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Q U I N N
RUTA (Reino Unido)

El camino se me hace largo y los vidrios polarizados no me dejan distinguir la intensidad del sol sobrepasando las nubes que decoran el cielo.

Todo es verde y descampado, algunas plantaciones de tabaco, si no me equivoco, ocupan extensos kilómetros del costado de la carretera.

A lo lejos se puede ver qué hay un control policial, no, de gendarmería. Las ilusiones de que me estén buscando a mi se hacen más grandes, pero también comprendo de que estoy secuestrada hace días y todavía no tengo noticias de nadie que me quiera encontrar.

Escucho a Román refunfuñar al volante, cuando el hombre con traje militar le hace una seña para que pare.

— Buen día señor.

El solo mueve la cabeza molesto.

— Me prestaría la documentación— pide el gendarme mientras le hace una seña a dos compañeros suyos.

Román abre la boca para decir algo, pero los compañeros del gendarmen que pidió que baje los vidrios le da una mirada de "O lo haces o problemas".

— ¿Señorita? — uno de los chicos, con un cartel que dice oficial Smith, del lado derecho del chaleco antibalas me pregunta.

Mi mirada se pasea por todos en el auto y no lo pienso dos veces al responder:

— Quinn, Quinn Brown.

El chico mira al otro oficial. Una sensación de adrenalina se expande por todo mi cuerpo y me siento segura, aunque no haya sucedidos nada todavía, tal vez me saquen de aquí.

— Salgan del auto por favor — pide uno de ellos, el oficial Johnson — Todos.

Hago el amago de abrir la puerta, pero la mano de Fred me detiene cuando agarro la traba para sacar el seguro.

— ¿No cree qué hay otra manera de hacer las cosas oficial? — dice Román.

Mierda. El maldito dinero.

— No creo que sea necesario tomar otras medidas, es sólo un control rutinario.

— Salgan— vuelven a pedir — la mano de Fred todavía me sostiene y no puedo abrir la puerta.

— Señor, suéltela.

No lo hace y nadie dice nada, su agarre se intensifica y me duele.

— ¿Es usted su padre?
— No. Soy su tío.

— ¿Es así señorita?

Algo puntiagudo y que me pone los pelos de punta me recorre la parte baja de la espalda, puedo jurar que es un arma.

— ¿Señorita? ¿Está usted bien?

Las palabras no me salen y el miedo le gana a la adrenalina.

— Por favor... — susurro y el hombre se lleva la mano al pantalón sacando un arma.

Apenas Fred lo ve, el despega la pistola de mi espalda y la apunta a mi cabeza, el oficial hace lo mismo hacia la de Román que con la suya apunta hacia el oficial, estamos en un tipo de triángulo de objetivos a disparar.

De lejos se ven que más gendarmes se van acercando por la carretera y ruidos de voces resuenan por los woki toki que cada oficial trae.

— Por favor bajen las armas y salgan del auto. — La voz de un hombre resuena por la espalda del oficial que le apunta a Román.

— No hay razón para derramar sangre.

— Déjenos continuar y no habrá sangre — inquiere Fred a mis espaldas.

RAMÉDonde viven las historias. Descúbrelo ahora