Unidos por la sangre

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Q U I N N

Presiono la mandíbula cuando siento como las cadenas me agarran contra una pared. Hay un hombre a unos cuantos metros de mi, tiene los ojos cerrados y cada tanto le dan espasmos que lo sacuden.

Todo huele mal, pero agradezco que el suelo de mi celda no sea un charco de sangre como el del pasillo. Aún no se si toda esa sangre sea de personas, es demasiada y las celdas no tienen de la sustancia a menos que hayan muerto ahi, como la mujer de ayer.

Un haz de luz atraviesa la puerta cuando un hombre grande entra. Camina por las celdas hasta llegar a la mía, cuando me ve y supongo que confirma quién soy yo, entra y me abre el metal que me rodeaba las muñecas y costillas, estaba agarrada con un tipo de esposas que me aferraban a la pared.

— ¿Decidieron darle una mejor vista a la hija del jefe? — le sonrío al hombre que me pone de pie con un tirón, me entran ganas de vomitar pero lo contengo.

— No digas nada, si quieres mantener esa lengua.

— Entre nosotros, ¿no te gustaría pegarle un tiro al jefe y proclamarte como máxima autoridad? — le susurro cuando salimos de la celda. Pone mala cara y me mira de reojo — ¿Como te llamas?

— Cállate.

— Bien... Callate, soy Quinn, es un bonito nombre el tuyo, un poco raro, pero admito que tampoco, nunca, conocí a nadie llamado Quinn. ¿Tu?

— Soy yo o te sirvió dormir, porque la droga de ayer te había dejado en el suelo — salimos y la luz exterior me golpea con fuerza haciéndome cerrar los ojos.

— No hay nada que unas buenas cadenas y una pared húmeda no solucionen.

Nos adentramos en un ascensor de metal y subimos unos cuantos pisos. Cuando la puerta se abre llegamos al techo del edificio donde un helicóptero se encuentra estacionado en el centro de la pista.

Hay gente con trajes y orejeras por el ruido que el vehículo produce. El sol es fuerte, pero más fuerte es la fuerza bruta que utilizan para subirme.

Me sientan en un asiento y me ponen el cinturón de seguridad. Me atan las manos a unas cuerdas y suben unos perros al helicóptero que se sientan apenas un hombre les hace una seña. Son unos dóberman negros.

— Stai fermo — dice un hombre cuando ajusta las sogas.

— Lo siento, pero no se italiano — reclamo viendo mi muñeca en la que la pulsera de cuero aún yace.

— Quédate quieta — su mirada es fría y termino de entender todo cuando de un estuché sacan una aguja. Es larga y brilla bajo la luz del sol que entra por los laterales del helicóptero que no tienen puertas.

Estiro el cuello hacia atrás cuando la acercan, pero no sirve de mucho cuando el metal se adentra por mi piel y el espeso liquido entra a mi sistema. Cierro los ojos sintiendo como la jeringa se vacía y vuelvo a abrirlos cuando siento que dejan el material en una bandeja.

— migliore? — <<mejor>> me pregunta y es lo último que escucho ya que la cabeza me cae para atrás y lo próximo que se es: negro total.

O L I V E R

El callejón de la dirección que encontré en el papel de Jane, está a unas pocas cuadras. Llevo caminando como dos horas y la zona cada vez se va oscureciendo más.

La gente anda en el suelo inyectándose o con una botella en la mano empeorando las alucinaciones que las drogas les causan. Trato de mirar a los costados y de ubicarme en la oscuridad del callejón. Me adentro y lo único que se oye es el murmullo de las personas y tal vez alguna que otra risa macabra.

RAMÉDonde viven las historias. Descúbrelo ahora