Elije bien.

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N A R R A D O R O M N I C I E N T E

Quinn despierta en un asiento frío. La luz es muy blanca e intensa. Tanto que debe pestañear unos segundos para recomponerse. Su cabeza se gira hacia los costados y lo único que ve es la playa por un enorme ventanal.

Trata de reincorporarse, pero hay unas esposas que le atan los pies a los barrotes de la cama con tules que cuelgan en los cuatro extremos superiores de esta.

La cabeza le da vueltas y asustada mira hacia la puerta que se abre bruscamente. Una mujer entra. Esta lleva el pelo recogido en un rodete en lo alto y en sus manos trae una bandeja con una tetera.

— Buen día — saluda ella desde la cama, haciendo que la mujer se de cuenta que está despierta — ¿Desayunaré?

— Con su padre.

— ¿Tiempo de padre e hija? Que lindo — exclama con sarcasmo. Algo que no hará será mostrase débil ante los demás, así que, a pesar del dolor y las circunstancias su amplia sonrisa la acompañará en cada palabra.

— El señor la espera en 30 minutos, debemos prepararla.

La mujer se le acerca a la cama y con una llave que saca de un bolsillo abre las esposas, pero antes de desatarlas la mira — Por favor, no se suelte. Si la dejo escapar me matarán.

Las palabras quedaron en el aire y Quinn sin responder esperó a que le abrieran la otra esposa. Cuando le soltaron los pies movió sus tobillos relajó sus piernas. Luego siguieron las manos, primero le soltaron la derecha y luego la izquierda, ya no quedaban ataduras, y por su cabeza solo se pasaba la idea de saltar por el balcón e huir... o morir, parecía estar bastante alto y no tan loca la idea.

— Están cerradas — declara la mujer — Vamos a bañarla y luego a vestirla.

— Se bañarme sola, gracias.

— Acompáñeme — la mucama guió a Quinn a una puerta lateral donde un baño en mármol negro se hacía presente.

Desde el piso hasta el cerámico de las paredes era negro, lo único distinto era el dorado de algunas terminaciones y caños. La mujer se estira y abre el grifo de la bañera.

— ¿Pasaremos mucho tiempo juntas? — las palabras de Quinn salen desprevenidas — Porque... si es así, quiero saber tu nombre y donde estamos.

— Mi nombre es Leila y estamos en Calabria Italia.

— ¿Italia? — la voz de Quinn sale medio ahogada — Vaya, fue un viaje... inconsciente hasta aquí ¿no?

— La drogaron — murmuró Leila y asintió cuando el agua estuvo a temperatura.

— ¿Segura que no quiere que la ayude a bañarse? — la mujer preguntó extrañada, ella estaba acostumbrada a ayudar a las mujeres importantes del castillo.

— Seguro, Leila— respondió Quinn quien esperó a quedar sola.

— Voy a estar eligiéndole la ropa, permiso — Y salió del baño dejándola a Quinn en un silencio profundo.

Apenas sintió a Leila alejarse se acercó al espejo a observarse la zona caliente de su cuello y ahí estaba. Un punto violeta donde las venas se le marcaban a su alrededor, Justo donde la habían pinchado en el helicóptero.

Si bien, se sentía medió somnolienta después de haberse despertado, su pulso estaba acelerado y había tenido algunos espasmos mientras dormía. Sus manos temblaban y cerró los ojos con fuerza para tratar de parar los movimientos inconscientes, fuera de ella.

RAMÉDonde viven las historias. Descúbrelo ahora