EL PRIMER ENCUENTRO

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Después de la tragedia, mi vida dio un giro inesperado. Fui llevado a un orfanato, puesto que, mi padre nunca se hizo responsable de mí ni siquiera se apareció para el entierro de mi madre. La familia por parte de ella no quiso hacerse cargo de mí, tal vez por ser un hijo que fue concebido fuera del matrimonio, sería la vergüenza para el abuelo. Estaba completamente solo y así iba a permanecer, tenía conocimiento que mis medios hermanos me odiaban por destruir su familia. Así es como terminé en un orfanato, tampoco no me arrepiento de estar allí, las madres me dieron mucho amor como si fuese mi propia madre. Siendo un niño solitario, casi no entablaba amistad con los demás niños y más bien me apartaba y me refugiaba en mi mundo.

En el orfanato desde pequeño solía ir a la parte trasera, era como una especie de jardín con flores muy llamativas que daban vida al lugar, en ella también se encontraba una banca. Ese era mi espacio favorito, donde dejaba mis pensamientos vagar un poco y mi imaginación despertara. Podía quedarme horas estando allí sin ser interrumpido. Todo era tan feliz hasta que los recuerdos de aquel incendio venían directamente a mí, eso bastaba para arruinar toda la paz que intentaba tener.

Cuatro años había pasado, todavía seguía siendo el chico solitario que ninguna pareja de esposos quisieron adoptar, no veía del porqué no deseaban, eso me pareció raro, hasta empecé a creer que fue por culpa de mi pasado. Por parte de las madres del orfanato me tomaron mucho aprecio, ellas estaban contentas de seguirme teniendo, hasta me dijeron que me iban a apoyar hasta después de los dieciocho si en caso no llegaran adoptarme. Por otro lado, también me enteré de que mi padre había recibido un disparo en la cabeza provocándole una muerte inmediata por los mismos acosadores que asesinaron a mi madre. La verdad me sorprendió mucho escuchar eso, pero no llegó a entristecerme como lo fue con mi madre. Al contrario, todo estaba normal en mí, es como si él siempre hubiera sido una persona extraña para mí.

Durante ese tiempo, también ingresó una chica sumamente extraña, tenía la apariencia como una viuda vestida de negro, su piel era casi parecida a la mía eso la hacía ver más fantasmal, sus ojos verdes que reflejaban su frialdad al igual que su personalidad. Su nombre parecía ser tierno: "NANA", pero llevándolo a la realidad no lo era, sinceramente ese nombre no encajaba con ella. Nadie conocía acerca de su pasado, creo que ni siquiera la misma directora del lugar sabía, solo la contrataron para ayudar con la limpieza y atender a los niños en algunas ocasiones. Su estadía no solo se basaba en eso, además aprovechaba en molestarme con cosas absurdas, que en algunas ocasiones parecía decirlo de verdad.

Cierto día, me dirigí a mi lugar favorito donde podía liberarme un poco, siempre se veía hermoso. Me senté en la banca que se encontraba allí, con un libro en mano que me había regalado la directora del lugar, por la carátula se podría decir que sí iba a ser interesante. Después de un rato de lectura, decidí relajarme un rato y mirar hacia mí alrededor, de pronto, crucé mi mirada con un chico que se encontraba frente a mí, lo único que nos separaba era una reja y la pista, ya que él estaba del otro lado. Aquel chico era tan apuesto, si no fuera por la ropa que llevaba puesta que lo hacía verse como un maleante, podría decirse que era una celebridad. Era alto, de contextura delgada típico de un chico de dieciocho años, su piel clara que hacía juego con sus ojos color ámbar, eso fue lo que más me llamó la atención, esa mirada tan profunda que hizo sonrojarme. Sus cabellos castaños claros que también combinaba con esos ojos. Simplemente era la perfección, un dios... sentía que algo me unía a él y que éramos tan cercanos. Esa... FUE LA PRIMERA VEZ QUE LO CONOCÍ.

—¡MATEUS! ¡MATEUS! —eran la voz de la madre Julieta que me llamaba, pero por ver aquel chico no presté mucha atención a sus llamados, después de continuas repeticiones.

—AH... Sí, madre ¿me llamaba? —respondí en ese momento muy confundido.

—Mateus ¿Qué haces allí niño? Ven que ya es hora de almorzar —no quería irme, solo quería contemplar la hermosura de aquel joven, pero era obligación respetar a mis mayores.

—Sí, madre. Ahorita voy —asintiendo fui corriendo detrás de ella, pero me detuve a la mitad del camino para volver a mirarlo por última vez, ese rostro que nunca más iba a ver.

En el almuerzo me notaba tan distraído como si algo me hubiese afectado. Las madres por su puesto se dieron cuenta y comenzaron con sus interrogativos. Sobre todo, la madre Lidia.

—Mateus, ¿te sientes bien? —haciendo caso omiso a lo que me dijo, no hice ninguna señal de atención—. ¿Mateus? —moviendo su mano sobre mi rostro—. ¡MATEUS! —con una voz fuerte.

—¡SÍ, MADRE, DÍGAME! —hasta me puse de pie, eso fue lo más vergonzoso que hice, todos los niños se burlaron.

—Mateus, estás muy extraño hoy ¿acaso algo te pasó? —en un tono muy curioso.

—¡NO! Madre como cree... Bueno, la verdad sí... Es que fue tan interesante el libro que me regaló nuestra directora. Me quedé muy entretenido con la historia —hice el esfuerzo por disimular cuál era mi verdadera razón del porqué estaba así, tampoco iba a decir que por culpa de un chico atractivo estoy en esta situación, dudarían de mi sexualidad. Aunque era la primera vez que esto me había sucedido con un chico.

—AH... era eso, yo pensé que era por aquel chico que mirabas como tonto hace un momento —dijo Nana en forma sarcástica, no sé cómo lo supo o tal vez en ese instante estuvo espiándome.

—¡AH! E-Es-te... Que co-o-cosa dices Nana, claro que no, no e-es así —balbuceé en ese momento, me sentía como una persona cavando su propia tumba.

—Entonces, ¿por qué tartamudeas? —si al parecer iba a cavar mi propia tumba.

—Por-qué... Por qué, cómo puedes decir eso de un niño de diez años, las madres podrían pensar mal de mí —inclinando mi cabeza en estado de vergüenza, eso fue lo único que se me ocurrió.

—Bueno, ya basta y comamos de este delicioso banquete todos a orar, y tú, Mateus siéntate —eso fue un milagro, la madre hizo caso omiso a lo que dijo Nana, mi espíritu volvió a mi cuerpo, estaba tan feliz... Asintiendo me senté y todos comenzamos a comer tranquilos, a excepción de Nana que no quitaba su mirada terrorífica de mí, al parecer no le gustó perder.   

El ContratoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora