gracias a Andrés había logrado tener un momento de tranquilidad dentro de aquella casa, algo que nunca había conseguido desde que me encerraron allí.

Y, sin darme cuenta, habían pasado un par de meses en los cuales mis salidas a la ciudad se volvieron más cotidianas. Isaac quería que tratara con nuestros clientes en el centro, que me fueran conociendo para futuros recados, y no tenía de otra que obedecer. Me obligaba a ser agradable con ellos, halagarlos e incluso a veces usaba mis encantos para persuadirlos a que nos compraran las mercancías que recogíamos de vez en cuando. Gracias a mí los ingresos empezaron a subir poco a poco, y se le notaba lo feliz que estaba a mi jefe, quien no me lo agradeció ni una sola vez. Pero no me importaba, ya que me pasaba los días esperando a que la puerta sonara y, con ello, que llegara mi nuevo y único amigo. Su presencia en mi vida era todo lo que necesitaba para poder seguir con las misiones que me encomendaban. Dentro de poco mataría a mi primer cliente, o eso me dijo Isaac.

- ¿Y esas marcas?

La voz de Andrés hizo que mi atención pasara de las cartas que tenía en mis manos a su rostro, pudiendo ver su expresión de incertidumbre. Seguí la dirección de sus ojos y entendí que se refería a los moretones que había en mi cuello, los cuales ni me había molestado en esconder ya que era algo normal en mi vida. Siempre tenía alguna que otra marca por el cuerpo. Me llevé la mano que tenía libre a mi cuello, notando un leve relieve debido al agarre de uno de mis clientes, y desvié mis ojos a otro lado intentando no darle mucha importancia.

- No es nada, a veces lo hacen.

Cuando regresé mi mirada a él, su expresión se había vuelto algo más apagada y triste. Aún no me acostumbraba a que alguien sintiera lástima por mí. Solo nos habíamos visto 4 o 5 veces desde la primera vez pero, al contrario de lo que pensé, no se alejó de mí. Siempre que venía se paraba a hablar conmigo un rato, lo que me permitían. Aunque aquel día iba a ser diferente.

- Tú... ¿Desde cuándo llevas aquí?

Su pregunta me pilló desprevenido, ya que nunca había indagado sobre mi pasado, y no pude evitar mirarle con cierta sorpresa. Sin embargo, aquello también me llenó de felicidad. Él podía obviar lo que hacía en esta casa, a qué me dedicaba, pero hoy decidió preguntarme directamente. Eché un vistazo hacia atrás, cerciorándome de que no había nadie cerca, y dejé las cartas en el suelo a un lado de la puerta para acto seguido salir de allí y coger de la muñeca a Andrés. Lo llevé hasta los establos a paso ligero ignorando su voz confusa y preocupada al no saber a dónde lo estaba llevando. Quería seguir hablando con él pero no en la entrada, donde podía oírnos cualquiera. Una vez que nos vi lo suficientemente escondidos entre los caballos solté su brazo y lo miré sintiéndome algo culpable. Se le veía asustado.

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